Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 9 de diciembre de 2013

Y entonces nos besamos.

—Quiero besarte la espalda —me dijo apenas en un susurro, directamente a mi oído, en un tono cubierto de expectativa y deseo, con un verdadero anhelo.
Estábamos envueltos en la oscuridad de la habitación, solo unos cuantos rayos de luz entraban por la ventana, a través de las persianas que se encontraban abajo. Ya era de noche, una noche de invierno, pero no hacía frío, nuestros cuerpos mantenían una temperatura agradable, sus manos ardían, sus labios quemaban mi piel.
Giré un cuarto de vuelta y quedé frente a la ventana, él se colocó detrás de mí.
Con una mano acarició mi cintura, recorrió desde mis piernas hasta mis hombros, prácticamente sin despegar sus dedos de mi piel desnuda; su boca humedecía mis oídos y besaba mi cuello, el vello de su barbilla, que apenas crecía, me hizo emitir un gemido más, que se sumó a la cuenta que ya llevábamos.
Cerré mis ojos, más por una reacción instintiva que por cualquier otra cosa, y mordí mis labios con deliciosa fuerza, sutil pero insistente. Fue entonces cuando tomé sus glúteos con mi mano y lo junté más hacia mí; quería tenerlo en mí, a mi lado, sobre mí, donde fuera. No soportaba la idea de separarme de él.
—Me encantas —decía él con su seductora voz susurrante.
—Y tú a mí.
Apenas podía responder, mi respiración estaba entrecortada y no podía estructurar alguna frase coherentemente; me envolvió en un fuerte abrazo, mientras me sujetaba por mi pecho, pegó su pelvis con mi cadera y comenzó a mantenerme encendido, mientras con su otra mano envolvía mi deseo, para llenarlo más y más de puro placer.
Entonces llegó su advertencia.
—Voy a penetrarte, quiero entrar.
Fue una anticipación, compartía sus deseos conmigo; no deseaba mi aprobación, pues sabía que ya contaba con ella; no fue una pregunta.
—Hazlo, tómame. Soy tuyo…
Se puso de pie, se colocó el anticonceptivo y me arrastró por la cama hasta donde él estaba de pie. Levantó mis piernas y las colocó en sus hombros; me tomó el rostro con una mano y con la otra dirigió su miembro lubricado.
Cerré mis ojos y fue ese momento en que lancé una plegaria a los dioses paganos y ancestrales; en mi garganta se ahogó un gemido y de nuevo mordí mi labio.
Fuimos uno solo, una misma alma en dos cuerpos que en ese momento se unieron para generar un ser luminoso, un resplandor, un ente maravilloso y brillante que comenzó a danzar al compás de la música; un ser que destacó la belleza de los movimientos y dibujó la maravilla de la escena.
Nos movimos con delicados vaivenes; después, presas de un inexplicable e intoxicante frenesí, todo fue más rápido, al parecer caótico, desenfrenado, pero en completo control y precisión.
Mi pecho se cubrió de sudor, su espalda también; nuestras bocas estaban sedientas y entonces nos besamos.
Sobre mí, la cálida esencia de su amor cubría los poros de mi piel, mezclándose con cada gota de mi pasión. Y entonces nos besamos.
Terminó rendido a mi lado, ambos con nuestra respiración agitada y una enorme sonrisa de satisfacción; a pesar de la oscuridad, podía ver su rostro, sus ojos, su nariz, su boca; y entonces nos besamos, mientras entrelazábamos nuestras manos y disfrutábamos de la plenitud de nuestros cuerpos. Me besó mientras acariciaba mi espalda y mis nalgas, mientras me hacía cumplidos y repetía que me amaba.

Y entonces nos besamos.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tan solo escribo

Siempre escribo en cafés, o con café, como sea; hoy siento una deliciosa añoranza dentro de mi ser. Abrí la computadora (el lugar está cálido y el mundo frío, mi bebida tan caliente que la tengo que tomar con cuidado, unas deliciosas notas llegan a mis oídos a través de los pequeños audífonos negros) y comencé a leer, con toda la intención -lo aseguro- de trabajar un rato en mi trabajo de investigación.

De pronto me inundé de poesía y narrativa, cosa que me hizo llegar hasta este lugar y escribir un poco (aunque sea) para sentirme mejor (digo sentirme mejor pues me inundó un sentimiento cálido, agradable al inicio, pero que después se convirtió en una urgencia por pasar mis pensamientos al papel, a la pantalla, a donde sea), desahogarme y quedarme con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Mágico. Maravilloso.

jueves, 7 de noviembre de 2013

En mi café.

Pues bien, esta noche escribo en el rincón de mi café favorito, con una taza ya medio vacía de café ya medio frío. Estoy sentado enseguida de una lámpara de pedestal que expide cálidos rayos de luz amarilla. Delante de mí está todo a la vista, todas los clientes en sus mesas o sillones, con tazas, vasos o platos frente a ellos; o libros, hojas y cuadernos. Unos entran, otros salen, y todos los que permanecen sonríen ante las conversaciones que (seguramente) deben disfrutar.

Veo lo que sucede y no sucede nada, al menos nada fuera de lo cotidiano. Veo a la chica que atiende detrás de la barra, de pronto un tanto lenta cuando se trata de atender una mesa, pero completamente abrumada, cuando debe atender diez, trece o quince mesas; observo a las dos muchachas que están enseguida de mí, con libros y cuadernos por todos lados. Las ropas de invierno ya comienzan a salir de los armarios oscuros, ya se ven bufandas, boinas, abrigos; en las mujeres, botas para esta noche fría y húmeda. Pero la calidez del local es lo que más me agrada, generada por las enormes máquinas de café, las lámparas y, claro, por quienes nos encontramos aquí dentro.

Los clientes piden bebidas calientes, aquellos que llegan para calentar sus manos; los que ya estaban aquí dentro, para continuar con la tranquilidad que una humeante taza de café, té o chocolate, les brinda, para continuar con la calma de la plática de amigos o el disfrute de una lectura en solitario. Sólo uno de todos lee en silencio; sólo uno lee solo.

Rostros conocidos y desconocidos. Amigos que se saludan, como si hiciera mucho tiempo que no se ven. De pronto el local se llena; hay ruido, risas y pláticas que resultan casi indescifrables.

Sentado en un rincón del café, veo lo que sucede y no sucede nada.

domingo, 27 de octubre de 2013

Anthony Gayton.

Desde que descubrí las fotografías de Anthony Gayton su trabajo me ha parecido, en una palabra, excelente.

Aquí dejo una pequeña muestra.






lunes, 14 de octubre de 2013

Luces

Luces nocturnas, encendidas;
invisibles, cubiertas por mantos nebulosos;
imperceptibles ahora a mi vista desnuda;
luces nocturnas, a quienes millones y millones de voces hablan e imploran,
Luces.
Blancas, amarillas, azules, verdes o rojas, esparcidas... lejanas.
Luces eternas, escuchen mis plegarias, que encuentre calma entre el caos de la mente turbada; que encuentre calma entre mis arranques de ideas maniáticas...

Luces, que encuentre calma.

miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Eres novio de tu mejor amigo? Parte 2

[...]
Héctor y yo ya teníamos cerca de un año de vernos prácticamente todos los días, y claro hacíamos de todo, íbamos al cine, salíamos a cenar, nos poníamos a hacer tarea de la universidad (él estudiaba Químicas y yo Derecho), hablábamos de nuestros desencantos amorosos y esos problemas existenciales de unos jóvenes de diecinueve-veinte años; hasta que, en algún momento —no pudiera decir exactamente cuándo o con qué evento en particular; tal vez fue algo repentino o, tal vez, fue algo gradual— dejé de ver a Héctor como alguien que estuvo ahí en incontables ocasiones, detrás de las peleas con mis padres; dejó de ser ese alguien a quien le contaba de todo y a quien escuchaba atentamente; dejó de ser esa persona a la que respetas y te comprometes en serio con sus palabras y sus consejos.
Toda nuestra historia se encuentra entrelazada de una manera por demás íntima, y se remonta a cuando solamente teníamos seis o siete años de edad.
Lo conocí en tercer año de primaria y me enorgullece decir que es el amigo más viejo que tengo. Cada uno siguió caminos distintos durante la secundaria, para luego reencontrarnos en la preparatoria (aunque comenzamos a tratarnos de nuevo al final, para entrar a la universidad).
Fueron años difíciles para mí, con problemas familiares y de autodeterminación que tenía presente todos los días; del rechazo de algunos que se ostentaron falsamente como amigos míso, debido a mi orientación sexual; pero, afortunadamente, también de mucha realidad —la realidad no tiene cosas buenas o malas, la realidad… simplemente es real—. Afortunadamente fue cuando llegaron a mi vida esos buenos amigos que hasta el momento conservo, fue en ese tiempo cuando me extendieron la mano simplemente a cambio de una sonrisa; y, uno de ellos, indudablemente fue Héctor.
Una noche de diciembre de 2006, en una de tantas salidas de fiesta, bailamos y nos reímos (como siempre) y nos miramos en algunas ocasiones directamente a los ojos (como nunca).
Después de esto, él fue quien me llegó a asegurar que todo estaría bien y que no tenía que temer. Fue cuando me llegó la duda, esas interrogantes negativas a las que me referí en párrafos anteriores, pero mi ansiedad se esfumó el momento en que me dijo “Por mí, te prometo, que si no funciona, todo seguirá igual”.
Si él podía hacerme esa promesa… por qué yo no. ¿Por qué no me podía comprometer de la manera en que él lo hacía?
De alguna forma, ahora que lo pienso en retrospectiva, sabía que era lo que debíamos hacer; era el paso que había que dar, el camino que era necesario comenzar a recorrer; para llegar a un destino nebuloso y confuso, pero al que habríamos de llegar juntos; uno al lado del otro.
Cierto es que comenzamos con miedo e incertidumbre, pero también con una alegría que no habíamos sentido con alguien más. Corro el riesgo de armar un perfecto cliché, de sonar como un cursi personaje en alguna novela doblemente cursi; pero todo esto fue cierto, desde el principio sentí una ligereza de espíritu que no me había sucedido con alguien más. Supongo que esas fueron las primeras señales de que todo saldría bien, que todo iría como debe de ir; y puedo asegurar —pues esto es lo que te deja una relación de este tipo, un conocimiento indudable hacia la otra parte de esa misma persona— que él sintió lo mismo.
La tranquilidad que me dejó sostener su mano (la mano de mi amigo), de una forma distinta, pero al mismo tiempo sumamente familiar, como si eso hubiera estado ahí, desde siempre, fue algo que me animó a seguir adelante y aceptar aquella invitación que me hizo esa noche de invierno.
Si tuviera que resumir nuestra historia —a pesar de que no me detengo al demostrar mi oposición al respecto, completa y firme—, diría que ésta se ha basado en la confianza y la seguridad; que se ha nutrido de la risa, las bromas y la ligereza de espíritu; mediante un tipo de acuerdo no hablado, dejamos de lado la constante energía negativa (o, al menos, la mayor cantidad posible) y nos enfocamos en esos aspectos positivos de nuestra relación —sin que esto implique, naturalmente, la ceguera en relación a los problemas y los disgustos del otro—; aprendimos a aprovechar más el tiempo entre risas, besos y abrazos, que en discusiones y reclamos.
Para nosotros, la relación amorosa que surgió de una amistad, ha sido la forma para reafirmar ésta última y hacer cotidiana la alegría —y hasta cierto punto la despreocupación por los detalles insignificantes que surgen con el diario convivir de dos personas— para alcanzar un objetivo pretencioso (para unos) y básico (para otros): una relación.
El paso de los años (ya siete el próximo diciembre) nos ha marcado con un constante ciclo de enseñanza-aprendizaje, de uno para el otro; ha sido pesado pues hemos atravesado por los problemas claros de todos nosotros, más los inherentes a una relación sentimental entre dos adultos. No dejamos de aprender, el uno del otro; estamos ya más comprometidos, con nosotros mismos y con la relación de los dos, estamos más inmersos en un mundo cada vez más inminente que es el realizar una vida en común; las responsabilidades crecen, los problemas —si bien, no necesariamente se incrementen en número— evolucionarán de un tipo a otro; pero la forma en que aceptamos los besos o las bofetadas de la realidad siempre ha sido la misma, es con una sonrisa y siempre sosteniendo la mano del otro.
Somos amigos, amantes, pareja; estamos comprometidos y, para mí, enamorarme de mi mejor amigo fue un verdadero reto, no tanto por el miedo al futuro sino porque él conocía ya gran parte de mi pasado, y aun así me extendió su mano. Para mí, fue algo maravilloso, como compartir todo un sentimiento de complicidad; somos cómplices, él y yo, con una conexión cósmica o divina que de alguna u otra forma nos mantiene unidos.


Agradezco a quien, debido a su pregunta, comencé a redactar estas escasas y precarias líneas —que tal vez en nada demuestren cómo fue mi experiencia al enamorarme de mi mejor amigo—; por esa pregunta, que fácilmente pude responder con unos cuantos tuits, retomé esa pregunta que estaba ya en mi interior y que genera un tema que jamás me cansaré de repasar y considerar.

Octubre 2013.

¿Eres novio de tu mejor amigo? Parte 1

Gracias a la pregunta de una persona —usuario de Twitter y seguidor mío—, escribo ahora acerca de cómo fue que me enamoré de mi mejor amigo. Me parece que ya había escrito algo al respecto, pero se escapa de mi memoria lo que (si acaso) dije en aquel momento.
Tal seguidor —de quien simplemente sé su nombre de usuario y dirección en la red social; y que, a pesar de estos diminutos fragmentos de información acerca de su identidad, mantendré en el anonimato— me abordó con la interrogante que titula éste escrito.
¿Eres novio de tu mejor amigo?
Mi respuesta, naturalmente, fue sí; al menos por una parte, mi mejor amigo llegó a convertirse (y permanece así) en mi pareja por casi siete años. Posteriormente, aquel usuario con Arroba Mayúscula, me preguntó ¿cómo había sido? Pues no es algo común.
En primer término, me parece que esta realidad es más común de lo que alcanzamos a percibir; y que, en muchas ocasiones, los mejores amigos son quienes terminan juntos en un noviazgo o incluso unidos por el vínculo matrimonial.
La amistad es ese motor que inicia y fortalece la relación entre pareja, de forma natural y continua; la amistad, claro está, aviva las relaciones interpersonales, de cualquier tipo y esencia, pero atendamos a la directriz de estas líneas y a su idea central. El componente amistad, en una relación de pareja, sentimental, amorosa, resulta preponderante en su éxito o fracaso; aunque no afirmemos que es un elemento indispensable, sin el cual no podría existir una relación afectuosa e  incluso amorosa, lo cierto es que desempeña un rol (¿decisivo?) en el convivir de dos personas.
Sin intención de abordar los temas que, acerca de la amistad, los griegos han analizado, me atrevería a afirmar que ésta constituye un sincero vínculo entre dos personas, quienes posteriormente podrán convertirse en amantes. Un vínculo de unión, cohesión y estabilidad que les habrá de ayudar en los próximos días, años, décadas.
Decía que esta realidad puede ser más común de lo que creemos. En muchas ocasiones vemos amigos convertirse en novios y después en esposos; a lo que, quizás, esta persona se refería, era a una realidad poco perceptible dentro del mundo de la homosexualidad. Cuestión que pudiera tener varios motivos o razones, principalmente el evidente interés en las apariencias —tanto físicas como de estatus sociocultural—; otro motivo, es la desmesurada inclinación en la búsqueda de encuentros sexuales, con una mayor facilidad; un motivo más, atiende ya a exigencias del mundo moderno en vivir en el carril de alta velocidad y no disfrutar del panorama que rodea el avanzar de la vida. Razones (todas) que no resultan exclusivas de personas homosexuales, sino que se presentan también en los patrones de conducta de hombres y mujeres heterosexuales; sin embargo, las ubico en la primera perspectiva, meramente por contar con una pronta y directa referencia.
Estas razones (y seguramente muchas más) traen como consecuencia relaciones cortas y superficiales que, contrario a buscar una durabilidad y estabilidad, representan fracasos sentimentales en los protagonistas de los enredos sentimentales humanos. Lo que, en consecuencia, arrojará como resultado una percepción de que quienes son amigos, difícilmente pueden llegar a mantener una relación sentimental sólida, estable y confiable, pues no es esto lo que se busca desde un inicio.
Ahora bien, la idea de formalizar una relación con un amigo es una decisión imprudente, arriesgada e incluso peligrosa, atraviesa la mente de muchas personas, pues incluso sucedió en mi experiencia.
¿Qué pasa si no funciona? ¿Podremos seguir igual?
Quisiera aclarar que nos encontramos en un punto crítico, en el que (de entrada) intentamos prever un resultado, con base en interrogantes negativas; como si, por defensa propia, estuviéramos predispuestos a una derrota y una separación entre nosotros y nuestro amigo.
Si hablamos de una amistad, una verdadera amistad, no tendríamos por qué hacernos este tipo de preguntas; y, si tenemos dudas, no sería mejor preguntarnos ¿qué pasará si todo funciona bien? ¿Podremos estar mejor que como estamos en este momento?
La cuestión es que nos resulta difícil aceptar que algo en efecto salga bien o mejor a como lo esperábamos (como ese mecanismo defensivo), para evitar una decepción sumamente fuerte y dolorosa. Pero las cosas pueden salir bien.
La línea de acción no está trazada y la pareja construye tanto su existencia como su convivencia; de ellos depende —en gran medida, pues dentro de las relaciones humanas en general, y de las relaciones sentimentales en particular, influyen un sinfín de variables y elementos que llegan a generar una realidad distinta— alcanzar los objetivos que en conjunto e individualmente se trazan.
Pero, una vez sorteado ese momento de duda y miedo, seguros de la relación de amistad que ya existe, previa a la romántica que se pretende iniciar, se puede avanzar de forma tranquila y despreocupada mas no desinteresada, permítaseme la aclaración.

Pero la intención de este escrito no es el de realizar un estudio acerca de la amistad y el amor, sino, decir cómo fue mi experiencia enamorándome de mi mejor amigo.
[...]

domingo, 25 de agosto de 2013

Un partido de fútbol II (tres o cuatro segundos)

[...]

Todos experimentaban esa unidad que los guiaba hacia un lado y hacia otro; no estaban solos, pues, al menos tenían a cinco personas más que entendían lo que sucedía; cosas buenas o malas; tristezas o felicidades. Igual de locos como los demás.
Para ese momento, Jaime entendía las características específicas de cada uno de sus amigos y del grupo en general; percibía perfectamente lo que distinguía a sus camaradas y lo que los hacía únicos; aunque, muy a su pesar, ni siquiera pudiera decir lo mismo de él. ¿Cuántas veces no sabemos siquiera que tenemos ojos color café, o verde, o de la miel? ¿En cuántas ocasiones ni siquiera nosotros podemos describir nuestro rostro, aun y cuando lo vemos todos los días en el espejo? Jaime, como todos nosotros, de pronto olvidaba el color de sus ojos.
Sin embargo, había un par de ojos que nunca podía sacar de su mente, pues permanecía grabado a fuego y música en su alma, como dos espectros que lo seguían y se empeñaban en acompañarlo a todos lados; incluso cuando él deseaba, con fuerzas sacadas de la desesperación y la nostalgia, estar solo; incluso en esos momentos, los ojos de Oscar estaban presentes. En sus párpados, en sus propios ojos, en su propia vista.
Oscar siempre insistió en continuar con esa bella costumbre de tumbarse en el pasto y encender uno o dos cigarros, después de todos los juegos, como para las doce de la noche. Realmente no fue el gran amigo de Jaime, pero con éste era uno de los seis fundadores y concretamente siempre estaban ellos dos y Miguel; así que el tiempo los remontaba a los años de bicicletas, pelotas y rodillas raspadas (que en realidad no eran tiempos muy diferentes a estos días, salvo, quizás, que entonces no fumaban); la amistad venía ya desde que Oscar se cambió al barrio, a unos departamentos que estaban en el último piso del último edificio de la calle Paseo, la más larga (y desatendida) de la colonia.
Desde entonces, Oscar, Miguel y Jaime, acostumbraban subir a la azotea del edificio donde el primero vivía e imaginar aventuras, viajes espaciales, conquistas de piratas; después, con el paso de los años y el crecimiento de los niños, se convirtió en el lugar perfecto para aventar globos con agua, huevos y usar sus tira lilas; y, después, observar las revistas con mujeres desnudas, que eran penetradas por uno o dos, que Miguel traía de su casa —el hermano mayor de Miguel era el héroe de los niños de la colonia, tenía tres novias y a los diecisiete años tuvo su primer hijo—.
Fue por esa cuestión —llegar a casa de Oscar resultaba muy complicado— que, cuando a mitad de un juego cayó lesionado al cemento, terminó en casa de Jaime.
Los muchachos dijeron que lo vieron dar como tres vueltas en el aire, antes de caer y rodar todavía en la cancha, pero la exageración era siempre un elemento presente (y constante) entre ellos. Lo más seguro es que se haya torcido el tobillo y luego cayó con las rodillas, por eso la sangre bajaba a sus piernas. El partido se suspendió aquella noche, pero Oscar no podía caminar, y sus heridas debían de ser atendidas, lavadas, las piernas envueltas en vendas.
—Sí puedo —decía mientras intentaba caminar torpemente—, no es mucho pedo. Llego a la casa y ya.
Es la desventaja de convivir tanto tiempo con puros hombres, la necesidad de demostrar su fuerza física ante todos, te lleva a hacer cosas estúpidas. El dolor se notaba en su rostro, y Jaime se dio cuenta de eso.
—Vamos a mi casa, está más cerca que la tuya. No vas a poder subir las escaleras.
Naturalmente que Oscar no aceptó la primera vez que Jaime le ofreció alojamiento, ni la segunda ni la tercera. Pero cuando sus calcetas deportivas y tenis se mancharon de sangre, por unas gruesas gotas que sobrevivieron a la trampa de vellos que eran sus piernas, aceptó con un casi inaudible está bien. Quizás por quitarse a todos de encima, quizás porque le dolían las piernas, quizás por ambas razones. Miguel y Jaime llevaron a Oscar por la calle, a pesar de sus constantes y para nada convincentes objeciones.
—No mamen, ni que me hubiera quebrado las piernas —rezongaba conforme avanzaban y se alejaban del parque.
Les pedía que lo dejaran, les repetía que se veían ridículos los tres; y los muchachos habrían hecho caso, si no se le torciera el rostro de dolor al apoyar las piernas y si no perdiera el equilibrio con cada paso que intentaba dar.
Quizás sí había dado tres o cuatro vueltas y rodado tres o cuatro ocasiones, y el corazón de Jaime se detuvo tres o cuatro segundos para evitarle el dolor y la angustia, un mecanismo de autodefensa, sentimental e involuntario.
Al fin llegaron a la casa de Jaime, y lo llevaron directo al baño. Tal vez ahí sí podría arreglárselas él solo, si no es que estaba ya muy cansado para mantenerse de pie; además, requería ya mojarse completamente las piernas, había sangre seca y los vellos estaban arremolinados, traía pequeñas piedras en las heridas.
—No necesito bañarme —dijo Oscar con una risa de incredibilidad y juego—.
Ya se había relajado un poco, su ego ya no estaba en peligro, ni tampoco su valentía masculina. Ahora que ya no estaban en la calle, a la vista de todos, podía tranquilizarse un poco. Estaba con sus amigos, con quien compartió años y años de aventuras —y, por consiguiente, lesiones más graves que esa—; ya no había ningún problema, ahora sí quería que lo consintieran.
—Pinche aferrado —le dijo Miguel mientras traía una toalla y una silla de plástico que estaba (lo sabía) en el cuarto de Jaime—, te chingas y te aguantas.
—Uy sí, y qué, ¿me van a bañar los dos, como viejito? O es que quieren quitarme la ropa.
Maldita sonrisa.
—SÍ—gritó la voz interna de Javier.
Ya lo habían visto semidesnudo en otras ocasiones, con su espalda sudada y el vello —poco y fino, pero firmemente repartido— de su pecho húmedo. Le había visto en pantaloneras ajustadas que resaltaban su entrepierna y sus glúteos; pero, en ese momento, deseaba verlo sin ropa, completamente desnudo, como hombre, no como amigo o como niño que solía quitarse el traje de baño para nadar por las noches en aquellos días de campo. Deseaba ver la fuerza de sus piernas, su abdomen ya un poco descuidado; observar su miembro y el pelo negro que debía rodearlo.
—Báñate tú —dijo al fin Jaime, en contra de todas sus ansias—. Yo te dije que podías llegar a mi casa, no que te iba a curar. Supongo que puedes limpiarte solo, no te quebraste los brazos o las manos.
Miguel y Jaime lo dejaron solo y cerraron la puerta del baño. Se escuchó el agua correr y pequeños gemidos de dolor, cuando Miguel dijo que se iba, ya lavado y con unas bandas, podría caminar mejor y llegaría hasta su casa.
Jaime no evitó que su corazón saltara de pura emoción.
Después de echar el seguro de la puerta, regreso a la cocina y tomó unas bandas de una parte de la alacena. Entonces se detuvo justo a un lado de la puerta del baño. Aún escuchaba el agua caer, al menos lo que había para esa hora de la madrugada; aunque lo que lo tranquilizó fue que ya no escuchaba las quejas de dolor, a fin de cuentas siempre te acostumbras al agua.
Entonces un impulso lo llevó a abrir la puerta del baño, dejó las bandas en el lavabo y fue cuando observó a Oscar sentado en la silla, con la cabeza reclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Su respiración era serena, tranquila; disfrutaba del agua en sus piernas (ya limpias) pues movía sus dedos lentamente.
Jaime no supo si lo había escuchado entrar o no, pero algo lo llevó a tomar el jabón que estaba en el piso y a enjabonar su rodilla. Lentamente pasó sus manos sobre la herida y sintió la reacción del cuerpo de su amigo, se estremeció. Aún estaba abierta, era carne viva, aunque también sintió la reacción en su propio cuerpo, aunque por motivos distintos.
Oscar abrió los ojos y observó directamente a Jaime, quien regresó la mirada pero no se detuvo. Con una mano continuó masajeándole la rodilla y el muslo, y con la otra acariciaba su pantorrilla. Ambos rompieron la conexión visual que mantenían y cada uno continuó con sus pensamientos. Cerró de nuevo los ojos mientras Jaime se aventuró a acariciar debajo de la tela del short que traía su amigo. Su entrepierna ardía y su corazón latía con fuerza, lo podía sentir completamente. Algo maravilloso.
La ropa de Jaime estaba un poco mojada, el agua caía a su lado, pero no importaba, nada importaba; en ese momento, infinito y persistente, solo estaban ellos dos. Así de simple, solo ellos dos.  
Pasaron tres o cuatro segundos y la puerta del baño se cerró, la casa de nuevo se inundó en oscuridad y silencio.


Agosto de 2013.

lunes, 19 de agosto de 2013

Aroma.

Deliciosas caricias, de manos invisibles, se apoderan de los sentidos, con fuerza y voluntad propia.
Violadoras de deseos y fantasías, amantes de locuras.
Las caricias, esas caricias de manos silenciosas, despiertan cada uno de mis anhelos y desentierran esperanzas muertas, ya descompuestas.

Esas caricias, que nacen desde el centro de su humanidad, debajo de efímeras capas de tela; mezcla de sudor y piel.
Por donde respira el placer, reposa sobre su anhelo abultado; recibe los golpes de la delicia. Hambriento de aroma sexual.

Caricias y aroma, ente uniforme que ataca el corazón. Respiro profundamente, cierra sus ojos y gime. Perdemos la razón, me enloquece olfatear. Se derrumba con mis caricias.

De nuevo respiro, profundamente, hasta saciar mis pulmones; aprieto con fuerza sus glúteos, cierro mis ojos y me pierdo en su aroma personal:
Hombre, sudor y sexo.

Cierro mis ojos, respiro por tercera ocasión…


≈ ≈ ≈ ≈

Un partido de fútbol.

Ya era costumbre en la colonia que para las diez de la noche, los jóvenes mayores —quienes escapaban ya de la adolescencia mas no eran propiamente novatos en la universidad— se juntaban en las canchas que había en el parque, a jugar fútbol, unas dos horas.
Era el momento perfecto pues ya no había tantas personas alrededor; ya no había personas que caminaran alrededor, salvo unos cuantos que, como aquellos jóvenes, disfrutaban del fresco de la noche y preferían aquellas horas para salir a pasear a los perros o convivir con la pareja, aunque eran los menos.
Se adueñaban de los enormes rectángulos de cemento, con las estructuras blancas de tubos y sin redes, ya de noche; para cuando los niños ya no gritaban o corrían por todos lados, seguramente atravesándose entre los diez jugadores que se moverían de un extremo de la plancha al otro; o cuando las parejas de adolescentes —las menos fastidiosas— ya no se perdieran entre los árboles y el pasto crecido de una de las esquinas del parque; para cuando pudieran maldecir y gritar todo tipo de ofensas (siempre incitados y alentados por la euforia del juego y esa compañía, cargada de testosterona) los unos a los otros, sin que familiares o mujeres humildes de faldas largas, con costosas cadenas de oro e impresionantes crucifijos incrustados de diamantes, los voltearan a ver con esa mirada inquisidora y censuradora (con una santa mirada inquisidora).
Esa era la hora perfecta, cuando el calor ya no molestaba; cuando podían fumar a gusto, sin el siempre latente temor —aunque algunos pretendieran lo contrario— de ser descubiertos y reprimidos, si bien no severamente, al menos sí ante sus amigos, sus compañeros de vida, sus hermanos de calle; lo que naturalmente resultaba ser mucho peor.
La mayoría de los muchachos habían jugado en esas canchas desde que eran apenas unos niños.
El grupo inicial se conformaba por seis pequeños que pronto crecerían y se convertirían en jóvenes alegres y animados, con sus problemas y preocupaciones; con sus decepciones y enamoramientos. Sobre todo con sus enamoramientos.
Los otros cuatro lugares, no siempre ocupados por las mismas personas, se mantuvieron inestables a través de los años. Eran como una sociedad peregrina, como una población flotante que poco o mucho puede ayudar al grupo principal; pero que, al menos, en el caso de los muchachos de las canchas, mantenía un número mayor de jugadores, y traía un equilibro a todo ese entorno.
En ocasiones llegaban a estar doce jugadores, esa ya era una ocasión especial; pero Jaime prefería jugar con los seis de siempre, los mismos de toda la vida. Era una seguridad lo que sentía dentro de su espíritu, se veía en familia, se sabía en completa confianza.
Mucho habían compartido esos muchachos que seguían juntos, incluso a pesar de todas las obligaciones que llegan conforme se acumulan los años; incluso sobre todas las diferencias, por encima de las escuelas, los trabajos, las novias o ya los hijos (aunque solo dos debían responder ante esta última obligación).
Ellos eran el equipo; el juego estaría completo aunque solo estuvieran cuatro jugadores en cancha con el balón, las piernas, las rodillas, las cabezas; dos protegían las porterías, atentos al esférico monocromático, ya raspado y gastado por tantos campeonatos en los que había participado.
Jaime disfrutaba cuando los seis estaban juntos, pues siempre, al final del partido, del juego, de la cascarita, como fuera; todos se sentaban en y alrededor de una banca que estaba a un costado de la cancha. Entonces hablaban, como humanos, como hombres que eran. A veces de cosas importantes, como la seguridad o problemas de familia; a veces de completas estupideces, sumamente normal. Se sentaban en el pasto, sobre la banca, en el respaldo, no importaba; era un círculo íntimo, en donde los guerreros que pretendían ser se sinceraban y hablaban con franqueza, de amor, de odio, rencores, venganzas. Eran humanos, eran hombres.

—Tan solo somos esto y nada mejor —pensaba Jaime cuando reflexionaba en silencio, mientras escuchaba, contemplaba y se maravillaba con el comportamiento de sus amigos.

[...]

domingo, 11 de agosto de 2013

No quería despertar.



El sueño fue tan real que no quería despertar:

Desnudos estábamos, entre las cobijas de la cama
con risas, besos y caricias.
Tus manos jugaban en mi piel, tus ojos me seducían libremente.
No quería despertar.
Tomaste mi cintura, me besaste sin censura.
Tus manos reclamaron lo que deseaban.
Abiertamente, libremente, sin conciencia;
ninguno pensaba en lo que hacíamos.

Era tan maravilloso, que no quería despertar.

≈ ≈ ≈ ≈


domingo, 4 de agosto de 2013

El lobo le aullaba a la luna.


La visión del bosque le fascinaba,
la emoción de convertirse en aquella
magnífica criatura, lo extasiaba.
Pero fueron sus caricias, las del hombre,
 las que hicieron que
lo llegara a amar como un animal.

El lobo le aullaba a la luna,
al menos eso pensaban, pero en realidad
le aullaba a su amor,
un amor extraviado que buscaba
tan solo una señal para regresar a casa.




¿Qué habremos de escribir?

¿Qué habremos de escribir en un blog?

¿Qué temas —novedosos, pasados; de historia, de ciencia, política— se abordan en un espacio que es tuyo y de nadie más? ¿Qué quieren leer tus muchos o pocos lectores? De pronto es como tener tu propia revista o periódico; y, poco a poco, termina por convertirse en una obligación  más que en el delicioso placer de desahogarte y contar al espacio y a la nada (quizás), lo que atraviesa por tu corazón o tu mente.

Te olvidas que tienes ese espacio reservado para ti, que tal vez alguien te lee, o probablemente nadie lo haga; pero esa ventana estará ahí, para que puedas abrirla y gritar lo que quieras, a quien quieras. En otro momento, acudía a este rincón con regularidad, no como niño castigado que se resigna a aceptar un castigo; sino como un jovial amigo que regresa, con gusto y entusiasmo, a conversar de sentimientos, pensamientos y emociones.

Las palabras son parte de mi universo; los párrafos y la prosa forman el camino que habré de seguir. Camino tortuoso o cubierto de pétalos, no importa… las letras están en mí.


¿Qué habremos de escribir en un blog? Al menos, yo, escribiré de lo que pase por mi mente, lo que sea que llame mi atención y lo que sea que decida.

domingo, 30 de junio de 2013

¿Será posible?

¿Será posible poner en palabras la deliciosa sensación que experimentó cada vez que lo tomó entre sus brazos?
La noche era fresca y el tacto con su cuerpo era irresistible.
El calor de la piel, de su respiración.
Lo recuerda perfectamente.
Lo recuerda todo.

Se recostó sobre las cobijas, las velas ardían.
Un cuarto vacío, salvo por una cama y dos anhelos.
Hadas de fuego danzaban sobre sus altares. Una delicia.
Lo tomó de su cintura, con ambas manos; no deseaba hacerle daño, tan solo acompañarlo en el mejor viaje que jamás haya realizado.

Colocó las piernas, una de cada lado de su cuerpo;
con la punta del deseo atravesó el umbral de las fantasías,
donde nacen y mueren las ilusiones.
Encendió la llama en su interior, incendió su mente,
con la antorcha que irradiaba lujuria.
Cerró sus ojos, exclamó tantos gemidos que fue imposible contarlos. Tomó entre sus puños las sábanas, mientras recibía la delicia de su amor.
Fue una experiencia humana, mejor que todas las divinas que pudieran existir.

¿Será posible, explicar con palabras la deliciosa sensación que experimentó cada vez que tomaba su cuerpo?
¿Cómo describir el contacto de dos seres humanos?
¿Cómo detallar la magia de unir piel con piel, aliento y aliento; sudor y sudor?
¿Cómo expresar la magia que producen esas caricias, las manos, la boca, lengua?


¿Será posible?

domingo, 23 de junio de 2013

Tumblr.

A veces tener una página no es suficiente. En ocasiones tener un solo blog no basta, aunque de pronto no atendamos a uno ni al otro.

Tumblr: http://xandervg.tumblr.com/
Twitter: @XanderVG

¡Saludos!

jueves, 6 de junio de 2013

Retomo... espero.

Hace ya tiempo que no me doy la oportunidad de sentarme y escribir, por lo menos algunas cuantas líneas.
Últimamente he tenido mi mente en muchos otros lugares, menos en los que más quisiera; el trabajo en la oficina se vuelve cada vez más demandante, llega mucho y muy seguido; lo que ha ocasionado que deje de lado entretenimientos que anteriormente me brindaban una gran satisfacción (y una enorme sonrisa).
He estado estresado últimamente, agobiado y cansado por la carga de trabajo que tenemos; pues, a pesar de que hay días en que solamente entro a dos o tres audiencias, otros, como hoy, debo llevar a cabo cinco o seis. Pudiera no parecer gran cosa (y hay veces en que así quiero convencerme de que solamente es una jornada de seis horas), pero mi cuerpo me dice ya otra cosa completamente diferente.
Han sido días un tanto caóticos, entre mi búsqueda de tiempo para descansar y distraerme y mi imposibilidad de relajarme cuando por fin me llegan esas tardes o mañanas libres. Por una extraña razón, atravieso por ciertos períodos en los que me es muy difícil tener un sueño placentero y recuperador (en otras ocasiones, simplemente cierro los ojos y no despierto hasta la mañana siguiente); las tardes vuelan y aquello que antes solía hacer (la fotografía, la escritura, la meditación…) parecen pasatiempos de juventud, que hace ya años se han alejado de mí; pero, después llega la contradicción, aún estoy en esos años de juventud en los que debiera permitirme hacer aquello que deseo.
En no pocas ocasiones he pensado para mis adentros: ¿no era maravilloso cuando mi única preocupación era el examen final que se acercaba?
Desconozco cuál sea el motivo de esta inestabilidad… sinceramente.
Siento que el control de mis días y mis noches se escapa de mis manos, tengo la constante incertidumbre de si llegará el momento en que pueda retomar la pluma o el lente; y, sin embargo, tengo esa cancerosa sensación de que el tiempo pasa a mi lado, y los avances de los proyectos de vida pasan a segundos, terceros, cuartos y quintos términos.
Letras, imágenes, suspiros y añoranzas; todas amotinadas dentro de un cofre dorado que es enterrado debajo de kilos de realidad y lluvia gris.
Una realidad desmoralizadora, viciada, sofocada; un constante grito debajo de un interminable océano, como si viviera en un mundo de nada más que sombras, con corbatas, sacos, tacones, sombra de ojos, lociones (las mejores lociones) y cero interés por la lógica humana; ninguna preocupación por la realidad del hermano, del prójimo.
Una realidad cubierta por falsas promesas; donde ese cofre dorado, contenedor de la riqueza espiritual, humana, filial, erótica, se ve cada vez más lejos del alcance del hombre común.
Pero una realidad, a fin de cuentas.

lunes, 3 de junio de 2013

La pluma.

La pluma viaja sobre el papel, guiada por una voluntad que le resulta ajena;
la pluma no tiene conciencia por sí misma, le es arrebatada por un tirano,
por una mentalidad diferente, superior.

La pluma es una fiel servidora, una esclava y una incansable amiga,
es el medio, el camino, la vía más sincera y modesta herramienta;
con ella soy todo, hago todo; sin ella...
son solo voz, soy oído, mirada.

No existo, sin ella.

A. Rubio.

sábado, 18 de mayo de 2013

Preguntas sin respuestas, con respuestas.

Sonrisas joviales, pelos despeinados y labios manchados de chocolate y crema batida; una mirada sincera que se pierde en el infinito y el olvido, por la imperdonable falta de percepción de los "maduros", "adultos".

La inocencia no tardará en desaparecer; secuestrada, ultrajada, vejada, por tinieblas mecánicas y tecnológicas, igual que a los dos zombies enajenados que están frente a ellos.

Triste. Y después preguntarán: ¿Por qué? ¿En qué momento? ¿Qué hice mal?
Porque no lo viste.
Desde el inicio de su vida.
No observar.

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sábado, 11 de mayo de 2013

Buenos amigos.



