Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

jueves, 7 de marzo de 2013

Un poco de temas jurídicos...


Tal parece que en los últimos días (o semanas) he escrito acerca de diversas cuestiones jurídicas y sociales. Hoy continúo con esta temática.
Aunque me interesa hablar ampliamente en cuanto a la libertad e igualdad, intrínsecas a todas las personas (y concretamente enfocado en los grupos de personas homosexuales); en esta ocasión me refiero a algo diferente.

Con base en una audiencia en la que estuve presente el día de hoy, me surgió una duda e interrogante que quise compartir (incluso antes de la siguiente entrada en la que hablaré sobre el matrimonio).
El panorama que tuvimos en audiencia fue el siguiente:
Se decía que el imputado en la causa (a quien se le seguía el proceso penal) había cometido el delito de robo en perjuicio de un menor de edad, quien justamente resultó ser su hermano (representado en ese momento, como lo autoriza la legislación civil, por su madre).
Bien, la cuestión no era ésa propiamente. Lo interesante surgió al momento de desarrollar la materia de la audiencia. Se trataba de otorgar una disculpa pública (por parte del imputado hacia la víctima menor de edad), que debía ser aceptada por su madre y representante; sin embargo, una de las condiciones para arribar a esta salida alterna (en donde se ventilaría la dicha disculpa) era que la víctima —a través de su representante legal— aceptara de manera libre, celebrar esta forma de terminación del proceso.
Y justamente se le cuestionó: “¿Comprende el alcance del acuerdo? ¿Las consecuencias de éste? Y manifiesta su libertad para celebrarlo, sin coacción alguna, sin ninguna presión? Lo anterior, claro, a fin de confirmar la plena voluntad de la representante de la víctima.
Ahora bien, acerca de su plena voluntad, entendemos que realmente es la voluntad de la víctima (su hijo menor de edad) la que debe prevalecer; sin embargo, ¿cómo podemos separar el sentir de la madre al momento de representar los intereses de su hijo —la víctima— y que, al mismo tiempo, tiene la presión y preocupación de su diverso hijo, quien está en prisión preventiva?
¿Qué tanta libertad puede tener la representante de la víctima? Naturalmente si hablamos en relación a la justicia y al desarrollo del proceso penal, tenemos que hay un conflicto de intereses (e incluso, me atrevería a afirmar, que no existe un pleno interés por el proceso penal, por la corrección del injusto penal, sino simplemente intereses particulares que le atañen a ella y sus dos hijos). Un conflicto que, naturalmente afecta la perspectiva de la parte que representa, pues, incluso de contarse con una postura encontrada (entre la víctima del ilícito y su representante) resulta necesario nombrarle un nuevo representante que efectivamente proteja los intereses de su representado, además de buscar la protección de éstos.
A manera de ejemplo, en caso que la reparación del daño aún no estuviera cubierta y la madre no reclamara el pago de este concepto, el órgano jurisdiccional tiene la obligación de nombrar un nuevo representante a la víctima, a fin de que persiga sus legítimos intereses.
Sin embargo, no fue el caso. La reparación estaba cubierta y ella afirmó tomar esa decisión sin ningún tipo de presión ni coacción de ningún tipo, pero ¿no es acaso, tener a un hijo en prisión, coacción suficiente para aceptar un acuerdo que pondría fin al conflicto penal?

miércoles, 6 de marzo de 2013

Reflexión

Esta noche reflexiono acerca del tiempo para reflexionar.

