Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 22 de octubre de 2012

Noche de mantras, café y reflexiones.



Aprovecho esta noche, las tranquilizantes notas de los mantras masculinos y el delicioso —y reconfortante— aroma del café, latte vainilla, que tengo frente a mí, para escribir y pensar.
En últimos días he tenido presente una idea, clavada en mi mente, que surgió desde que leí el libro “Cartas a un joven novelista”, de Vargas Llosa; y es que justamente él habla de la deliciosa y enfermiza, casi patológica, necesidad de escribir.
En cuanto leí el libro no comprendí completamente lo que él afirmaba en esas primeras cartas a un admirador —aprendiz de escritor— ficticio, que sirvió como conector con todas las intervenciones que realiza el autor, para justificar sus comentarios y consejos.
Quizás, inmiscuido en mis propios asuntos y en mis demás obligaciones, no alcanzaba a entender aquello que él quería decirme; pues, a pesar de ser un libro con una trama falsa (es decir, inventa a un joven novelista que le escribe cartas en busca de consejos y así él le contesta, cuando en realidad son anotaciones propias de charlas y pláticas), a pesar de ello, siento que el autor me habla directamente a mí. Que es a mí a quien dedica sus cartas y que es a mí a quien le dice: no dejes pasar el tiempo, obsesiónate, preocúpate y ocúpate de esa labor titánica que tienes, entre tus manos, inconclusa a lo largo de equis cuartillas.
La determinación, la constancia y persistencia, son cualidades que siempre he envidiado de todos aquellos que se deciden firmar un trabajo literario, como propio.
Sueño con dedicarme a esto, anhelo alcanzar la dicha de ver mi obra publicada en alguna librería —sé, de sobra, que este patético discurso lo he dicho una y otra vez, y millones de veces más—; sin embargo, el sueño, la fatiga, el agotamiento, tedio, desesperación, aburrimiento, o sabrá el demonio qué, me impiden avanzar con los diálogos y las escenas plasmadas en cinco, diez, veinte, mil cuartillas.
¿Cuándo? Infinitamente, cuándo.
Escribir es una adicción, y decía que no entendía el mensaje de Mario —así lo siento todavía más personal— pero parece que ahora comienza a llegarme a la cabeza. Parece que, por fin, entiendo lo que quiere decir.
La necesidad crece en mi interior, en mi mente y alma, y lo hace a cada momento, como las notas feroces y presentes de los tambores en el mantra japonés que escucho. Parece que me instaran, con cada golpe sincero, a escribir un diálogo igual de fuerte, igual de hermoso.
Parece que todo dentro de mí se muere por salir, por quedarse plasmado en papel, inmortalizados —personajes, ciudades y sensaciones— en palabras que buscarán ávidamente el resguardo en la imaginación de cualquier extraño.
Sin embargo, gracias a la nefasta contradicción del mundo y sus alrededores, cuando intento plasmar la escena de amor, de llanto o desesperación, el mundo parece detenerse, y, con él, lamentablemente también lo hacen mis manos, mi mente, mi boca a través de las palabras.
Es una tortura, afirma Mario, desear escribir algo, pues no descansas hasta que lo logras. Hasta que lo haces. Y actualmente me encuentro en ese no descanso eterno, pues existe una barrera —impenetrable— entre mi ser y el papel.
En verdad es una tortura, tener todo un torrente de ideas atrapadas en el interior y no poder liberarlas.
¿Cómo las dejas en libertad? ¿Cómo las liberas al bosque salvaje del genio e intelecto humano?
¿Cómo? Infinitamente, cómo.
En efecto, resulta una tortura que solo quienes escriben —y los que pretendemos hacerlo— pueden entenderlo.


Kaldi.
Chihuahua, Chih.
Once de octubre, 2012.

No hay comentarios: