Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 21 de junio de 2015

Pan

Pan (en griego, Πάν, ‘todo’) era el semidiós de los pastores y rebaños en la mitología griega. Era especialmente venerado en Arcadia, a pesar de no contar con grandes santuarios en su honor en dicha región. En la mitología romana se identifica a este dios como un Fauno.


Pan era, también, el dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina. Dotado de una gran potencia y apetito sexual, se dedicaba a perseguir por los bosques, en busca de sus favores, a ninfas y muchachos. En muchos aspectos, el dios Pan tiene cierta similitud con Dioniso.


Era el dios de las brisas del amanecer y del atardecer. Vivía en compañía de las ninfas en una gruta del Parnaso llamada Coriciana. Se le atribuían dones proféticos y formaba parte del cortejo de Dionisio, puesto que se suponía que seguía a éste en sus costumbres. Era cazador, curandero y músico. Habitaba en los bosques y en las selvas, correteando tras las ovejas y espantando a los hombres que penetraban en sus terrenos.


Portaba en la mano el cayado o bastón de pastor y tocaba la siringa, a la que también se conoce como Flauta de Pan. Le agradaban las fuentes y la sombra de los bosques, entre cuya maleza solía esconderse para espiar a las ninfas.


Se dice que Pan era especialmente irascible si se le molestaba durante sus siestas. Los habitantes de Arcadia tenían la creencia de que, cuando una persona dormía la siesta, no se la debía despertar bajo ningún motivo ya que, de esa forma, se interrumpía el sueño del dios Pan. En este caso, Pan se aproxima a la noción de Demonium Meridianum (Demonio del Mediodía).


Por último, como deidad, Pan representaba a toda la naturaleza salvaje. De esta forma, se le atribuía la generación del miedo enloquecedor. De ahí la palabra pánico que, en principio, significaba el temor masivo que sufrían manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos.



Io ti penso amore

Imagen de Robert Vano

Las notas eran suaves y pausadas al principio; acompañadas de una voz divina que habría de alegrar el oído de cualquiera.
La habitación estaba envuelta en una oscuridad casi total; a través de la ventana, el viento fresco de la noche envolvía en finas corrientes la piel desnuda del hombre que estaba recostado en la cama.
Le era difícil conciliar el sueño, a pesar de la música clásica que escuchaba con tranquilidad. Permanecía quieto, con su cuerpo desnudo y su mente exaltada; su mano entonces se dedicó a brindarle placer, sencillo y simple.
A través de un cálido abrazo que le hizo cerrar sus ojos y suspirar mágicamente, imaginó la firmeza de otro cuerpo junto al suyo y el cálido aliento de otra boca. Así, con las letras en italiano retozando dentro de su mente, io ti penso amore, y mientras la música aumentaba de intensidad, también lo hicieron sus caricias, rítmicas, feroces; urgentes y calmadas al mismo tiempo.
La dureza de su deseo se encontraba envuelto en la humedad de su mano, su respiración era entrecortada y sus gemidos llegaban incluso a delatar el viaje maravilloso, del otro lado de la puerta cerrada.
Esa voz femenina acariciaba su mente, como el viento nocturno a su cuerpo; en su mente, sentía otras manos, otros besos.
Aquellas notas elevadas llevaron su cuerpo al límite, y juntos alcanzaron el borde de la locura y la plena satisfacción; después, música y excitación descendieron acompasadas hasta no ser más que suaves y sensuales susurros. La esencia inerte, que en algún momento fue cálida, entonces se enfriaba con impotencia, en espera de una muerte inevitable.

Io ti penso amore, se repetía una y otra vez.

