Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

viernes, 30 de diciembre de 2011

El club

Tenía guardado este escrito desde hace varias noches. Por fin lo edité y ahora lo publico.
Se trata de un grupo de caballeros ingleses, en los mil ochocientos, que justamente deben permanecer ocultos para hablar libremente.
"El retrato de Dorian Gray", la famosa obra de O. Wilde, me inspiró para realizar este corto y ameno diálogo entre varios amigos que hablan a cerca de cierto chico capaz de despertar los deseos de hombres y mujeres.
Espero que les agrade.

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Siempre he adorado la forma de ser de David: libre, confiado y aventurero. Atrevido. Osado. Siempre me ha parecido de lo más cautivador y seductor.
Sus ojos son aguas profundas, imposibles de navegar, incontrolables e indomables. Sus labios como fuego, capaces de hipnotizar a cualquiera, pero igual de destructivos y mortales. Tiene conciencia de su poder, del enigma que ejerce sobre todos nosotros, y eso lo hace aun más irresistible.
Incluso para aquellos que llevan una vida de virtudes, alejados de los pecados que cometemos cada noche, David resulta simplemente irresistible. La viva imagen de nuestros atormentados deseos, prisioneros de los prejuicios. Es la necesidad total, el deseo de nuestro selecto grupo de artistas y filósofos.
También, de todas las mujeres que llega a conocer. No hay una sola alma que no sufra con el hechizo de sus encantos, o la enloquecedora suavidad de su piel cuando está desnudo.
David era un hombre ejemplar, amaba el vino y amaba compartirlo con quien el deseara: hombres y mujeres, todos sin distinción.
Naturalmente, no podíamos hablar en voz alta y confesar que todos lo deseábamos en nuestros lechos, o inmediatamente sufriríamos las consecuencias de la deshonra familiar y la pérdida de todas nuestras herencias; sin embargo, dentro del propio Instituto, existía un lugar donde podíamos hablar sin censura, un lugar donde dejábamos correr nuestros ardientes pensamientos de lujuria y deseo, un lugar donde no importaba lo que dijéramos, aquello quedaría sepultado para siempre en las promesas de solidaridad y secrecía. Le llamábamos: el club.
—Resulta simplemente inaceptable —alegó John mientras nos relajábamos aquella tarde en los baños repletos de vapor.
—Eso lo dices porque bien quisieras ser tú el que estuviera en lugar de la viuda de Sinclair, querido John.
Todos reímos cuando Marc dijo aquellas palabras que coincidían con nuestros pensamientos. Sabemos que se lo dijo a nuestro gran amigo, sin embargo todos coincidimos con él. Todos deseábamos estar en el lugar de la anciana.
—Ciertamente no lo digo por eso, mi gran amigo. Tan solo me parece que es un genuino desperdicio de talento, sin mencionar de cuerpo y figura, que el joven y exquisito David pase sus días al lado de quien pudiera ser su abuela, y seguramente Fred está de acuerdo con esto.
John tenía razón en ese aspecto, yo estaba de acuerdo con él. Había otras mejores maneras, y más placenteras compañías, con las que el delicioso David pudiera entretenerse.
—Tal vez no es tan caritativo como piensan caballeros —el siempre oportuno comentario de Will no se hizo esperar y todos guardamos silencio para escucharlo atentamente— todos conocen a la hermana de mi Padre, Lady Black. Pues bien, como también saben, ella y mi madre tienen la misma edad y congenian bastante bien. Tal es el caso que, hace unas cuantas noches, mi tía y mi madre venían de casa de la duquesa de Orión, cuya finca se encuentra dos números abajo de la de la viuda de Sinclair.
—Al grano Will, tu chismorreo dura más que el sermón del Cardenal.
—Pues bien, ambas damas lograron percatarse, mientras pasaban por la puerta del servicio de la mansión Sinclair, que nuestro deseable David entraba al jardín, acompañado de algún caballero de nuestra edad, según dijo mi madre y fue confirmado por mi tía, tomado fuertemente del brazo de su misterioso acompañante.
—¿Por alguien de nuestra edad? ¿De quién?
—Lo ignoro —contesto Will, mientras tomaba un trago de su brandy.
—Pues bien, estamos seguros que no era la viuda de Sinclair.
—¿La señora tiene nieto, no?
—Claro, el joven Chester Wilcocx, hijo de Lord y Lady Wilcox, ella hija del difunto Lord Sinclair.
—Querido Fred, eso haría al exquisito muchacho primo tuyo, ¿no es así?
—Así es Will, y puedes olvidarte de que lo presente... Sé que solo le romperás el corazón, tal y como lo hiciste conmigo.
—Y conmigo —secundo John, a quien se le unió Marc.
Todos los que estábamos ahí presentes lanzamos unas agradables carcajadas, cada uno de nosotros mientras, seguramente, recordábamos las locuras que habíamos hecho al lado de Will. Exquisito.
—No, no. Tranquilo, no era esa mi intención, simplemente señalaba este hecho para destacar que la viuda de Sinclair es, en realidad, pariente tuyo.
—Oh mucho me temo que es lejana y no estoy familiarizado con sus actividades eróticas desde que Sir Sinclair murió. Lo siento caballeros pero no puedo ayudarlos con este misterio.
—Así que no sabes quien es el misterioso acompañante de nuestro David —sentenció uno de los muchachos.
—Me temo que no.
—Seguramente ha de ser el hermoso nieto de Sinclair, tu primo Fred. Es majestuoso, hermoso y lleno de gracia, como todos en tu familia claro, pero es simplemente hermoso. Me gustaría pintarlo en alguna ocasión, eso si está bien con él, por supuesto.
—No pudiera decirles si es él o no caballeros. Aunque lo supiera —pero sí lo sabía… sabía que no era mi primo el que acompañaba a David.

2 comentarios:

Thadeus dijo...

Hasta me imaginé el acento de viejos sangrones! Muy bien, un beso ;)

Xander VanGuard dijo...

Amor, qué haces despierto tan temprano!!!!!

Que lindo eres, me encanta que me comentes. Te amo.

Si, pues la verdad estuvo muy agusto, aunque ahora con los estragos....