Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 20 de junio de 2015

Nahn II

El pequeño sátiro dijo su nombre para presentarse y la criatura respondió.
—Mi nombre es Blaue, hijo de Tritón, hijo de Poseidón.
¿Poseidón? Pensó Nahn, no lo podía creer. No era hijo de Zeus, sino su sobrino; descendiente del dios de los mares. ¿Pero, qué hacía ahí?
Nahn sabía de otras criaturas que habitaban la tierra, pero no podía ubicar a la que tenía frente a sus ojos; naturalmente, ellos poblaban las profundidades de los mares, en los terrenos de Ogenus. Le pareció que era una criatura demasiado formal, no era como él o sus hermanos, que siempre hablaban con tonos de burla; incluso sus hermanos mayores, que, aunque inmiscuidos en asuntos más formales de Dionisio, tenían tiempo para juegos y bromas. Le pareció divertido, aquél saludo tan propio.
—¿Qué haces a la orilla del río? —Preguntó el sátiro mientras sacaba una de sus patas del agua y se apoyaba en la tierra mojada de la orilla, para inclinarse sobre la misteriosa criatura— estás herido, parece grave.
El tono de broma y burla del sátiro molestó a Blaue. No era que estuviera ahí por voluntad propia, no podía recordar cómo regresar a casa y no sabía qué había pasado o cómo había terminado en ese lugar. No recordaba aquellos bosques.
«Debemos curarte —prosiguió Nahn, mientras se acercaba más hacia el costado lastimado de la criatura—, quizás las ninfas puedan ayudar, pero será difícil convencerlas de que salgan y no quieran jugar. Siempre que mis hermanos y yo queremos bailar con ellas, se esconden de nosotros. Quizás ellas sepan cómo curarte.
Blaue no entendía de qué hablaba aquél ser.
«¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? —Nahn guardó silencio mientras observaba directamente a los ojos de aquél ser. Eran ojos azules, hermosos, profundos; percibió un ligero movimiento en ellos, no en sus ojos sino en el color, le recordó a las olas del mar, que se alzaban y rompían en la costa, contra las rocas o sobre la arena—. ¿Qué eres?
El tono juguetón del pequeño sátiro ya se había desvanecido y en su lugar surgieron palabras bañadas en interés y asombro.
—Soy Blaue, hijo de Tritón, hijo de Poseidón. Soy un wassergeist, un espíritu del mar.
Nahn, de inmediato, quedó embelesado con los profundos ojos de Blaue. Sentía una tranquilidad inexplicable con tan solo mirarlos, un estado de calma, reconfortante. Le sonrió dulcemente y entonces sintió que debía distraerse con algo más. Necesitaba observar algo más.
El cuerpo del ser mostraba pequeñas escamas, como las de los peces que veía en los estanques o los que intentaba atrapar cuando jugaba en los ríos.
Entonces se arrodilló a su lado y observó la herida. La planta de sanación debe funcionar. Aunque jamás la he usado en una criatura como ésta. Los pensamientos de Nahn brincaban desbocados, de la planta mágica al hermoso cuerpo del espíritu que tenía a su lado. De las características medicinales que podrían ayudarlo, a los hombros y brazos que tenía a su alcance, a la cintura que apenas alcanzaba a salir del agua, con las líneas de sus músculos definidas y el hermoso brillo azulado que mostraba su cuerpo cuando se iluminaba por los rayos de Apolo.
Nahn pegó un brinco hacia el pasto, fuera del río, y caminó con la cabeza baja. Se adentró un poco al bosque y en su camino se encontró con Fayrè, una ninfa.
En cuando la vio, le pidió que no se escondiera, no estaba ahí para jugar, quería ayudar a un ser que necesitaba de él. La ninfa, temerosa, convertida ya en un hermoso rosal, abrió sus ojos y se aventuró a hablar con el sátiro. Habló sin decir una palabra, Nahn escuchó la dulce voz de Fayrè dentro de su mente.
—No es amigo o criatura en la que puedas confiar —le dijo con franqueza.
Nahn sabía que las ninfas jamás mentían.
—¿Por qué lo dices? He hablado con él y no tiene malas intenciones. Está herido, necesita ayuda. No recuerda cómo regresar a casa. Es hijo de Tritón, hijo de Poseidón. Debemos ayudarlo.
—Su propia naturaleza te habrá de lastimar. Cuando cures las heridas de la piel, tu corazón sangrará.
—Por favor, ayúdame a encontrar con lo que lo pueda curar.
Fayrè entonces dejó caer un pétalo rojo al pasto, donde éste cayó, creció en su lugar una pequeña planta, de hojas verdes, largas y un poco anchas. El sátiro sonrió y la tomó con cuidado. Antes de  regresar al río, prometió regresar a jugar con ella.