sábado, 20 de junio de 2015

Nahn III

Las festividades ya iniciaban, Nahn corría por las veredas del bosque para regresar a tiempo al templo de Dionisio. Debía contarle al dios lo que había visto, quería compartir con sus hermanos la hermosura de los espíritus del agua. Corría alegremente, brincaba de roca en roca y esquivaba las ramas de los árboles. Sus patas le daban fuerza y velocidad, su cola danzaba con el viento, repleta de felicidad. Todo fue maravilloso. Todo fue hermoso.
Llegó a tiempo para las danzas, justo antes de que el dios hiciera su triunfal aparición. Alcanzó a tomar el cáliz con su nombre y llenarlo de la fuente de vino. Lo alzó igual que sus hermanos y lo vació de un solo trago. Entonces se acercó con uno de los mayores.
—¡Sileno! —Dijo el pequeño Nahn, mientras todos en la pista bailaban y brindaban— ¡Lo más maravilloso me ha ocurrido! ¡Debo contártelo!
—¡Pequeño hermano! ¿Qué ha ocurrido? ¿Por fin has podido atrapar tu primera ninfa o aún persistes en dejarlas que se escapen de tus manos?
El tono de Sileno era de burla, pero una burla guiada por la embriaguez, ocasionada por el vino. De hecho, el viejo gordo apenas podía mantenerse de pie, así que aprovechó su tropiezo para quedarse recargado contra una de las columnas del palacio.
«¡Vamos niño! ¡Cuéntame! ¿Qué ha pasado?
Nahn dudó por un segundo, quizás sería prudente guardarse aquella aventura para él solo. Pero su familia era lo más importante y quería hacerlos partícipes de lo que había experimentado.
—Me he encontrado con una de las criaturas más hermosas y misteriosas. De hermosos ojos y piel brillosa. Con una enorme cola de pez, en lugar de piernas.
—¡AH! ¡Vaya, el pequeño Nahn se ha encontrado con las mágicas Syrens! ¿Son tan hermosas como dicen?
Para entonces, los gritos de Sileno habían llamado la atención de otros sátiros que estaban junto a ellos y se habían acercado para escuchar el relato. Dionisio entonces observó que algo sucedía.
—¿Qué confabulaciones traman por aquellos lados Sileno? —Preguntó el dios.
—¡Ninguna confabulación padre mío! Solo que uno de tus hijos ha tenido la dicha de encontrarse con los maravillosos espíritus del mar. ¡Una Syren!
—Bueno- quiso contradecir Nahn, pero fue interrumpido por Dionisio.
—¡Vaya muchacho! ¡Eso es de celebrarse! Venga, dinos cómo fue el suceso y cuéntanos cuál es la belleza de las hijas de Tritón.
Nahn relató fielmente todo lo que había sucedido, recordando de la manera más vívida posible cada uno de los detalles que habían llamado su atención. Hasta que Sileno le preguntó el nombre de aquél ser fantástico. Nahn entonces dudó. Sintió que su espalda se tensaba y el vello de sus brazos se erizaba. Tuvo miedo.
Por urgencia del dios, Nahn reveló el nombre del muchacho de hermosos ojos.
La risa descontrolada de todos los asistentes azotó los oídos del sátiro, quien apenado inclinó la cabeza y se sonrojó desmedidamente.
—Los machos de los mares son raros de encontrar —la voz de Dionisio se escuchó sobre todas las risas; poco a poco los asistentes guardaron silencio y entonces continuó, no hablaba ahora en broma, sino que las palabras eran generadas para calmar el ansioso corazón de su pequeño hijo—, sin duda tuviste una gran experiencia pequeño, encontraste un tesoro y coleccionaste una anécdota más.
«Aun así, debo prevenirte, no albergues ilusiones en tu corazón. Las criaturas marinas no son como ustedes, que juegan y corren en la tierra; no atesoran memorias y no tienen recuerdos, salvo cuando se encuentran rodeados de los suyos, en la profundidad del gran océano.
«Lamento decirlo, pero en estos momentos, el bello joven wassergeist no recuerda quién eres o en dónde estuvo.
Dionisio entonces ordenó continuar con la celebración y los cálices se volvieron a llenar de vino dulce.
Mientras tanto, Nahn no podía creer las palabras que había escuchado. Se sentía juzgado y señalado por todos sus hermanos, expuesto. Así que, en la primera oportunidad que tuvo, se retiró del palacio y corrió de nuevo por los bosques. Quería alcanzar la costa y ver de nuevo al hermoso Blaue; no podía borrar de su joven mente la figura de aquella criatura, quería contemplarla nuevamente, quería perderse en la profundidad de sus ojos.
Mientras avanzaba, se encontró de nuevo con la ninfa Fayrè, quien le preguntó el motivo de su desesperación.
—No puedo creer lo que me han contado. Dime, necesito saberlo, ¿es verdad lo que el dios me ha dicho? ¿Es que Blaue no recuerda quién soy o lo que hice?
—Los espíritus del mar no deben estar en la tierra. Sus recuerdos son solamente los que se generan por gran felicidad, por la felicidad del amor de los suyos. Su propia naturaleza te ha de lastimar, lo dije.
—No puede ser-
Entonces, Nahn se echó de nuevo a correr.
Llegó a la orilla del bosque, delante de él se extendía la blanca arena y más allá el océano iluminado por Selene. Elevó una plegaria a la diosa de que aquello no fuera verdad. Entonces el sátiro corrió hacia unas rocas que se encontraban rodeadas de agua, las escaló con urgencia y se sentó para contemplar aquellos dominios y de nuevo tocó su música con la siringa.
El océano estaba tranquilo, apacible; y, a lo lejos, Nahn alcanzó a observar primero la cabeza y luego los hombros de un ser. Dejó de tocar y la cabeza comenzó a sumergirse, entonces retomó la melodía.
Siguió con la música hasta que Blaue se acercó completamente a la roca. Su hermosa cola alcanzaba a brillar con la luz de Selene; su sonrisa cautivó al pequeño sátiro.
—Esperaba encontrarte de nuevo —le dijo Blaue cuando terminó la melodía.
—Pero, ¿es que me recuerdas?
—Claro que te recuerdo, y lo que hiciste por mí. Recuerdo cómo llegue al río aquella mañana. Había salido la noche anterior, como esta, a cantar con Selene, al son de una hermosa flauta como la que estas tocando. Recuerdo que te vi a lo lejos, luego te adentraste en el bosque y deseé seguirte. Quería escuchar tu música.
«Estaba oscuro y Selene no iluminaba los senderos del bosque, caí por una ladera y fue como me lastimé. Entonces alcancé a llegar hasta el río, ahí permanecí hasta que me encontraste, la mañana siguiente.
Los ojos de Nahn reflejaban emoción pura, emanada de su corazón. Eran como una antorcha encendida, del color del fuego, que contrastaban de forma tan hermosa con su pelaje oscuro.
—Mis hermanos me dijeron que los wassergeist no tienen recuerdos… ¿Cómo es posible?
Entonces Blaue extendió su mano y el pequeño sátiro brincó hacia el agua. Se arrodilló enseguida del espíritu del mar y lo observó detenidamente. Sus ojos lo cautivaron, se debatía en saber si era más hermoso de día, con la luz de Apolo; o de noche, con Selene en la bóveda oscura.
—Recordamos lo que nos causa una gran felicidad. Nuestros recuerdos provienen del corazón, no de la mente.
Acarició nuevamente sus cuernos y la cola del pequeño sátiro se movió de felicidad. Blaue envolvió las patas de Nahn con su cola y lo acercó más a él. Tomó su rostro con sus manos y lo besó lentamente.

Desde aquella noche, Nahn prefirió jugar en los bosques al atardecer. Correteaba un rato con las ninfas hasta que Selene coronaba el cielo nocturno, momento en que llegaba a la playa, trepaba las rocas y se sentaba para tocar alegremente la  siringa, en espera que su amado Blaue emergiera a la superficie, siempre con un regalo traído desde las profundidades.

