Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 20 de junio de 2015

Nahn III

Las festividades ya iniciaban, Nahn corría por las veredas del bosque para regresar a tiempo al templo de Dionisio. Debía contarle al dios lo que había visto, quería compartir con sus hermanos la hermosura de los espíritus del agua. Corría alegremente, brincaba de roca en roca y esquivaba las ramas de los árboles. Sus patas le daban fuerza y velocidad, su cola danzaba con el viento, repleta de felicidad. Todo fue maravilloso. Todo fue hermoso.
Llegó a tiempo para las danzas, justo antes de que el dios hiciera su triunfal aparición. Alcanzó a tomar el cáliz con su nombre y llenarlo de la fuente de vino. Lo alzó igual que sus hermanos y lo vació de un solo trago. Entonces se acercó con uno de los mayores.
—¡Sileno! —Dijo el pequeño Nahn, mientras todos en la pista bailaban y brindaban— ¡Lo más maravilloso me ha ocurrido! ¡Debo contártelo!
—¡Pequeño hermano! ¿Qué ha ocurrido? ¿Por fin has podido atrapar tu primera ninfa o aún persistes en dejarlas que se escapen de tus manos?
El tono de Sileno era de burla, pero una burla guiada por la embriaguez, ocasionada por el vino. De hecho, el viejo gordo apenas podía mantenerse de pie, así que aprovechó su tropiezo para quedarse recargado contra una de las columnas del palacio.
«¡Vamos niño! ¡Cuéntame! ¿Qué ha pasado?
Nahn dudó por un segundo, quizás sería prudente guardarse aquella aventura para él solo. Pero su familia era lo más importante y quería hacerlos partícipes de lo que había experimentado.
—Me he encontrado con una de las criaturas más hermosas y misteriosas. De hermosos ojos y piel brillosa. Con una enorme cola de pez, en lugar de piernas.
—¡AH! ¡Vaya, el pequeño Nahn se ha encontrado con las mágicas Syrens! ¿Son tan hermosas como dicen?
Para entonces, los gritos de Sileno habían llamado la atención de otros sátiros que estaban junto a ellos y se habían acercado para escuchar el relato. Dionisio entonces observó que algo sucedía.
—¿Qué confabulaciones traman por aquellos lados Sileno? —Preguntó el dios.
—¡Ninguna confabulación padre mío! Solo que uno de tus hijos ha tenido la dicha de encontrarse con los maravillosos espíritus del mar. ¡Una Syren!
—Bueno- quiso contradecir Nahn, pero fue interrumpido por Dionisio.
—¡Vaya muchacho! ¡Eso es de celebrarse! Venga, dinos cómo fue el suceso y cuéntanos cuál es la belleza de las hijas de Tritón.
Nahn relató fielmente todo lo que había sucedido, recordando de la manera más vívida posible cada uno de los detalles que habían llamado su atención. Hasta que Sileno le preguntó el nombre de aquél ser fantástico. Nahn entonces dudó. Sintió que su espalda se tensaba y el vello de sus brazos se erizaba. Tuvo miedo.
Por urgencia del dios, Nahn reveló el nombre del muchacho de hermosos ojos.
La risa descontrolada de todos los asistentes azotó los oídos del sátiro, quien apenado inclinó la cabeza y se sonrojó desmedidamente.
—Los machos de los mares son raros de encontrar —la voz de Dionisio se escuchó sobre todas las risas; poco a poco los asistentes guardaron silencio y entonces continuó, no hablaba ahora en broma, sino que las palabras eran generadas para calmar el ansioso corazón de su pequeño hijo—, sin duda tuviste una gran experiencia pequeño, encontraste un tesoro y coleccionaste una anécdota más.
«Aun así, debo prevenirte, no albergues ilusiones en tu corazón. Las criaturas marinas no son como ustedes, que juegan y corren en la tierra; no atesoran memorias y no tienen recuerdos, salvo cuando se encuentran rodeados de los suyos, en la profundidad del gran océano.
«Lamento decirlo, pero en estos momentos, el bello joven wassergeist no recuerda quién eres o en dónde estuvo.
