Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

jueves, 22 de diciembre de 2011

Proceso...

El proceso de escritura es un ritual sagrado.
Ojalá pudiera sentarme frente a la computadora y comenzar a escribir, como si fuera algún reflejo automático e inconsciente de mi organismo. Ojalá todo operara de esa manera.
Desafortunadamente, en mi caso al menos, para escribir necesito que se den ciertas condiciones ideales; ciertos “preparativos”, si hemos de llamarle de alguna manera.
Son pequeños detalles, de las cosas más simples y deliciosas, que precisamente por su pequeñez se convierten en lo más importante al momento de la creación literaria.
Preparar una taza de café, con tres cucharadas de azúcar y crema; o de té, ahora con mis costumbres budistas recién adquiridas.
Arreglar el ambiente, con la música adecuada, es esencial. No puedo escribir tragedia mientras escucho a Lady Gaga o Alejandro Sanz o Shakira. No puedo escribir de amor y eterna felicidad si escucho el Réquiem de Mozart… (bueno, tal vez esto último sea un poco más factible).
La comida.
La comida resulta más que necesaria. En muchas ocasiones, incluso cuando estaba a mitad de mi tesis de licenciatura, necesitaba estar en un lugar donde hubiera comida (o más bien que en donde fuera que estuviera debía haber comida) de preferencia algo que se pueda utilizar como botana o fácil de consumir (un plato fuerte estorba al momento de consultar libros o simplemente escribir); también un postre es agradable y aceptable a la hora de la redacción (el azúcar ayuda, según tengo entendido).
En lo que a mí respecta, todos estos preparativos para escribir relajan y despejan mi mente y así no interrumpir el torrente de inspiración.
Los sonidos en espacios públicos (restaurantes o cafeterías) también me ayudan a relajarme: el sonido de los cubiertos en los platos o de la cuchara al mezclar el café.
Tengo siempre a la mano mi libreta de apuntes en donde, completamente en desorden, anoto las ideas que habré de poner en el cuento o en el capítulo. Limpio mis lentes… y comienzo a teclear.
Como dije, es todo un ritual sagrado.



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