Desde entonces, Nahn y Blaue se aman libremente bajo el cuidado materno de Selene.

Nahn II

El pequeño sátiro dijo su nombre para presentarse y la criatura respondió.
—Mi nombre es Blaue, hijo de Tritón, hijo de Poseidón.
¿Poseidón? Pensó Nahn, no lo podía creer. No era hijo de Zeus, sino su sobrino; descendiente del dios de los mares. ¿Pero, qué hacía ahí?
Nahn sabía de otras criaturas que habitaban la tierra, pero no podía ubicar a la que tenía frente a sus ojos; naturalmente, ellos poblaban las profundidades de los mares, en los terrenos de Ogenus. Le pareció que era una criatura demasiado formal, no era como él o sus hermanos, que siempre hablaban con tonos de burla; incluso sus hermanos mayores, que, aunque inmiscuidos en asuntos más formales de Dionisio, tenían tiempo para juegos y bromas. Le pareció divertido, aquél saludo tan propio.
—¿Qué haces a la orilla del río? —Preguntó el sátiro mientras sacaba una de sus patas del agua y se apoyaba en la tierra mojada de la orilla, para inclinarse sobre la misteriosa criatura— estás herido, parece grave.
El tono de broma y burla del sátiro molestó a Blaue. No era que estuviera ahí por voluntad propia, no podía recordar cómo regresar a casa y no sabía qué había pasado o cómo había terminado en ese lugar. No recordaba aquellos bosques.
«Debemos curarte —prosiguió Nahn, mientras se acercaba más hacia el costado lastimado de la criatura—, quizás las ninfas puedan ayudar, pero será difícil convencerlas de que salgan y no quieran jugar. Siempre que mis hermanos y yo queremos bailar con ellas, se esconden de nosotros. Quizás ellas sepan cómo curarte.
Blaue no entendía de qué hablaba aquél ser.
«¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? —Nahn guardó silencio mientras observaba directamente a los ojos de aquél ser. Eran ojos azules, hermosos, profundos; percibió un ligero movimiento en ellos, no en sus ojos sino en el color, le recordó a las olas del mar, que se alzaban y rompían en la costa, contra las rocas o sobre la arena—. ¿Qué eres?
El tono juguetón del pequeño sátiro ya se había desvanecido y en su lugar surgieron palabras bañadas en interés y asombro.
—Soy Blaue, hijo de Tritón, hijo de Poseidón. Soy un wassergeist, un espíritu del mar.
Nahn, de inmediato, quedó embelesado con los profundos ojos de Blaue. Sentía una tranquilidad inexplicable con tan solo mirarlos, un estado de calma, reconfortante. Le sonrió dulcemente y entonces sintió que debía distraerse con algo más. Necesitaba observar algo más.
El cuerpo del ser mostraba pequeñas escamas, como las de los peces que veía en los estanques o los que intentaba atrapar cuando jugaba en los ríos.
Entonces se arrodilló a su lado y observó la herida. La planta de sanación debe funcionar. Aunque jamás la he usado en una criatura como ésta. Los pensamientos de Nahn brincaban desbocados, de la planta mágica al hermoso cuerpo del espíritu que tenía a su lado. De las características medicinales que podrían ayudarlo, a los hombros y brazos que tenía a su alcance, a la cintura que apenas alcanzaba a salir del agua, con las líneas de sus músculos definidas y el hermoso brillo azulado que mostraba su cuerpo cuando se iluminaba por los rayos de Apolo.
Nahn pegó un brinco hacia el pasto, fuera del río, y caminó con la cabeza baja. Se adentró un poco al bosque y en su camino se encontró con Fayrè, una ninfa.
En cuando la vio, le pidió que no se escondiera, no estaba ahí para jugar, quería ayudar a un ser que necesitaba de él. La ninfa, temerosa, convertida ya en un hermoso rosal, abrió sus ojos y se aventuró a hablar con el sátiro. Habló sin decir una palabra, Nahn escuchó la dulce voz de Fayrè dentro de su mente.
—No es amigo o criatura en la que puedas confiar —le dijo con franqueza.
Nahn sabía que las ninfas jamás mentían.
—¿Por qué lo dices? He hablado con él y no tiene malas intenciones. Está herido, necesita ayuda. No recuerda cómo regresar a casa. Es hijo de Tritón, hijo de Poseidón. Debemos ayudarlo.
—Su propia naturaleza te habrá de lastimar. Cuando cures las heridas de la piel, tu corazón sangrará.
—Por favor, ayúdame a encontrar con lo que lo pueda curar.