Cuando Nahn regresó a la ribera, encontró a Blaue ya fuera del río, tirado sobre el pasto verde, solo que su cola había desaparecido. Aquella hermosa cola con aletas, de tonos azul, rojo y violeta, ya no estaba y en su lugar se mostraba un par de piernas, con pies y dedos. Igual que un hijo de Zeus.
—¿Blaue? —Preguntó Nahn, temeroso que no se tratara de la misma criatura, sino que fuera un humano—, esto te podrá ayudar.
El rostro era el mismo que había visto, la herida estaba en el mismo lugar y sus ojos eran imposiblemente hermosos, igual que hacía unos momentos; lo único diferente, eran esas dos piernas que estaban en lugar de la cola. Tampoco las escamas estaban en la piel de aquél hombre.
Estaba tirado sobre el suelo con hojas y tierra adheridas a su cuerpo; Nahn se percató de que de su herida brotaba más sangre. Necesita estar en el agua, pensó de inmediato el sátiro, al tiempo que se agachaba para moler las hojas y untarlas en el cuerpo. Espero que funcione.
La magia de las ninfas jamás falla. Funciona perfectamente con cualquier criatura, creación de los dioses, y, finalmente, Blaue era hijo de dioses.
Una sensación de calidez se extendió por la parte lastimada del cuerpo de Blaue, entonces abrió los ojos y suspiró profundamente. Su cuerpo volvía a ser perfecto.
—Te agradezco —le dijo con esa gran reverencia que tenía al hablar—, me has curado, pero aún necesito de tu ayuda. No recuerdo cómo llegar a casa. Debo regresar con mi padre y mis hermanos y hermanas.
—¿Te puedes levantar? ¿Puedes caminar? No soy lo suficientemente fuerte para cargarte sobre mis hombros, aunque quizás uno de mis hermanos mayores lo pueda hacer.
—No, debemos irnos ya. Puedo caminar, siempre y cuando no me aparte mucho del río. Necesito estar cerca del agua.
Nahn había escuchado algunos cantos de las ninfas, que cuentan que todos los ríos de la tierra se juntan con Ogenus, con el padre. Así que Nahn permitió que Blaue se apoyara sobre él y juntos caminaron al lado del río.
El bosque se extendía a su lado, así que en ocasiones Nahn alcanzaba a ver unas cuantas ninfas que se escondían de él y del extraño que lo acompañaba. Caminaron juntos, hasta que alcanzaron a escuchar el suave sonido de las olas en la playa. Como los ojos de Blaue, pensó el sátiro, mientras sonreía en sus adentros.
El rostro de Blaue se iluminó cuando alcanzaron la playa. Pero Nahn permaneció oculto detrás de los árboles. Jamás había salido el bosque; en efecto, que él recordara, ni siquiera sus hermanos se aventuraban a pisar otras tierras. No sabía qué hacer, así que permaneció debajo de un enorme pino. Blaue detuvo su andar y giró, lo observó detenidamente y regresó hasta donde el sátiro se encontraba.
—Me encuentro eternamente agradecido contigo.
El azul de los ojos de Blaue estaba más encendido que antes; se veían vivos, y el movimiento del color era igual que el del mar. Su piel entonces empezó a brillar de nuevo, pequeñas escamas nacían sobre su piel; su sonrisa hechizó para siempre el pequeño corazón de Nahn, quien aquel mismo día, ante el espíritu del mar, prometió regresar todos los días a ese lugar, para estar cerca de él.
Blaue pasó sus manos por los rizos de Nahn, descubrió sus pequeños cuernos y los tocó con delicadeza, con la delicadeza de la espuma de las olas sobre la arena. El sátiro sonrió y estiró sus delgados brazos para abrazar a Blaue, quien lo elevó fuertemente, envuelto en sus gruesos brazos. La piel del ser era la misma del mar, sal y viento, con la fuerza de Apolo.
Besó los labios del pequeño sátiro y lo colocó de nuevo sobre el suelo.
Nahn permaneció en aquél lugar, mientras observaba a Blaue entrar al enorme océano, hasta que el agua llegaba a su cintura, entonces supo que de seguro la hermosa cola de pez estaba de nuevo en lugar de las poderosas piernas del hombre. El espíritu del mar se volvió y extendió sus brazos sobre su cabeza, en señal de despedida y agradecimiento con la pequeña criatura del bosque que lo ayudó a encontrar su camino de regreso a su hogar.

Nahn se sentó a la sombra de aquél pino y comenzó a tocar su siringa, con alegría en su corazón.

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