Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

miércoles, 28 de julio de 2010

Favor

―¿Estás bien? ―preguntó Max cuando entró a la habitación donde estaba su mejor amigo preparándose para dormir.

Jaime estaba de paso por la ciudad por cuestiones de trabajo, y decidió visitar a su viejo amigo. Los dos chicos se conocían desde que tenían cinco y seis años, Max era el mayor.

―Sí... No pasa nada. Tú sabes, de pronto las citas no salen bien.

Jaime, además de llegar a la ciudad para abrir una extensión de su firma de abogados, tenía planeada una cita, no de negocios sino personal, después de su reunión laboral. Sin embargo, por caprichos del destino ―quizás―, esta segunda cita (con un supuesto doctor de mucho mundo), no funciono.

Termino encontrándose con un chiquillo inquieto recién egresado de la Facultad y, definitivamente no era lo que estaba buscando.

―Te noté muy serio en la cena ―dijo Max, recordando cómo se ponía su amigo cuando alguna relación sentimental no funcionaba. Pensó que, de alguna manera y a pesar de que eran ya adultos, Jaime se veía igual a aquellos días de universidad. Pero no supo decir si fue por la desilusión de esa cita, o por algo más. Acaba de abrir un despacho aquí, debería estar feliz, pensó mientras probaba el vino de su copa.

―Es por el trabajo, toda la presión de... ―era inútil, no podía mentirle a su amigo de toda la vida. Frente a él volvía a ser un joven de veintiún años, y tenía que decir la verdad―, fue todo, todo lo que pasó. Me desilusioné con este mocoso y me puse a pensar en... cuánto tiempo tardaré para ―Max presintió lo que Jaime iba a decir, pero fiel a su palabra de hacía años, no desvió su mirada, sino que, aún en la oscuridad, vio fijamente a su amigo―.

«Cuánto tiempo tardaré para poder olvidarte. Para poder entender que no eres para mí. Disculpa si te agobio con esto ahora, sé que no es oportuno que lo diga, porque ahora estas con Diana, y vaya me quedo en tu casa, con ella. Además, sé que realmente nunca sentirás lo mismo que yo… me doy cuenta de lo inapropiado de todo esto, pero... necesito sacarte de mi corazón Max.

Cuando los chicos tenían dieciséis años, bueno cuando Max tenía dieciséis, una tarde después de clases en la preparatoria, Jaime estaba particularmente serio.

Caminaron juntos, como lo hacían todos los días, y fue cuando Max le preguntó si algo le sucedía. Jaime no era una persona seria. Como respuesta, solamente le dijo que tenía que hablar con él. Se detuvieron en el parque que quedaba de paso y Jaime se confesó ante su mejor amigo como homosexual, y no solo eso sino que, además, estaba perdida y locamente enamorado de él, como solo un adolescente lo sabe hacer.

Como lo temió, ésa fue la peor semana para Jaime.

Max se alejo de él súbitamente, cambió de lugar en clases, y no se les vio juntos por algunos días.

Fue la primera vez que a Jaime le rompieron el corazón.

Hasta que el viernes de esa semana, ya rebasada por el tiempo y los años, con un tono serio pero sincero, Max le dijo a Jaime que respetaba lo que había dicho y todo lo que sentía. Le aseguró que definitivamente quería seguir siendo su amigo, pero que él no podría, nunca ―se aseguró en hacer énfasis en esta palabra―, sentir lo mismo por Jaime.

El chico acepto gustosamente la mano amiga de Max y desde entonces el incidente se quedó guardado en los rincones de sus mentes. No lo volvieron a comentar. A pesar de que Max conoció a los futuros novios de su amigo, jamás hablaron nuevamente al respecto.

Años después, en la graduación de Max, Jaime se acerco a él con un pequeño obsequio, y una confesión:

―Aun te amo... ―dijo en aquél entonces―, no he podido olvidarte. Sé que no sientes lo mismo que yo, pero solo quería decírtelo. No pienso comenzar a atormentarte y entiendo tu postura, en serio. Tranquilo… solo quería que lo supieras.

Afortunadamente, la madurez de Max le ayudó a aceptar lo que su amigo le dijo ese día. Él tenía razón, jamás iba a poder sentir algo por Jaime, además de una amistad casi tan fuerte como una hermandad.

De alguna manera ésa era la forma en que Max podía amar a Jaime.

«Necesito dejarte atrás. Necesito sacarte de mi mente como el chico que siempre amé, y dejar solo a Max: el amigo que siempre tendré ―dijo Jaime recostado en la cama que le habían asignado en el cuarto de visitas.