Fayrè entonces dejó caer un pétalo rojo al pasto, donde éste cayó, creció en su lugar una pequeña planta, de hojas verdes, largas y un poco anchas. El sátiro sonrió y la tomó con cuidado. Antes de  regresar al río, prometió regresar a jugar con ella.
Cuando Nahn regresó a la ribera, encontró a Blaue ya fuera del río, tirado sobre el pasto verde, solo que su cola había desaparecido. Aquella hermosa cola con aletas, de tonos azul, rojo y violeta, ya no estaba y en su lugar se mostraba un par de piernas, con pies y dedos. Igual que un hijo de Zeus.
—¿Blaue? —Preguntó Nahn, temeroso que no se tratara de la misma criatura, sino que fuera un humano—, esto te podrá ayudar.
El rostro era el mismo que había visto, la herida estaba en el mismo lugar y sus ojos eran imposiblemente hermosos, igual que hacía unos momentos; lo único diferente, eran esas dos piernas que estaban en lugar de la cola. Tampoco las escamas estaban en la piel de aquél hombre.
Estaba tirado sobre el suelo con hojas y tierra adheridas a su cuerpo; Nahn se percató de que de su herida brotaba más sangre. Necesita estar en el agua, pensó de inmediato el sátiro, al tiempo que se agachaba para moler las hojas y untarlas en el cuerpo. Espero que funcione.
La magia de las ninfas jamás falla. Funciona perfectamente con cualquier criatura, creación de los dioses, y, finalmente, Blaue era hijo de dioses.
Una sensación de calidez se extendió por la parte lastimada del cuerpo de Blaue, entonces abrió los ojos y suspiró profundamente. Su cuerpo volvía a ser perfecto.
—Te agradezco —le dijo con esa gran reverencia que tenía al hablar—, me has curado, pero aún necesito de tu ayuda. No recuerdo cómo llegar a casa. Debo regresar con mi padre y mis hermanos y hermanas.
—¿Te puedes levantar? ¿Puedes caminar? No soy lo suficientemente fuerte para cargarte sobre mis hombros, aunque quizás uno de mis hermanos mayores lo pueda hacer.
—No, debemos irnos ya. Puedo caminar, siempre y cuando no me aparte mucho del río. Necesito estar cerca del agua.
Nahn había escuchado algunos cantos de las ninfas, que cuentan que todos los ríos de la tierra se juntan con Ogenus, con el padre. Así que Nahn permitió que Blaue se apoyara sobre él y juntos caminaron al lado del río.
El bosque se extendía a su lado, así que en ocasiones Nahn alcanzaba a ver unas cuantas ninfas que se escondían de él y del extraño que lo acompañaba. Caminaron juntos, hasta que alcanzaron a escuchar el suave sonido de las olas en la playa. Como los ojos de Blaue, pensó el sátiro, mientras sonreía en sus adentros.
El rostro de Blaue se iluminó cuando alcanzaron la playa. Pero Nahn permaneció oculto detrás de los árboles. Jamás había salido el bosque; en efecto, que él recordara, ni siquiera sus hermanos se aventuraban a pisar otras tierras. No sabía qué hacer, así que permaneció debajo de un enorme pino. Blaue detuvo su andar y giró, lo observó detenidamente y regresó hasta donde el sátiro se encontraba.
—Me encuentro eternamente agradecido contigo.
El azul de los ojos de Blaue estaba más encendido que antes; se veían vivos, y el movimiento del color era igual que el del mar. Su piel entonces empezó a brillar de nuevo, pequeñas escamas nacían sobre su piel; su sonrisa hechizó para siempre el pequeño corazón de Nahn, quien aquel mismo día, ante el espíritu del mar, prometió regresar todos los días a ese lugar, para estar cerca de él.
Blaue pasó sus manos por los rizos de Nahn, descubrió sus pequeños cuernos y los tocó con delicadeza, con la delicadeza de la espuma de las olas sobre la arena. El sátiro sonrió y estiró sus delgados brazos para abrazar a Blaue, quien lo elevó fuertemente, envuelto en sus gruesos brazos. La piel del ser era la misma del mar, sal y viento, con la fuerza de Apolo.
Besó los labios del pequeño sátiro y lo colocó de nuevo sobre el suelo.
Nahn permaneció en aquél lugar, mientras observaba a Blaue entrar al enorme océano, hasta que el agua llegaba a su cintura, entonces supo que de seguro la hermosa cola de pez estaba de nuevo en lugar de las poderosas piernas del hombre. El espíritu del mar se volvió y extendió sus brazos sobre su cabeza, en señal de despedida y agradecimiento con la pequeña criatura del bosque que lo ayudó a encontrar su camino de regreso a su hogar.

Nahn se sentó a la sombra de aquél pino y comenzó a tocar su siringa, con alegría en su corazón.

Nahn I

Aquellos días, las gotas de lluvia, tan finas como si fueran del cristal más puro, caían sobre los campos y los bosques; empapaban el pasto y se adherían a las hojas de los árboles, cual diminutas piedras preciosas que enaltecían todos los colores. Los riachuelos cobraban fuerza para unirse a sus hermanos, los ríos, quienes, a su vez, llegaban hasta sus padres, los grandes océanos de nuestro mundo.
Los palacios siempre resplandecían después de una tarde de lluvia; y es que las ninfas, hermosas criaturas, salían a los bosques para embellecerlos de tal manera, tanto si Apolo brillaba en la bóveda azul, como si las nubes siguieran sobre los valles; el paisaje era hermoso.
Los pequeños sátiros brincaban en el pasto, correteaban sobre los campos y los pastizales y jugaban en los riachuelos; mientras, los mayores se ocupaban de los preparativos para la gran fiesta de Dionisio. Eran días de juegos, música, vino y los más deliciosos placeres del cuerpo; desde los grandes hasta los más jóvenes, urdían maneras de sorprender a las ninfas, quienes, lejos de en verdad desear deshacerse de ellos, se escondían o usaban la magia de los dioses para convertirse en flores y plantas que crecían debajo de sus pies; eran gotas de lluvia e incluso hermosos árboles, bajo los cuales, los entretenidos sátiros tocaban alegres melodías.
Así eran los días en que se celebraba junto con el gran Dionisio. Así eran aquellos días, en los que la desgracia o la pena no se encontraban por ningún lugar; días en que la obra de Ares pasaba desapercibida.
Una de las mañanas, cuando Apolo apenas iniciaba su ascenso a la cúspide, un pequeño sátiro llamado Nahn, despertó temprano y descendió de las montañas para llegar hasta el palacio principal, donde se esperaba la llegada Dionisio. Atravesó los espesos campos hasta que llegó al claro donde se erguía aquella magnífica edificación. Tímidamente, limpió sus patas antes de aventurarse a la escalinata de mármol que lo llevaría al interior del palacio. Una vez dentro, el pequeño sátiro se arrodilló y lanzó una plegaria a los dioses, tomó luego una vasija y se encaminó por uno de los pasillos hacia la parte posterior, por donde corría un río siempre animado y con fuerza.
Nahn se acercó al río, sumergió la vasija y luego se incorporó. Entonces anheló mojar sus patas en el río y pidió permiso para entrar en él y jugar un rato; el río le concedió permiso con una repentina caricia y entonces ingresó, hasta que el agua le llegó a la cintura. A la distancia, sin observar las orejas puntiagudas, los cuernos que apenas comenzaban a crecer y la pequeña cola que salía a la superficie, Nahn podía pasar por cualquier efebo que recorriera las calles de las ciudades helénicas. Era hermoso.
Nahn se adentró un poco más río abajo, donde había rocas y pequeñas cascadas, era más divertido.
De pronto, en un recoveco del río, donde la corriente prácticamente se perdía, cubierto de hojarasca y hierba crecida, le pareció ver algo, quizás un animal atrapado.
Sacudió su cabeza para deshacerse del exceso de agua y caminó hacia ese lado del río. Conforme avanzaba, más se convencía de que había algo ahí, detrás de la maleza; sin embargo, tuvo que detenerse de manera repentina, en cuanto escuchó el lamento de un humano; alcanzó a ver su cabeza y los brazos. Lo supo de inmediato, había visto en otras ocasiones a los humanos, quien estaba ahí era un hijo de Zeus, a unos cuantos pasos de él, probablemente atrapado.
Nahn dudó en ir en auxilio del hombre, tenía prohibido acercárseles; sin embargo, algo en su interior lo urgió a dar unos cuantos pasos más. Se agachó y caminó hacia donde aquel hombre se encontraba. Ya más cerca, contempló que el hombre estaba desnudo, su costado estaba herido y no llevaba armadura; a los alrededores no había espada o casco o escudo, Nahn entonces procedió con mayor cautela, hasta que resbaló con una roca que pisó y cayó de golpe sobre el suelo del río. El hombre entonces lo vio.
Su rostro reflejó temor, intentó volverse, pecho a tierra, para trepar por la ladera del río; sin embargo, le resultó imposible aferrarse a la tierra mojada y las plantas que se desprendían con facilidad bajo su peso. Entonces volvió a ver a Nahn, con ojos de dolor y pánico.
Por su parte, el sátiro se encontraba agazapado debajo de la superficie del agua, apenas sobresalía de su nariz hacia arriba. No sabía qué hacer, era un hombre grande, no podría ayudarlo a salir del agua y la herida se veía mal, debía buscar ayuda. Pensó en las ninfas, ellas podrían ayudarlo, pero siempre jugaban a esconderse cuando las buscaba uno de su especie.
Decidió acercarse un poco más, aunque apenas dio unos cuantos pasos, el hombre se agitó aún más y entonces una enorme cola de pez saltó por todos lados; salpicaba el agua en todas direcciones. En lugar de piernas, de la cintura se extendía una cola con aletas, de color azul, con tonos rojos y violáceos. Entonces Nahn se detuvo, sonrió ante aquella revelación y decidió incorporarse totalmente. El agua apenas bajaba de su cintura, mas no lo suficiente para mostrar sus patas de carnero, pero sí para que una franja de pelo mojado se mostrara alrededor de la cintura del joven sátiro. Junto con su cola, pequeña, terminada en punta.

Cuando Nahn se acercó a la criatura, su cola se movía debajo de la superficie, ya más tranquila; la podía observar a pesar de lo turbia que estaba el agua y de la tierra que se levantaba.

