Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 26 de junio de 2016

El exceso y degenere en las marchas. ¿Debe existir una sola forma para manifestarse?


Reflexiones y opiniones, para quien le interese.
Hacia estos días, cada año, los medios de comunicación masiva —redes sociales y las cadenas informativas digitales, televisivas o impresas— difunden (con mayor o menor intensidad) las notas de eventos que se realizan alrededor del mundo con motivo de las festividades de orgullo en la colectividad de personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, travestis e intersexuales (LGBTTTI).
Con motivo histórico, a mediados de junio de cada año,[1] se realizan marchas y desfiles con fines distintos; ya sea para conmemorar, celebrar o expresar.
En algunos lugares, se demanda mayor protección y respeto a la igualdad entre el colectivo y el resto de las personas, reconocidas como heterosexuales; mientras que en otras latitudes, la marcha tiende a identificarse en mayor medida con la celebración de los logros alcanzados y de los avances en materia de protección de derechos y prerrogativas (generalmente de naturaleza jurídica, de asistencia social, condiciones laborales y de no discriminación).
Para el 28 de junio de 1969, en Greenwich Village, Nueva York, el bar Stonewall Inn fue el escenario de una serie de disturbios prolongados por cuatro días, dada la oposición de la población civil contra fuerzas policiacas. A partir del siguiente año, para 1970, el Frente de Liberación Homosexual se abandera con mantas de protesta mostrando los símbolos de la sexualidad humana, entrelazados entre ellos; hombres y mujeres tomados de las manos y envueltos en un abrazo comunal, marchan con una (única) exigencia, respeto a la libertad y la tolerancia.
En estos días, cuarenta y seis años después, la lucha continúa, los logros se alcanzan y algunas circunstancias cambian mientras otras permanecen igual. En México, por decreto presidencial, se permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, ocasionando el revuelo y la protesta de grupos conservadores-religiosos; en países europeos se alcanzan mejores condiciones laborales y de salud reproductiva; en Estados Unidos, se logran avances en protección de personas transgénero desde etapas escolares… y tiene lugar el ataque contra civiles más sangriento en la historia de ese país.
Apenas trece días atrás, el mundo despertaba con la trágica y lamentable noticia del suceso; cincuenta seres humanos perdieron la vida al encontrarse ante el pensamiento homofóbico llevado al extremo.
Dos semanas después de tan retrógrada acto, se preparan marchas en ciudades de Estados Unidos, de México y de demás países que buscan sumarse al respeto de la dignidad de toda persona humana; sin embargo, a pesar de tan loables intenciones, nos encontramos con posturas contradictorias en cuanto a las marchas del orgullo, por querer comparar movimientos sociales suscitados casi medio siglo atrás y dejar de lado la evolución cultural que naturalmente se presenta en todas las sociedades actuales.
Para los primeros años de manifestaciones del colectivo LGBTTTI, la aparición de transexuales y travestis significó una enfrenta directa a las instituciones convencionales establecidas a la fecha; que dos hombres o dos mujeres caminaran por las calles tomados(as) de las manos era motivo de escándalo y asombro por otros sectores de la sociedad —principalmente la occidental—; sin que ello significara una degeneración conductual por quienes desfilaban por las calles.
En la actualidad, la marcha del orgullo es cada vez más criticada por el descontento de personas externas —e incluso propios miembros del colectivo—, al calificarla de degenerada y falta de seriedad en la lucha de igualdad y tolerancia.
“Esto es una protesta, esto es una burla”, refieren en imágenes comparativas de los primeros movimientos de protesta y los actuales; los comentarios negativos se hacen patente en diversas redes sociales, en donde hacen patente el desacuerdo respecto a la manera en que las marchas del orgullo se desarrollan en la actualidad.
Las imágenes a blanco y negro quedaron atrás y en su lugar circulan imágenes cargadas de verdes, rojos, azules, amarillos, rojos… con banderas ondeantes y pechos desnudos; encontramos hombres en trajes de piel o prácticamente desnudos junto a los cuerpos cincelados de modelos y bailarines; mujeres con boas de plumas de colores y tacones imposibles de altos; todo como parte de la muestra de la diversidad del ser humano. El blanco y negro quedó atrás, sombra y luz con las que muchos parecen observar (y aceptar) el mundo.
La corbata y el saco seguramente sean para la oficina, la bata para los hospitales, el traje sastre para la mujer de negocios en algún aeropuerto; los uniformes para los estudiantes en las escuelas o los equipos deportivos… “¿Por qué no salir a marchar en… o en… o en…?”
Preguntan por qué salir a hacer el ridículo y pedir dignidad e igualdad, si nosotros mismos rechazamos el trato digno; mas no se trata de lo anterior. No se consideran acciones denigrantes ni degeneradas, sino una manera más (distinta) de expresar libremente todo lo que implica el complejo mecanismo de la cultura. En razón a lo anterior, son varios los motivos.
La diversidad del ser humano se ha mantenido siempre oculta a la vista de los ojos inquisitivos de las sociedades humanas; durante años, hemos mantenido nuestros gustos, fetiches y fantasías, en la oscuridad de los sótanos de la personalidad, sin posibilidades de que emerjan a contemplar la luz del día y sientan el viento fresco que generalmente viene con la liberación del pensamiento. Existen incontables diferencias entre hombres y mujeres (sin contar la naturaleza sexual) que resultaría incomprensible enmascarar cada faceta con una corbata y zapatos lustrosos.