―Jaime, lamento que sigas batallando con esto, en serio. Han sido años-

―Han sido muchos años y muchos brazos Max, pero no he tenido éxito.

―Me siento mal... quisiera, no se... quisiera ser como-

―¿Cómo yo? No. No puedes ser gay Max, tienes un gusto terrible para la ropa.

Los dos amigos soltaron una risa discreta. Una pequeña broma nunca sale sobrando para calmar los ánimos.

―Quisiera poder hacer algo para ayudarte... lo que fuera. Quisiera-

―No importa... enserio. No tienes por qué cargar con esto ―Jaime giró en la cama y le dio la espalda a su amigo, quien estaba sentado en la orilla del colchón―. Buenas noches Max ―dijo Jaime―.

Max se levantó y caminó hacia la puerta del cuarto. Justo antes de que saliera, Jaime le pidió que aguardara un momento. Se incorporó sobre la cama y las cobijas revelaron su pecho desnudo. Estaba sentado, con los ojos fijos en la figura negra de su amigo que estaba frente a él.

―¿Qué dijiste?

―Que quisiera poder hacer algo para ayudarte. No me gusta verte así.

―Y, ¿qué podrías hacer? ―Max cerró de nuevo la puerta y regresó a su lugar―.

―Lo que fuera. Eres mí mejor y más viejo amigo. Hemos compartido tanto en todos estos años, que haría lo que fuera por alivianar un poco tu carga.

«¿Recuerdas aquél día, cuando éramos pequeños, que íbamos en nuestras bicicletas y de pronto perdí el control y me caí por el barranco? ―claro que la recordaba. Pensaba en aquella aventura, y en muchas otras, con bastante regularidad―.

Jaime se rió discretamente, recordando que no era un barranco sino una colina del rancho de su abuelo.

―A pesar de todo, siempre fuiste una nena para estar en el campo. Sí recuerdo, te caíste por la colina, rodaste como unos cinco metros y comenzaste a gritar.

―Llegaste inmediatamente y empezaste una maniobra de rescate. Te sentías el guardián. Ése día me ayudaste, me has ayudado mucho a lo largo de estos años Jaime, por eso… es por eso que quiero hacer algo.

Los dos amigos guardaron silencio, tan solo unos minutos.

―Hay algo que puedes hacer ―dijo al fin Jaime―.

―Dime...
―Podrías darme un beso.

El tono en que Jaime hizo la petición no denotaba broma alguna, todo era enserio. Así que Max solo respondió con su silencio.

―Olvídalo ―dijo Jaime acomodándose de nuevo en la cama, para intentar conciliar un sueño que, sabía perfectamente, tardaría mucho en llegar― no importa. Es una estupidez, olvida que te pedí eso. No sé ni qué estoy diciendo.

Max se iba a poner de nuevo de pie, pero Jaime lo tomo del brazo.
―Aunque, si te parece bien, me serviría de mucho un abrazo tuyo.

Max se acomodo frente a su amigo y extendió sus brazos hacia él. Con una sonrisa, Jaime entró en ellos y abrazó a Max.

De pronto, los dedos de Max acariciaron el hombro desnudo de su amigo, haciendo que éste comenzara a respirar con dificultad y que su piel diera una respuesta que no quería.

―Por favor, no hagas eso… ― dijo Jaime retirándose rápidamente― he soñado con esto toda mi vida, y después no sabría cómo interpretarlo.

«Gracias. Gracias por el abrazo.

Jaime estaba verdaderamente satisfecho por ese pequeño favor que su mejor amigo le había hecho, y justo cuando se acomodaba de nuevo para dormir, sintió las manos de Max tomar su rostro. Lo giró hacia donde estaba él y lo besó con delicadeza.

El corazón de Jaime saltó dentro de su pecho y se retorció de placer. Su cuerpo reaccionó con un leve temblor y unos cuantos rayos de electricidad que se colocaron justo en su entrepierna.

La textura de los labios de Max era mucho más firme y cálida de que como la había imaginado.

En esos escasos segundos, la boca de su amigo parecía ser todo lo que anhelaba y todo por lo que había estado buscando, con viajes de amantes en amantes, de uno en uno, hasta que la encontró. La paz.

Esos escasos segundos fueron maravillosos para Jaime. Después, abrió sus ojos cuando Max se separó, y comprendió que la larga espera por el beso de su amigo había valido la pena. La tortura y el suplicio, por fin, habían terminado.

―Un favor de amigo a amigo ―dijo Max mientras sostenía la puerta entreabierta de la habitación ―que descanses ―se despidió―.

Por primera vez, en mucho tiempo Jaime durmió sin soñar con Max.

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