Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 29 de abril de 2012

Ventana.


Hace tiempo publiqué una entrada con este mismo nombre.
De hecho fueron tres entradas en las que publiqué la historia de Andrés.
Es un cuento corto que trata de la obsesión de un pequeño que comienza a los once años cuando casualmente observa a su vecino a través de su ventana.
El vecino desaparece unos cuantos años para después regresar a entregarle a Andrés una de las experiencias más significativas de su vida.

Como lo dije hace unos días, edité de nuevo la historia y cambié el final de la historia original.
Les dejo un fragmento del final del último capítulo. Espero que les guste.

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Ventana

Observa el mundo, contempla la vida.
Abre la ventana a la realidad y a la fantasía,
abre la ventana al amor.
A la compañía, a la alegría, al llanto.
A. Rubio

Capítulo 3
[...]

La luz de la luna, completamente llena, iluminaba perfectamente la habitación y lanzaba un delicioso brillo sobre la piel de Andrés. En su cuerpo se dibujaban unas franjas plateadas que pertenecían a aquel enorme astro, maravilloso embajador nocturno que es capaz, incluso, de visitar a quien se lo permita en la intimidad de las habitaciones; con compañía o sin ésta, la luna siempre estaba ahí.
Tomó de un pequeño mueble lleno de cuadernos y papeles, un libro que prácticamente había olvidado tenía ahí. Acarició su portada gastada, percibió el aroma de sus hojas. Lo abrazó contra su pecho como se hiciera con la posesión más sagrada y preciosa que se tuviera.
Entonces recordó el sueño que tuvo.
En su mente estaba Mauricio. Tocaba su cuerpo, mordía sus brazos, besaba sus labios y lamía su cuello.
Lo tomaba de las piernas, lo sujetaba de la cadera. Volvía a besar sus labios. Mordisqueaba sus lóbulos. Jugaba con sus pezones. En sueños le susurraba las cosas más deliciosas mientras lo tomaba con fuerza de la cintura y se adentraba en él.
Andrés abrazó con más fuerza el libro “The Howling” que tomó antes de que saliera de la casa de Mauricio. Lo sujetó para aferrarse a la evidencia de que todo había sido real, no un sueño.
Cerró sus ojos y recordó nuevamente las imágenes que aún seguían vivas en su mente. Sus piernas envolvieron la cintura de Mauricio, sus gemidos y gritos se quedaron ahogados en su garganta. Sus ojos estaban cerrados y su rostro ardía con la pasión de las caricias.
La maravilla del contacto.
En silencio, dentro de su mente, Andrés hizo el mayor juramento de toda su vida; en un futuro, quizás, juraría amor eterno a alguien con quien fuera a compartir el resto de sus días, hasta que la muerte llegara. Pero nada sería más poderoso que aquella muestra de devoción que realizó ante todos los dioses y todas las estrellas.
Le juró a la luna, por todo lo puro y mágico del mundo, por todas las hadas y los duendes, por todas las hermosas criaturas de la noche; juró que jamás sacaría de su mente a Mauricio. El recuerdo de Mauricio quedaría intacto, colocado en un pedestal, dentro de la mente de Andrés.

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