sábado, 6 de junio de 2015

Once años después V

―¿Quién… quién eres? ―preguntó el muchacho.
―Un viejo amigo. No te preocupes, sé que me has buscado todos estos años. Por favor, calma… no deseo hacerte daño, al contrario. He venido a darte las gracias.
―¿Agradecerme? ¿Por qué? ―Justin trataba de encontrar una mejor visión del extraño hombre que hablaba desde el balcón― ¿Quién eres?
―Hace muchos años me ayudaste a recuperarme. Estoy en deuda contigo Justin. Me he percatado de que nunca tuve la cortesía de agradecerte, así que es lo que he venido a hacer esta noche. Agradecerte formalmente, por tu sangre ―el hombre aspiró profunda y lentamente, como saboreando el aroma que salía desde la habitación. Emitió un gemido de placer y continuó hablando, antes de que Justin pudiera interrumpirlo―; el aroma a tu sudor y tu juventud hierve desde dentro de ti. Te envuelve completamente, Justin. Delicioso.
«Ese aroma, ese aroma tan maravilloso de un ser humano en la plenitud de la vida, para un vampiro como yo, resulta, sencillamente, irresistible ―el hombre volvió a aspirar profundamente―; y veo que aún tienes esa preciosa sangre. Aquella sangre que me ayudó a seguir existiendo, aquella sangre que generosamente compartiste conmigo hace once años. La sangre de un ser puro, virgen.
«Disculpa mi atrevimiento, y mis palabras, Justin, solo que ahora que me encuentro aquí, me resulta una tortura no tenerte entre mis brazos. Me resulta casi imposible contenerme. Beber de ti nuevamente, será una sensación sumamente placentera, de eso, estoy seguro.
Justin, al escuchar las palabras de aquel ser, comenzó a sentir que la emoción lo envolvía completamente, y al parecer eso era precisamente lo que hacía que el vampiro se deleitara aún más. El efecto de la conversación, también, tuvo sus reacciones sobre el cuerpo de Justin. Dejó de sentir miedo y comenzó a experimentar una mezcla afrodisiaca de lujuria e intriga.
Sintió que su erección se hacía más y más evidente, debajo de la tela negra del bóxer que traía puesto. Caminó un poco más hacia la puerta y corrió las transparentes cortinas que colgaban del marco. Vio el cuerpo del vampiro y su rostro envuelto en sombras. Una figura sumamente sensual, incluso mejor que como lo había imaginado.
El vampiro aspiró por tercera ocasión y fue cuando se percató que el aroma que lo mantenía al borde de la locura provenía de la entrepierna del muchacho. Un aroma delicioso, irresistible, que estaba jugando con los pensamientos del vampiro; un aroma que lo volvía loco.
―Tu aroma… tu aroma se hace cada vez más fuerte. Siento tu vigor, tu deseo… pero tu aroma tortura todos mis sentidos.
«Justin, yo soy lo que siempre has buscado… aquél extraño que tuviste en tu habitación, hace tantos años. El primer hombre que deseaste. Soy con quien has soñando, quien has deseado que te tome repentinamente. A mi lado, pequeño Alfa, podrás tener lo que siempre has querido, hacer lo que siempre has soñado, incluso… darte una compañía más placentera que la que el ingenuo mortal te puede dar.
Justin no sabía qué decir. Estaba frente a frente con el vampiro, manteniendo las delgadas cortinas corridas hacia cada lado. Su corazón latía con fuerza, el deseo se marcó debajo de su bóxer y sus brazos y pecho comenzaron a sudar.
―¿Por qué no entras? ―pregunto Justin con un fallido intento de sonar tranquilo, aunque sabía que sus pensamientos y sus hormonas lo delataba―, ¿Quién… quién eres?
―No puedo entrar a menos que tú me lo pidas y en verdad lo desees. Vamos Justin, después de haber leído tanto acerca de nosotros, lo debes saber ¿cierto?
Ambos guardaron silencio.
Después, Justin dio unos cuantos pasos hacia atrás, despacio. Hasta que chocó contra la cama, se sentó en ella; entonces sucumbió ante sus deseos y sueños.
―Pasa ―dijo el chico―, quiero que… entres.
El hombre en el balcón guardó silencio, pero Justin tuvo una extraña sensación de que estaba sonriendo. Después comenzó a caminar, primero dio un paso, luego otro. Atravesó el umbral de la puerta y se encaminó hacia el joven. Llegó a su lado y Justin preguntó:
―¿Quién eres?
―Mi nombre es Claud… ¿en serio quieres que entre? ―Preguntó el vampiro mientras colocaba su mano sobre el pecho del muchacho, para recostarlo completamente sobre la cama― Después de esta noche… nada volverá a ser igual, pequeño Alfa.
―Te quiero… quiero que entres ―dijo al fin Justin, mientras cerraba sus ojos y dejaba que la helada mano de Claud encendiera cada poro de su cuerpo, sus pezones se endurecieron e instintivamente mojó sus labios con su lengua.

La mano de Claud acarició su pecho y bajó por su abdomen, hasta su entrepierna.

Once años después IV

Después de disfrutar un poco de la vista, la Rue Bourbon brillaba con vida y colores, pensó en continuar con su investigación. Pero el cansancio del viaje y el escenario que entonces tenía frente a sus ojos, le llamaba poderosamente la atención: de los balcones pendían banderas multicolores simbolizando la armonía y la diversidad de todas las personas, los estandartes de la cultura gay y sus orgullosos embajadores: muchachos con cuerpos de ensueño, esculpidos probablemente por ángeles, tomados de sus manos en plena calle, sin camisetas o con playeras seductoras que dejaban poco a la imaginación.
Justin disfrutaba pasar horas y horas sentado en el balcón, mientras veía pasar a las personas allá abajo. Soñaba con el día en que Mark pudiera estar ahí con él, y en esa ocasión recordó la promesa que se hicieron de verse para el Acción de Gracias. Mark lo iba a visitar y recordarlo le dibujó una hermosa sonrisa en su rostro.
Cuando regresó al interior de la habitación, se quitó la bermuda que traía y la playera blanca. El cálido ambiente de la habitación resultaba agradable, pero tenía su cuerpo demasiado acalorado y cubierto de sudor, así que prefirió sentarse justo en el camino de una corriente de aire. Experimentó una sensación relajante y placentera; sentado en la silla de su escritorio, encendió su laptop recibió las caricias de la brisa cálida que entraba por la ventana.
De las bolsas que había traído de la gasolinera, tomó una cerveza y comenzó a beber, se recordó que debía comprar comida nuevamente, cuando dejó las demás latas en el refrigerador casi vacío.
Como si no hubieran hablado y mensajeado todo el camino, Mark de nuevo envió mensajes al celular de Justin y aquella sonrisa se intensificó.
Mientras tanto, Justin entró a una página que había descubierto hacía unos cuantos días y que no había tenido la oportunidad de revisarla íntegramente. La obsesión que Justin sentía hacia el mundo vampírico, para muchos no tenía sentido; sin embargo, en su mente permanecía un recuerdo sumamente vago de algo que había sucedido, hacía unos diez u once años, pero no estaba completamente seguro qué era.
Recordaba que una noche se encontraba dormido en una habitación, en la casa de Amy, de pronto sintió mucho frío en su cuello, como si una mano de hielo lo intentara ahorcar. Pero después, inmediatamente después, sintió un intenso calor. Se despertó agitado e intentó ponerse de pie, pero estaba sumamente débil.
Caminó hasta el espejo, encendió una pequeña lámpara y vio dos puntos de color rojo, como lunares en su cuello. Picaduras de mosquito, pensó. Nunca comentó nada al respecto, a nadie, ni siquiera a Jordan quien estaba sentado en el pasillo de la casa, solo, cuando salió de su habitación aquella noche.
Mark intentaba seguirle la corriente, la verdad es que le encantaba esa loca obsesión de su novio. No intentó comprenderlo, sino que se deleitaba con la manera en que Justin abordaba el tema. Incluso, al entender que Justin no dejaría el tema en paz, lo quiso complacer con aventuras y juegos en el que él mordía su cuello, lo besaba apasionadamente, al pretender alimentarse de su sangre. Era divertido, aunque, de pronto, en realidad se preocupaba por la obsesión de Justin.
Mientras ambos conversaban, Justin sintió de nuevo una corriente de aire helado que abrazaba su torso desnudo. Entonces escuchó un pequeño ruido en el balcón. Se puso alerta y volteó hacia fuera, pero comprendió que el ruido provenía del bullicio de la multitud debajo de sus pies.
Intentó relajarse y continuar leyendo, pero el sentimiento de ser observado no desaparecía de su mente, y la sensación de fuego dentro de sus pulmones tampoco. Fue entonces cuando se puso de pie, sin contestar el último mensaje de Mark.
―Me alegro volver a encontrarte, Justin ―la voz del hombre que estaba en el balcón era una voz sumamente seductora, del tipo que le gustaba escuchar a Justin—, me alegro mucho realmente.
Justin sintió miedo, pero se tranquilizó después de un momento, no entendió el motivo.

La figura de aquel hombre estaba envuelta en sombras, pero podía decir que era alto, delgado y se observaba que traía su cabello largo hasta los hombros. La postura del hombre resultó bastante confiada, estaba recargado contra el barandal de fierro forjado.

Once años después III

Sintió que su nariz se quemaba por dentro y sus pulmones se congelaban, justo después de arder en llamas. Trató de sacudirse esa sensación, como frecuentemente lo hacía cuando se transformaba en el hermoso lobo blanco que era. Espiró varias veces, con fuerza, por su nariz tratando de sacar lo que fuera que tuviera dentro, pero la sensación persistía y lo siguió hasta que estuvo dentro del auto y se encaminó hacia la carretera.
El sofocante calor del pantano llegó de nuevo y Justin dejó de sentir esa extraña presencia, aunque la sensación de desconcierto persistía, incluso ya en camino. Pensó en eso unas cuantas millas, pero luego se relajó, encendió otro cigarrillo y avanzó hacia la ciudad, feliz de estar de regreso.
El manto de luces amarillas y con los elevados edificios del centro de la ciudad, se extendía delante de él y fue entonces cuando su teléfono celular comenzó a sonar. Sonrió al ver la llamada y contestó con ánimo.
―Por la Luna mamá, ¿me estás rastreando desde que salí? Apenas voy llegando.

Dirigió su auto por las avenidas de la ciudad hasta llegar a la calle Saint Ann, y continuó derecho, hasta alcanzar Rue Bourbon. En el cruce, dio vuelta y subió por la conocida avenida hasta que llegó a un edificio, con locales, bares y cafés, que abrían hasta altas horas de la noche. Bajó sus maletas y caminó, cansado pero feliz de estar de regreso, por un estrecho pasillo hasta las puertas traseras de los locales. Empujó una desvencijada puerta de madera y ésta cedió, recorrió unos cuantos metros hasta que llegó a una segunda puerta. Por fin en casa.
Subió las escaleras, hasta la planta de arriba y llegó a un pequeño departamento que rentaba desde hacía un año. Su arrendadora era una señora mayor, agradable para mantener una conversación, con temas interesantes sobre el voodoo y otros temas de magia (ocasionalmente le entregaba algún artículo que encontrara en revistas o periódicos, referente a vampiros, además de talismanes y amuletos contra los seres malignos). Justin no podía decir si ella sabía algo, o solamente era para mantenerlo interesado; había ocasiones en que podía jurar que la mujer conocía sus secretos, la magia de la Luna que hervía en su interior.
―Nunca los dejes entrar criatura. Nunca desees tener a uno o encontrarte con uno, es la única forma de que se topan en tu camino. Sé sensato, cuidado con los Hijos de la Noche.
Habían congeniado sumamente bien y Justin disfrutaba bastante de las oscuras historias que le contaba. Precisamente esa relación fue lo que le permitió a Justin permanecer más del año en ese departamento, sin necesidad de cambiarse a cada momento, como la mayoría de sus compañeros de clases lo hacían.
Entró y encendió las luces. Dejó caer las maletas en un rincón y caminó hacia la enorme puerta-ventana que estaba del otro lado del cuarto. Pasó frente su cama, al lado izquierdo, y un pequeño escritorio de madera con su silla y su lámpara, al lado derecho.

El cuarto se sentía bastante húmedo, un ambiente encerrado durante todas las vacaciones de verano. Dejar entrar el viento de la ciudad, aunque no dejaba de ser húmedo, le sentó bastante bien al destartalado cuarto.