Es sumamente común, y supuestamente lo es más en los últimos años, que gracias a las cargas de trabajo y a las multiples actividades que desarrollamos día a día, no nos demos el tiempo de simplemente sentarnos a pensar en todo lo que (nos) sucede.
De pronto el trabajo de la oficina parece no dejarnos en paz, las actividades de la escuela o del propio esparcimiento nos manfienen ocupados, una hora tras otra y otra.
¿Cuándo fue la última vez que me senté a observar a la gente? ¿Cuándo me detuve a contemplar las estrellas, a sentir el frío de la noche o percibir el aroma del pasto mojado?
¿Cuándo fue la última vez que medité al final de mi día, a mitad del parque?, pues tal parece que pedir (o tomarnos) cinco minutos de nuestro tiempo se convirtió en una labor titánica.
Hoy reflexiono del tiempo para reflexionar. Pienso en el tiempo (que no tenemos) para pensar; y, solo deseo, retomar aquellas libertades que alguna vez tuve. Anhelo tomarme un minuto y supirar, aliviar el peso de mi alma y ayudar un poco a mi cuerpo cansado. Deseo cerrar mis ojos, pensar, escuchar, oler, imaginar.
Quisiera suspirar y expulsar mis pesares, como una nube de humo negra que sale desde el interior de mi alma; purificarme, tranquilizarme.

Suspirar y reflexionar. ¿Qué he hecho? ¿Qué quiero hacer?
Preguntas crueles, pero más aún, lo es no tener respuestas para ellas.

Hoy reflexiono en reflexionar.

viernes, 1 de marzo de 2013

Crimen, castigo y redención.


Crimen y castigo, de Feodor M. Dostoievsky, será una de las máximas obras publicadas, gracias a su enorme tino al momento de plantear la realidad de una época oscura y difícil, a pesar de las constantes y notorias evoluciones en otras latitudes del mundo.

El crimen.
Rodion Raskolnikov, movido por la interminable desesperación que es generada por una pobreza extrema —en la Rusia imperial del siglo XIX—, decide adentrarse en las siempre desafortunadas aguas del crimen; a través de los recuerdos y el arrepentimiento (concepto que marcará su destino para siempre) de decisiones hechas en el pasado, se encamina a casa de una vieja usurera a empeñar las únicas prendas que posee. Sin embargo, más allá de recibir una ganancia, o si quiera un trato justo, obtiene a cambio una mísera cantidad, que servirá para tentar al personaje, hasta la comisión del máximo crimen: la muerte de la usurera y su hermana. A partir de estos acontecimientos, se desencadenan los eventos que (de) formarán al personaje hasta el final.
El crimen que Raskolnikov comete, el asesinato de una mujer —al que le siguió el segundo, en su intento de evitar dejar testigos— con la intención de obtener dinero, en principio se ve “justificado” por la fama y reputación de la vieja usurera. Ivanovna no era para nada querida, se entera el personaje, y a los ojos de muchos (incluso el autor de esos hechos) tenía merecido su fatal destino; sin embargo, esta cuestión no logra calmar las ansias y la desesperación que lo invaden, disfrazadas de remordimiento y voces de alguna conciencia, que se creída olvidada, interna.