Enamorarse no es sencillo.
El proceso mediante el cual todo ser humano, en algún momento —fugaz o duradero—, atraviesa un campo que parece estar bañado en la luz de sol y luna, no resulta sencillo ni fácil de enfrentar; sobre todo, si se hace sólo (enamorarse y no ser correspondido).
Además de esto, enamorarse de un buen amigo, o de tu mejor amigo, tampoco resulta fácil; tan no es así, que muchos prefieren darle la vuelta y dirigir sus ánimos, sueños y anhelos a otra persona; a alguien más, diferente de ese (a) amigo (a), constante en tu vida, para así disfrutar de su compañía, todavía por mucho tiempo más.
Sin embargo, enamorarse de tu mejor amigo (y que éste lo haga de ti), representa una de las grandes maravillas de este mundo. No solamente tienes la confianza de estar a su lado, sino que conoces la magia que los une, estás consiente de la fortuna que comparten y del camino que ambos llevan recorrido, uno al lado del otro.
Cierto es que se están muchas cosas en juego, muchos buenos momentos y maravillosas realidades que podrán desaparecer si algo no funciona entre ambos; aun así, sentir el abrazo del amor y del amigo, en una misma persona, representa una verdad sumamente satisfactoria y placentera.
La sensación de compartir un estrecho lazo que los une y los mantiene juntos; el compartir, igual que todos los demás, pero de una forma única, experiencias inolvidables que forjarán la vida de cada uno, es una experiencia que bien vale la pena experimentar. Es mucho lo que está en riesgo, esto es verdad; pero, es mucho más lo que se puede ganar, si ambos están completamente consientes de lo que está a punto de comenzar. Las caricias, los besos y abrazos; las palabras, las miradas y los suspiros, jamás serán como lo eran antes. Sólo es necesario contar con la disposición de los dos, obtenida mediante el conocimiento de los buenos amigos y… arriesgarse un poco.
En mi caso, enamorarme de mi mejor amigo, fue algo sumamente mágico que pronto se convirtió en el viaje de nuestra vida; en una deliciosa experiencia que lleva ya poco más de seis años. Esto, representó luchar en contra de mis miedos para decir te acepto, me decido, me arriesgo. Con nosotros, lo que llegó a convencerme plenamente, fue una promesa —tan sincera y directa—, que él me hizo aquella noche de invierno. Prometo que, si no podemos seguir juntos, en mí siempre encontrarás a tu amigo. Por mí, nada cambiará…
Le creí, fielmente, cada palabra que me dijo; sus ojos me mostraron una completa sinceridad, que crecía en su interior como grandes llamas que ardían en su mente. Le creí.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Luka Sulic

LUKA SULIC:




Momentos.

Estos deliciosos momentos en que me encierro en mis pensamientos, mis cavilaciones.
Estos deliciosos minutos y estas exquisitas horas en las que no escucho nada más que el latir de mi corazón y el sentir de mi alma.
La magia de la música, la verdad de las palabras. La sobriedad del café y la dulzura de la respiración.
Estos deliciosos momentos en que me encierro en  mi mundo de palabras y música.

Matrimonio igualitario, II


...
Es, entonces, ante este panorama de colisión, entre el derecho de exigir un mayor reconocimiento, como exigir un conservadurismo extremo; que nos damos cuenta que esta cuestión no será decidida a través de posturas y las diversas manifestaciones sociales; sino que, únicamente se alcanzará a través del mecanismo idóneo para regular una expresión de la realidad humana, dentro de las sociedades actuales.
Socialmente, no se trata de establecer si un grupo está equivocado o no; no se trata de evidenciar la falta de pensamiento de un lado o el excesivo liberalismo y distorciones que el otro realiza; no se trata de determinar que la derecha religiosa y conservadora debe prevalecer o que la izquierda desinteresada de las tradiciones y constante reformadora de realidades, subsista sobre toda señal de permanencia.
Este tema, por estas cuestiones, debe ser sometido al control de la ley; a la manifestación de las normas jurídicas a efecto de que regulen las conductas humanas, en cualquiera de sus representaciones.
Resulta necesario, por lo tanto, que el Estado intervenga a efecto de regular la práctica —como se dijo— reiterada que llevan día a día las parejas de hombres o mujeres. Es innegable que, el matrimonio es una institución —no un contrato— cultural y jurídicamente compuesto entre dos personas de diferentes sexos (al menos analizado en su concepción tradicional); sin embargo, la evolución social, generada en los niveles individuales y reflejada a nivel grupal, nos lleva a romper paradigmas que han estado presentes con el paso de los años. Nadie cuestiona ahora el derecho al voto de las mujeres, o su derecho a trabajar; pero eran realidades no permitidas, repudiadas, e incluso sancionadas, hace sesenta, setenta u ochenta años.
¿Por qué no podemos aceptar, entonces, que la realidad es otra? ¿Por qué nos cuesta trabajo entender que las estructuras sociales —y las construcciones que no son generadas por seres superiores de rayos, fuego o con coronas de espinas; sino por los hombres y mujeres que habitamos el planeta—, las manifestaciones humanas, cambian?
¿Somos tan ajenos a nuestro propio desarrollo, evolución y logros, que todavía acudimos a aquellos dueños de los rayos y el fuego para atribuirles la culpa o la gloria de lo que sucede en nuestra tierra, en nuestras ciudades, en nuestro mundo? Las estructuras e instituciones cambian, no permanecen estáticas, porque la sociedad —quien les da vida— no permanece estática.
Entonces, aceptamos que las cosas ya no son las mismas, los “adultos” siempre dicen, y son los primeros que parecen no ajustarse a ese cambio constante —con sus honrosas excepciones—.
Aceptamos que, el matrimonio es un concepto jurídico y que, como tal, está diseñado a brindar protección a los miembros de la sociedad. Pues, una cosa es innegable, todos formamos parte del grupo social, les guste a algunos o les desagrade a otros.
Aceptamos, además, que la familia —término amplísimo y sumamente viejo— no es la base del matrimonio, pues aquella ni siquiera se encuentra definida jurídicamente en ningún ordenamiento (contrario al matrimonio). No encontramos una definición contundente de lo que es la familia, pues es claro que no debemos atender a realidades nominales, sino a un conocimiento relativo de la existencia individual y colectiva, en un tiempo determinado; y, si en base a este razonamiento, la familia homoparental comienza a manifestarse abiertamente, ésta resulta necesaria de protección estatal, por medio del orden jurídico.
Sepamos los fines del matrimonio.
No partimos de la mera reproducción, pues eso denigraría la propia institución a que hacemos referencia a una fábrica de personas, a una producción programada y robótica de la raza humana.
Los fines son muchos más que la sola función reproductiva, pues diríamos entonces que si no somos fértiles o simplemente no deseamos tener descendencia, no estaríamos autorizados para casarnos —no importa que se hable de un hombre y una mujer—. Se debe procurar el apoyo, la ayuda, la compañía… el amor.
Mezclamos ya cuestiones jurídicas y filosóficas, pero atendemos concretamente a las primeras. La igualdad y la libertad, de las cuales somos receptores por nuestra propia naturaleza de humanos, pensantes y como entes meramente sociales, dotados de dignidad; que deben ser garantizadas por el Estado, a través de sus ordenamientos jurídicos. No es posible permanecer por siempre en el discurso social, pues —como ya se dijo— caeríamos en un choque de fuerzas, ambas con posturas importantes y valiosas, y así llegaríamos al subjetivismo en donde cualquier manifestación humana sería correcta y en donde el orden sería sustituido por el caos socialmente aceptado.
Se requiere entonces una respuesta estatal, a fin de regular las realidades que se manifiestan; y esta regulación atenderá —o debiera atender— de manera positiva al grupo que en determinado momento aún es considerado como vulnerable, en términos jurídicos, y con un marco normativo de carácter internacional, según la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Es por estas cuestiones, incluso para salvaguardad derechos internacionalmente reconocidos como inherentes a los seres humanos (que el Estado mexicano está comprometido a reconocer y respetar), que se requiere una efectiva libertad encaminada a dar protección y seguridad jurídica a todos los hombres y mujeres; esto, a fin de dar un paso más hacia un estado de verdadera igualdad y plena tolerancia, dentro de las sociedades del mundo.