Aunado a esto, la expresión de distintos estilos de vida es uno de los pilares dentro de la multiculturalidad que caracteriza a las sociedades modernas; resultaría absurdo encauzar esfuerzos y recursos en homologar el pensamiento humano; las muestras de sentimientos, la conducta y su propia manifestación, como si estuviéramos ya en el mundo distópico de Orwell o en el feliz que describiera Huxley.
Podrá resultar contradictorio, para cientos de personas, aquellas exigencias “degeneradas” de respeto e igualdad; cuando en realidad lo que resalta es la nota característica de los grupos sociales actuales: la diversidad en todos los aspectos del quehacer humano.
Ahora bien, el reconocimiento de las distintas expresiones de ese quehacer (nos) coloca en un peldaño distinto entre los mismos seres humanos; reconocer y aceptar la existencia de las múltiples facetas de hombres y mujeres nos llevará cada vez más cerca de la aceptación de esa diversidad cultural representada en las banderas multicolores.
Por último, un aspecto que llama poderosamente la atención. Se tiene la idea, aunque no generalizada, que las manifestaciones que tenían lugar décadas atrás demandaban un mayor respeto y sus objetivos eran más claros. Al respecto, nos parecen lógicas tales apreciaciones, especialmente si tomamos en consideración que se trataban de las primeras manifestaciones de estas ideas (igualdad, dignidad, tolerancia, respeto). Sin embargo, esto nos merece un contraste histórico para determinar que a aquellos primigenios ideales se les han sumado distintos, propios de nuevas épocas y de años recientes.
Aquellas manifestaciones demandaban, en primer término, el respeto a la libertad personal y el cese de persecuciones estatales infundadas; en la actualidad, en la mayoría de los países las prácticas y el reconocimiento homosexual ha dejado de ser perseguido y penado por el Estado —a pesar de contar aún con aproximadamente ochenta países en los que se prevén penas corporales, incluso de muerte, para las personas homosexuales—; buscaban el reconocimiento a la identidad y orientación sexual en un mundo hostil que apenas iniciaba a adentrarse en esos temas y que, si bien esto no ha cambiado en su totalidad, actualmente se reconocen importantes logros a favor de los intereses del colectivo LGBTTTI.
Como se dijo, medio siglo atrás resultaba denigrante, escandaloso y repugnante, la presencia de travestis en las primeras marchas de reconocimiento; en la actualidad lo que escandaliza son los cuerpos desnudos y los arneses de piel, los trajes de baño que poco dejan a la imaginación o la presencia de parejas con una considerable diferencia de edades y demás tópicos que denotan cierta “degeneración” en el actuar de la comunidad.
Y es que las manifestaciones del pensamiento y la cultura evolucionan con los años.
Para 1950 la mujer debía portar faldas por debajo de las rodillas; para 1970 fue necesaria una revolución del pensamiento para superar el “descaro” de mostrarse con minifaldas; para el inicio del siglo XXI es un tema ya olvidado, enterrado en el baúl de los recuerdos de cuando “se rasgaron las vestiduras”.
Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué diferencia hay con las marchas del orgullo actuales y el carnaval de Río de Janeiro, en Brasil? ¿Son ambos espectáculos que incitan a la degeneración y al repudio? No. Son acontecimientos distintos, con distintos objetivos y propósitos.
Con una clara influencia europea y de una corriente principalmente católica —igual que la festividad Mardi Gras en Nueva Orleans— el carnaval marca el inicio de la cuaresma, en preparación para el llegado de la Pascua. En otro ejemplo, días previos a la marcha del orgullo, se realiza la marcha mundial ciclista (al desnudo), que lleva ya diez ediciones en nuestro país y se mantiene con estándares de protesta pacífica en contra de la dependencia de los productos petroquímicos, “el uso indiscriminado del automóvil” así como para “exigir una mayor cultura de convivencia hacia los ciclistas y peatones, pues así nos sentimos: ¡Desnudos ante el tráfico!”[2].
Con facilidad de palabra, descalificamos este tipo de manifestaciones con argumentos enfáticos en la degeneración y la indecencia, mas las sociedades tienden a aceptar otras como algo cómico y sumamente llamativo… y justamente esto es lo que se busca en las marchas del orgullo, llamar a los presentes, llamar a los ajenos, llamar a los externos y a quienes no están involucrados.
El exceso y degenere en las marchas. Los abusos en las congregaciones humanas tienden a suceder. Esto no podemos negarlo, suceden excesos y ocurren actos que tergiversan los motivos de las manifestaciones o conmemoraciones.
Hace unos días fuimos testigo de ello, en esta misma ciudad; mas no por ello habremos de llegar al ridículo supuesto de desacreditar todos los actos de manifestación pacífica debido a personas que propician la desorganización y el descontrol en las organizaciones. Debemos saber distinguir entre actos individuales y del colectivo para poder establecer cuándo son responsables unos y cuando todos.
Las formas en que manifestamos nuestro pensamiento ha evolucionado a través de los años, esta es una realidad imposible de desconocer; desde la manera en que hablamos hasta el cómo convivimos; la aparición de las redes sociales y la expansión de los medios de comunicación masiva han contribuido al aceleramiento del cambio de tales prácticas, que se presentan de manera natural a través de todos los años.
Confío en que después dejemos enterrado el debate de impudencia y degeneración con el que se pretende atacar y denigrar las marchas del orgullo, tal y como dejamos ya de lado el hablar de las “escandalosas” minifaldas femeninas.