Once años después II

Afortunadamente vivían días tranquilos, sin preocupaciones ni sangrientas peleas que soportar. Fue por eso que decidió irse a Nueva Orleans a la universidad; al menos, ésa, fue parte de la verdad que dijo a la familia, aunque en realidad había otro motivo. Otra razón que solamente él, y su lejano novio Mark, sabían.
Nueva Orleans era la cuna de los vampiros en el mundo moderno, y era por eso que él estaba ahí. Sabía que si habría de encontrar información verídica al respecto, era ahí. Tal vez era por lo mucho que se ha escrito de la ciudad, tal vez su toque europeo. Quién sabe, lo cierto es que Justin estaba convencido de la existencia de los vampiros, sabía que eran reales pero quería comprobarlo por él mismo.
Recordaba que cuando cumplió once años y preguntó a cerca de estas místicas criaturas, la censura por parte de todos los miembros de la familia llegó irremediablemente, principalmente por parte de Jordan, quien nunca le había ocultado algo. Desde entonces, y gracias al hermetismo que envolvía a la manada en cuanto al tema, Justin comenzó a leer reportajes y escritos acerca del mundo vampírico.
Las historias de esos seres le resultaban completamente seductoras, al igual que sus protagonistas; encontraba todo el tema sumamente maravilloso y para nada sensacionalista. Aunque se topó con algunos escritos meramente fantasiosos —los primeros que comenzó a revisar—, mientras más se adentraba en su investigación, se topó con algunos datos sumamente interesantes, que parecían ser verdaderos.
Fue entonces que decidió continuar con su investigación.
Buscó por todos lados. De hecho, en todo momento aprovechaba la oportunidad para leer y recabar más información, así estuviera con Mark, en su departamento, en la playa o de compras.
Mark no comprendía la obsesión de Justin, pero era algo natural; para él toda la magia de los vampiros —y hombres que se convertían en lobos— era pura fantasía, que se veía en la pantalla o se leía en los libros. Nada más.
Aunque el momento oportuno de revelarse a su único amor (quien quiera que éste fuera), con su verdadera naturaleza, aguardaba en el interior de Justin; aún desconocía si Mark fuera ese alguien especial.
El pequeño local donde pagó por el combustible y compró las bebidas era viejo, pero parecía estar en buen estado. Mientras Justin encendía un cigarrillo, sintió una corriente de aire helado que chocó contra su rostro. Levantó su mirada hacia la oscuridad que se extendía más allá de las lámparas de las únicas dos bombas que estaban frente a él.

Era extraño, en medio de los inmensos pantanos de Luisiana, una corriente de ese tipo no podía existir, menos en pleno verano; entonces, sintió una presencia, alguien estaba a su lado derecho, luego a su lado izquierdo, e incluso detrás de él. A su alrededor sabía que alguien —o algo— estaba ahí.

Once años después I (epílogo)

La primera novela que realicé --y con la que inicié las publicaciones en este blog, en diciembre de 2009-- habla de la relación entre Jordan y Axel.
Ambos envueltos en una importante misión para salvar a su familia. Crecieron juntos, aunque no eran hermanos de sangre, pertenecían a la misma manada. Enamorados y decididos a pelear por su amor, los hombres lobo luchan contra traiciones que amenazan con destruir lo que aman y sueñan.
Al término de la novela, el epílogo se sitúa once años después de la historia. Habla de Justin, apenas un cachorro en la trama principal, ahora un muchacho de diecinueve años, el próximo Alfa de la manada.
Justin estudia y vive en Nueva Orleans, cautivado por los temas de magia y las criaturas que no podían ser siquiera pronunciadas en casa, los vampiros.
Anhela encontrar rastro de ellos, seguro de su existencia; desea, de ser posible, estar frente a uno.
Hasta que una noche, alcanza lo que quiere cuando, Claud, viejo conocido de Jordan y Axel, aliado en algún momento de la historia, aunque no precisamente el mejor amigo, decide encontrarse con el pequeño Justin.
El epílogo, en las siguientes publicaciones, ahora lo muestro como historia independiente, aunque continúa con referencias de lo dicho en los capítulos que le preceden.
Espero lo disfrutes.

************

La carretera se extendía delante de él, mientras sorteaba las curvas, con una mano en el volante y la otra recargada en la ventana abierta.
El sueño se apoderaba de él con rapidez, sabía que debía detenerse en algún lugar o terminaría quedándose dormido en algún punto del camino. Llevaba en el auto todo el día y estaba bastante cansado; aunque disfrutaba la libertad de conducir en carretera, el cansancio en sus piernas, la espalda y el cuello, aumentaban con cada milla que pasaba. Pero Nueva Orleans estaba cada vez más cerca.
De pronto, el señalamiento de una gasolinera apareció a un lado de la carretera y aprovechó para comprar otra botella de refresco y una cajetilla de cigarros. Tenía sed y necesitaba azúcar en su cuerpo. Quiso comprar un paquete de cerveza, para tomar cuando llegara a la ciudad, pero tuvo que convencer de manera incluso insinuante a quien estaba detrás del mostrador.
Justin acababa de cumplir diecinueve y regresaba a Nueva Orleans, donde estudiaba Sociología, para el final del verano. Era su segundo año en la universidad y, después de las vacaciones, regresó a la ciudad americano-francesa, luego de haber pasado la mayor parte de sus días libres en Los Ángeles, en el departamento de Mark, un chico con el que salió todo ese verano.
Después de pasar unos cuantos días con Amy y Vanessa, tranquilamente en casa, emprendió el viaje de regreso, con llamadas tanto de su familia como de Mark, a quien enviaba fotografías del paisaje conforme el día avanzaba.
Nadie quería que viajara solo, pero Justin insistió en hacerlo, pues disfrutaba enormemente de la tranquilidad y el tiempo que tenía para pensar en lo que quisiera. Particularmente, Justin estaba interesado en la existencia de seres nocturnos, tan mágicos como él mismo y su familia. Naturalmente, sabía de la magia que envolvía a su familia; sabía de las leyendas de hacía siglos e incluso de las batallas que habían acontecido, hacía poco más de una década.
Su convivencia regular con Axel y Jordan era de las cosas que más atesoraba en casa, se sentía en completa conexión con ellos —principalmente, por esos intereses afines que compartían—; eran miembros de esa manada singular, como referían los tres.
De hecho, cuando a los dieciséis años, Justin aceptó tener un interés más profundo hacia un compañero de su preparatoria, acudió junto con Jordan a hablar con Vanessa, su madre, y platearle toda la situación. El de Axel y Jordan hizo la situación más sencilla, para todos.
Justin sabía, también, de su posición como nuevo Alfa de la manada, y realmente se preocupaba por llegar a liderar de manera correcta. Quería estar al pendiente de lo que se presentara, pero Jordan insistía en que debía concentrarse en sus estudios. No hay duda en que la presencia de Amy fue de gran ayuda para el joven.