Dionisio entonces ordenó continuar con la celebración y los cálices se volvieron a llenar de vino dulce.
Mientras tanto, Nahn no podía creer las palabras que había escuchado. Se sentía juzgado y señalado por todos sus hermanos, expuesto. Así que, en la primera oportunidad que tuvo, se retiró del palacio y corrió de nuevo por los bosques. Quería alcanzar la costa y ver de nuevo al hermoso Blaue; no podía borrar de su joven mente la figura de aquella criatura, quería contemplarla nuevamente, quería perderse en la profundidad de sus ojos.
Mientras avanzaba, se encontró de nuevo con la ninfa Fayrè, quien le preguntó el motivo de su desesperación.
—No puedo creer lo que me han contado. Dime, necesito saberlo, ¿es verdad lo que el dios me ha dicho? ¿Es que Blaue no recuerda quién soy o lo que hice?
—Los espíritus del mar no deben estar en la tierra. Sus recuerdos son solamente los que se generan por gran felicidad, por la felicidad del amor de los suyos. Su propia naturaleza te ha de lastimar, lo dije.
—No puede ser-
Entonces, Nahn se echó de nuevo a correr.
Llegó a la orilla del bosque, delante de él se extendía la blanca arena y más allá el océano iluminado por Selene. Elevó una plegaria a la diosa de que aquello no fuera verdad. Entonces el sátiro corrió hacia unas rocas que se encontraban rodeadas de agua, las escaló con urgencia y se sentó para contemplar aquellos dominios y de nuevo tocó su música con la siringa.
El océano estaba tranquilo, apacible; y, a lo lejos, Nahn alcanzó a observar primero la cabeza y luego los hombros de un ser. Dejó de tocar y la cabeza comenzó a sumergirse, entonces retomó la melodía.
Siguió con la música hasta que Blaue se acercó completamente a la roca. Su hermosa cola alcanzaba a brillar con la luz de Selene; su sonrisa cautivó al pequeño sátiro.
—Esperaba encontrarte de nuevo —le dijo Blaue cuando terminó la melodía.
—Pero, ¿es que me recuerdas?
—Claro que te recuerdo, y lo que hiciste por mí. Recuerdo cómo llegue al río aquella mañana. Había salido la noche anterior, como esta, a cantar con Selene, al son de una hermosa flauta como la que estas tocando. Recuerdo que te vi a lo lejos, luego te adentraste en el bosque y deseé seguirte. Quería escuchar tu música.
«Estaba oscuro y Selene no iluminaba los senderos del bosque, caí por una ladera y fue como me lastimé. Entonces alcancé a llegar hasta el río, ahí permanecí hasta que me encontraste, la mañana siguiente.
Los ojos de Nahn reflejaban emoción pura, emanada de su corazón. Eran como una antorcha encendida, del color del fuego, que contrastaban de forma tan hermosa con su pelaje oscuro.
—Mis hermanos me dijeron que los wassergeist no tienen recuerdos… ¿Cómo es posible?
Entonces Blaue extendió su mano y el pequeño sátiro brincó hacia el agua. Se arrodilló enseguida del espíritu del mar y lo observó detenidamente. Sus ojos lo cautivaron, se debatía en saber si era más hermoso de día, con la luz de Apolo; o de noche, con Selene en la bóveda oscura.
—Recordamos lo que nos causa una gran felicidad. Nuestros recuerdos provienen del corazón, no de la mente.
Acarició nuevamente sus cuernos y la cola del pequeño sátiro se movió de felicidad. Blaue envolvió las patas de Nahn con su cola y lo acercó más a él. Tomó su rostro con sus manos y lo besó lentamente.

Desde aquella noche, Nahn prefirió jugar en los bosques al atardecer. Correteaba un rato con las ninfas hasta que Selene coronaba el cielo nocturno, momento en que llegaba a la playa, trepaba las rocas y se sentaba para tocar alegremente la  siringa, en espera que su amado Blaue emergiera a la superficie, siempre con un regalo traído desde las profundidades.

Desde entonces, Nahn y Blaue se aman libremente bajo el cuidado materno de Selene.

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