Matrimonio igualitario, I


Imaginé que lo tomaba de la mano, lo veía directamente a los ojos y ambos sonreíamos al tiempo en que alcanzábamos a comprender todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Su rostro demostraba una felicidad pura y sincera; mis emociones, emanadas de mi corazón, también dejaron ver la satisfacción que me generaba —y, también, el propio miedo— el estar ahí de pie, ese día, frente a él.
Ambos vestíamos de negro, camisas blancas y corbatas; todos nos observaban, todos sonreían con nosotros, soñaban junto con nosotros y dejaban ver la maravilla de la ilusión, cuando te unes en matrimonio con otra persona.
Siento la maravilla del amor, la emoción del día, la magnificencia del acto que celebrábamos en ese momento. No éramos un par de pervertidos, ni enfermos; éramos dos personas que querían pasar el resto de su vida juntos, como muchos otros que nos señalaron y rechazaron.
Fragmento del autor.

Somos humanos, llevamos a cabo actos humanos (e inhumanos); y resulta sencillo entender que privar de la vida a una persona, violentar la libertad sexual de otra, y muchos más ejemplos, son actos que atentan en contra de la dignidad humana. Pero, nos resulta difícil, entender que los actos muchas veces más comunes y cotidianos, también representan ese odio en contra del prójimo.
Me resultó nefasto enterarme, en días pasados, que dirigentes de la iglesia católica dentro del Estado de Chihuahua, solicitaban a sus seguidores una muestra de “apoyo”, “opinión” y “compromiso” con la iglesia de Cristo; esto, a efecto de recabar firmas (que supongo con posterioridad serían enviadas al cuerpo legislativo local) de todos aquellos que se opusieran a la celebración del matrimonio entre personas del mismo sexo y que mantuvieran la postura de que éste no debe celebrarse dentro de una sociedad (laica, por cierto).
En una primera aproximación, esta solicitud pudiera ser considerada como un símbolo de unidad dentro del grupo religioso; sin embargo, reviste características verdaderamente preocupantes, pues en representan verdaderos actos de discriminación, que atentan en contra de la dignidad, con la que todos los seres humanos somos investidos desde (antes) de nuestro nacimiento.
Dentro de las cavilaciones que se me permiten como ser pensante, entiendo que las posturas que son generadas dentro de un grupo social, son motivadas precisamente por acciones de sus propios integrantes; entiendo, también, que los derechos de expresión y petición al Estado, son inherentes a todos dentro de la colectividad. Sin embargo, resulta urgente atender a un Estado laico, en donde las reformas sociales y aquellas regulaciones de naturaleza colectiva, sean motivadas por reflexiones y análisis concretos, objetivos, con base en la realidad y en su manifestación, y que vayan encaminadas a brindar la máxima protección posible a los individuos involucrados en éstas.
Dichas políticas estatales no deben tener como base los criterios religiosos que parten de dogmatismos absurdos y ya por mucho superados (o, contrario sensu, atender a las opiniones de todas las instituciones religiosas; sin importar su nombre y no solamente a una de ellas, que curiosamente resulta ser la que más presencia tiene en nuestro país).
Es trascendental que las instituciones religiosas entiendan el alcance de su actuar; pero, aún más importante, es que el propio Estado comprenda que una postura de esta naturaleza puede ser usada meramente como referente, como una opinión al respecto de una realidad vista desde un punto de vista para nada objetivo y completamente parcial; jamás como un factor determinante a efecto de lograr reformas colectivas, cuya finalidad es el bienestar social.
El miedo a las consecuencias de permitir el matrimonio entre parejas conformadas por personas del mismo sexo (matrimonio igualitario), resulta ser, a nuestra percepción, el elemento más fuerte para rechazar un necesario reconocimiento y negar la protección de hechos que, de facto, ocurren dentro de los grupos sociales —en ocasiones más comúnmente que otras—.
La incertidumbre del futuro, con creencias arraigadas en días pasados, en épocas ya por mucho superadas; suele ser lo que en múltiples ocasiones llevan a hacer manifestaciones contrarias a un Estado de igualdad y libertad, como el que se suscitó en silencio dentro de las instituciones religiosas.
Creencias y suposiciones basadas en el desconocimiento de estos temas, pudieran ser fácilmente desechadas; sin embargo, cuando éstas se presentan en forma reiterada, llegan a tomar magnitudes alarmantes, incluso con características similares a las patologías que desalmadamente atacan y destruyen las bases de cada ser humano, y de cada sociedad. Así, percibimos que la ignorancia puede llegar a representar un verdadero pandemonio, y es ésta la que eventualmente terminará con la cordura social, no aquellos que se aferran en recibir igual trato e iguales oportunidades; hasta grado tal de terminar con la realidad (utópica) a la que toda sociedad debiera aspirar: una convivencia en términos de verdadera igualdad y libertad; a través de una efectiva tolerancia, al respeto de los demás miembros activos del grupo social.
No se trata de una cuestión personal, que se constriñe al sentir o pensar de una sola persona, puesto que no somos entes singulares o aislados, dado que nos desarrollamos dentro de las múltiples estructuras sociales, en donde se presentan estas realidades y manifestaciones con el transcurrir de los individuos.
Tampoco resulta simple establecer que las reiteradas manifestaciones de discriminación y —concretamente— de homofobia, como un rechazo a las oportunidades jurídicas y humanas de cada persona, deban de ser descartadas en pro de los principios de igualdad y libertad. Es decir, no por buscar estos ideales, debemos desdeñar las posturas detractoras, pues éstas tienen, seguramente, su motivación y justificación.
No podemos olvidar que, tanto el hecho de solicitar una libertad para ejercer derechos civiles a cada persona, como su respectivo rechazo; son, ambas, manifestaciones de la propia naturaleza humana. Tanto la exigencia de una libertad e igualdad, como la oposición a este grito de atención, corresponden a una realidad social y a meras manifestaciones del desarrollo de la conciencia humana. Empero, debemos evitar caer al subjetivismo.