[1] En conmemoración al 28 de junio de 1969, en Nueva York, Estados Unidos, respecto a los disturbios ocurridos en las inmediaciones del bar Stonewall Inn, que marcan el inicio de los movimientos de liberación homosexual y luchar por la tolerancia e igualdad.
[2] World Naked Bike Ride en México, http://wnbrmexico.blogspot.mx/

domingo, 12 de junio de 2016

Tragedias sin sentido, el resultado del sentimiento (fanático) religioso.

12 de junio, 2016.

Resulta perturbador y desconcertante despertar al lado de la persona que amas, después de una noche de fiesta y diversión con amigos, tomar el celular y abrir las redes sociales, sin importar cuál --Twitter, Facebook, tumblr, Instagram-- y enterarte de semejante tragedia que ocurrió apenas unas horas atrás; mientras nosotros tomábamos y festejábamos, otros sufrían y huían aterrados, envueltos en un caos que parecía no tener fin.
Padres, hermanos y parejas dormían tranquilos, despreocupados, mientras sus seres queridos salían a divertirse, beber, bailar, coquetear, disfrutar de la vida entre sonrisas y música; mientras nosotros regresábamos a casa, unidos por un afectuoso abrazo, mientras abríamos la cama para dormir, los gritos y el llanto se apoderaban de las calles de alguna ciudad en este mundo. La sangre en el piso, el aroma a pólvora, los sonidos lastimeros y todo lo que las películas nos dicen que sucede, pero eso no era una producción, no había créditos al final, no había director ni actor principal, ni efectos especiales. Aquello era real, aquello era terrible; era una tragedia sin sentido.
A lo largo del día he pensado en la noticia, la he leído gracias a la impresionante difusión que aportan las redes sociales, y no me queda más que admitir que me he quedado sin palabras al respecto.
En ocasiones anteriores, ante acontecimientos de esta naturaleza, en países consumidos por la guerra o que han sido objetivo de ataques a poblaciones civiles, el pensamiento que me hacía avanzar era en esperar que fuera lo último que sucediera. Algo tienen que hacer los gobiernos, algo deben hacer los líderes mundiales para frenar esta locura (atentado contra la propia humanidad); muchos quedábamos en espera de que alguien hiciera algo, pero jamás sucedía, se veían represalias, un enfrentamiento aún mayor y, de nuevo, velas encendidas en vigilias, rostros bañados en lágrimas y muchos arreglos de flores.
El día de hoy fue diferente. Me percaté de que esto no va a terminar, y todavía más alarmante, que no hablamos de blancos militares, no son campamentos estratégicos en algún terreno en conflicto; hablamos de nuestros parques, nuestros bares, nuestros lugares de recreo. Durante todo el día tuve en mi mente un sentimiento de contradicción que radicaba en el estandarte de la religión --cualquiera que ésta sea--; no dejaba de preguntarme cómo es posible un pensamiento tan repulsivo de odio hacia los semejantes.
Particularmente, dejé de considerarme un hombre creyente y dejé de profesar una corriente religiosa determinada hace ya unos cinco años; dejé de encontrarle sentido a continuar dentro de una doctrina que tendía a estigmatizar(me), así que simplemente me declaré ajeno a todo ello. El doble discurso terminó por enfermarme hasta la médula, sin oportunidad de decisión; sin oportunidad de pensar distinto, sin un solo momento de reflexión particular. No soy partidario de acarrear niños a las interminables filas de producción masiva que son las iglesias; no logro comprender los supuestos mensajes de amor y paz, que en realidad lo que generan son ideas equivocadas en la mente de una --o miles-- de personas.