El castigo.
El castigo que recae a semejante acto, materialmente, se representa con la sentencia que le es impuesta (ocho años en Siberia) después de la confesión que realizara; sin embargo, el personaje es inmediatamente castigado desde el momento de la comisión del crimen, pues es incapaz de alcanzar una tranquilidad interior que lo ayude a llevar una vida (si no acomodada) digna.
El látigo de la conciencia flagela incansablemente a Raskolnikov, inmediatamente después de cometido el crimen. A través de pesadillas, delirios de persecución y la imposibilidad de desarrollarse plenamente, el autor de la obra presenta el verdadero castigo del joven, a través de su tortuosa existencia y de esa opresora sensación de que sus actos sean descubiertos sin más ni más: le es difícil conllevar la relación con su familia, con sus amigos y, en general, con aquellos que lo rodean, pues piensa que pronto será descubierto.
El (tortuoso) viaje de Raskolnikov comienza con la certera muerte que le asestó a la usurera y la hermana de ésta; a partir de entonces, sufre a cada momento por lo que hizo y busca, a cada momento y por todas las acciones posibles, alcanzar el perdón, una absolución, una redención, que —lamentablemente— pareciera desconocer de dónde o de quien vendrá.
A manera de reflexión, el andar de Raskolnikov se representa en la vida de los hombres y mujeres que compartimos este mundo. No precisamente por la comisión ofensas como la que aquél realiza; sin embargo, sí al respecto de dolores y penurias que la propia vida les otorga a los personajes más ordinarios, nosotros.
De cierta forma, todos buscamos una “redención”, ponerle fin a las adversidades y las molestias de la vida; de alguna manera, nosotros, los vivos y humanos, añoramos alcanzar aquello que nos habrá de redimir de nuestras faltas. Precisamente se emplean los adjetivos que la Academia Española emplea en la definición de la palabra redención, a efecto de mayor ilustración en lo que se quiere afirmar.
Rodion Raskolnikov pretende alcanzar la redención a través de sus acciones —brindarle dinero a los necesitados, intentar proteger a su propia hermana de una unión matrimonial que, presiente, le será sumamente perjudicial—; más, no le resulta posible alcanzar ese perdón que tanto anhela, quizás porque sus acciones no se asemejan a la magnitud de lo que hizo con la usurera y su hermana.
Históricamente, a la palabra redención se le ha atribuido una definición basada, en gran medida, en una estructura religiosa, particularmente católica (o de corriente judeocristiana). Así, una acepción generalizada —laica— de la palabra, la brinda la Real Academia Española, que sostiene que la redención proviene del latín redimĕre (del prefijo re-, de nuevo; y, émere, comprar) y que se refiere a: “rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio”.[1]
A través de la tradición judeocristiana, el máximo Redentor se presenta con la figura de Jesucristo, quien habría de venir a liberar a los hombres, mediante el precio de la cruz y la sangre. Empero, sin afán de caer en la concepción rigurosamente religiosa, la redención entendemos entonces que hace referencia a una liberación, a un trato, al intercambio de un preso, cautivo, por un precio determinado. De esta forma, Raskolnikov busca librarse de la terrible verdad que le asecha y es por lo que finalmente decide entregarse a las autoridades, pues se da cuenta que es la única acción que le brindará tranquilidad a su perturbada conciencia; y lo hace, en busca de una redención.
En busca de la libertad humana y natural que debemos tener todos los hombres de esta tierra. Sin embargo, el propio Raskolnikov, al cumplir con el tiempo de su sentencia en la prisión en Siberia, no se terminaba de arrepentir de su crimen.
Si bien, a lo largo del relato demuestra encontradas sensaciones, pensamientos y sentimientos; no menos cierto es que el tiempo de reflexión con esos pensamientos y sentimientos, lo llevaron a preguntarse si valía la pena haber hecho lo que hizo.
Así pues, él mismo dice:
¿Por qué —pensaba— mi idea era más estúpida que las otras ideas y teorías que en el mundo combaten desde que el mundo existe? Basta mirar la cuestión desde un punto de vista más amplio, independiente, exento de los prejuicios del día, y seguramente entonces mi idea no parecerá tan extraña. […] ¿Y por qué mi conducta les parece tan fea? —se preguntaba—. ¿Por qué es un crimen? ¿Qué quiere decir la palabra crimen? Yo tengo la conciencia tranquila. Es indudable que he cometido un acto ilícito, que he violado la letra de la ley y que he derramado sangre. ¡Pues bien, tomad mi cabeza y… ya está concluido! […]

¿No representa entonces esta reflexión nada más sino una pura contradicción a todo aquello que lo atormentó hasta el cansancio? ¿No significa, a fin de cuentas, que continuamos empeñados, siempre en aras de esa benévola “redención”, en encontrar cualquier cosa que nos salve de nuestras cadenas? ¿No significa entonces que buscamos justificar por cualquier medio nuestras acciones y restarles importancia y trascendencia cuando lesionan intereses ajenos?
A parecer personal, el pasaje descrito revela lo que el ser humano realiza naturalmente: decimos que nuestra conducta no es pecado, decimos que no hicimos tanto daño como se nos imputa, sostenemos que lo que hicimos no es verdaderamente un crimen y que otros son los delincuentes, no nosotros.
Intentamos, a través de cualquier medio, alcanzar la redención que nos habrá de otorgar un ser supremo o la norma jurídica, a través de la compleja maquinaria gubernamental.

¿No seremos, entonces, igual que Rodion Raskolnikov?


[1] Real Academia Española, http://www.rae.es/, consultado el 28 de febrero de 2013.