¿Dónde están ahora quienes lanzan oraciones por "la familia natural" al enterarse de la muerte de los hijos, de los hermanos, de los primos, los sobrinos, los tíos, amigos, compañeros; de todos esos hombres y mujeres que estudian o trabajan y que lo único que hicieron fue querer algo distinto? ¿Dónde están aquellos que se manifiestan con cruces doradas en el pecho para pedir restricciones a una calidad de vida que se pretende sea generalizada? Es impresionante lo fácil que es organizar marchas frente a órganos legislativos para prohibir el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres, pero no se observan unidos ante el dolor del ser humano (prójimo) por la pérdida de sus seres queridos; la realidad comienza a parecerme un experimento bizarro de control y destrucción; llegar al extremo de preferir y poner por encima de todo lo demás, vidas animales que humanas...
Permanecemos unidos, debemos continuar con las exigencias de aquello a lo que tenemos derecho, entre otras cosas la seguridad y tranquilidad que el Estado debe garantizar a cada uno de sus integrantes, sin importar sus condiciones particulares. Debemos permanecer unidos, al lado los unos de los otros para sentirnos orgullosos de lo que somos y lo que hemos llegado a ser.
Somos doctores, abogados, maestros, pintores, escritores, actores, cantantes; somos científicos, somos filósofos, somos padres y madres que desean dar la cara ante el mundo. Somos personas que anhelamos caminar tomados de la mano de quien deseemos; somos mujeres que decidieron no tener hijos, somos hombres que tienen hijos; somos empresarios y políticos, policías y militares.
Pero también somos ellos que son guiados ciegamente por lineamientos fundamentalistas que nos piden acribillar a quienes piensen-sean-hablen diferente a nosotros; podemos llegar a ser los que juzgan, los que lapidan, los que decapitan. Sin darnos cuenta, de no reparar en un individualismo moderado, perderemos de vista que la igualdad existe y que radica, precisamente, en las diferencias entre cada ser humano.
Los hombres habitamos este mundo, mas no somos nada mejor que el lobo que destroza a su presa... para alimentarse; ¿para qué cazamos nosotros? ¿Para qué destazamos, para qué mutilamos?
Permanezcamos de pie, en este mes del orgullo y cada mes después de este sombrío junio; levantémonos por encima de las circunstancias y demos ejemplo de la entereza y la fuerza que poseemos como comunidad; si alguien ha de hacer algo, que seamos nosotros quienes por el camino del diálogo y la razón --desprovista ésta de ideas radicales, sino fortalecida de principios humanistas, carente de figuras teológicas-- defendamos nuestros ideales, nuestra forma de vida y nuestra propia existencia.
En años pasados fueron las mujeres, las personas de de ascendencia africana y antes los judíos, ¿ahora seguimos nosotros? Despertemos a la realidad, no todo inició con masacres indiscriminadas y aisladas, todo inició con mensajes de odio, de intolerancia, de rechazo, guiadas por el pseudo discurso religioso basado en una idea de supremacía, no de igualdad.
En la madrugada de hoy el mundo fue testigo del resultado del sentimiento (fanático) religioso que ocasionó una tragedia sin sentido, igual que tantas otras de similar naturaleza. ¿Hasta cuándo habremos de soportar esto, hasta que cada color del arco iris se haya opacado y no quede más que un manto negro?