Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

jueves, 22 de abril de 2010

Tenías que saberlo

-Eramos muy buenos amigos - le había dicho Eduardo mientras se recarba en la pared frente a él - y no quisiera que eso terminara. Sé que te dolió mucho lo que sucedió, a todos de hecho, pero supongo que lo que debemos hacer es seguir adelante... por nosotros y por él.
-Edua-
-No hay problema - lo interrumpió incorporandose mientras sacaba de la bolsa de su pantalonera su cartera. Tomó una pequeña tarjeta blanca y se la entregó - si alguna vez quieres hablar con alguien, de lo que tú quieras, de él, o de tí; de cualquier cosa, márcame. No quisiera que, después de haber perdido a mi hermano, también pierda a un amigo.
El chico tomó la tarjeta donde estaba impreso el nombre de Eduardo Terracoti y sus números telefónicos, su correo electrónico y la dirección de la oficina donde trabajaba.
-Espero poder vernos pronto - le dijo ántes que se diera media vuelta y se dirigiera hacia la puerta principal.
Ni siquiera traía maleta, solamente había entrado a ese lugar para hablar con él.
Mientras estaba en su habitación, viendo las interminables fotografías de él y Rodrigo juntos, pensaba en lo que había sentido mientras tenía al hermano de su novio frente a él. El parecido con Rodrigo era sorprendente, ya había reparado en esta cuestión, pero no podía quitárselo de la cabeza. Sus ojos estaban enfocados en la pantalla y su corazón le dolía demasiado, no podía soportar la idea de que jamás volvería a sostener la firme mano de Rodrigo, ni probar sus suculentos labios, ni sentir su amor encender su cuerpo en la noche. Jamás.
Sabía que tenía que hablar con alguien. A pesar de que, después de lo ocurrido, no descuidó su escuela y el trabajo de medio tiempo que tenía en el centro comercial, a pesar de que siguió con su vida - o más bien siguió viviendo de una manera inconciente - sabía que tenía que estar con alguien más para poder desahogarse y sacar todo el dolor que traía dentro de su cuerpo. Fue entonces cuando se decidió.
La pequeña tarjeta bailaba en sus manos, de una a la otra. Estaba ya un tanto doblada de las esquinas y tenía pequeñas manchas de café en la parte posterior. La fina caligrafía de Eduardo describía una dirección distinta a la que estaba impresa en el otro lado, era la letra de Eduardo la que le estaba diciendo su dirección personal.
Estaba sentado en el café que siempre había considerado como su favorito. Un lugar agradable que era perfecto para platicar, conocer a alguien, leer o simplemente sentarse a observar a las personas.
Llevaba aproximadamente veinte minutos y era la segunda taza de café que se terminaba. El estómago lo estaba comenzando a resentir porque notó que sus movimientos eran cada vez más torpes. Jugaba con las servilletas y movía las piernas demasiado rápido. Cuando intentaba levantarse se topaba con otras mesas o sillas y manchaba de pronto el piso con gotas de café. Nunca había sido una persona que soportara tanta cafeína pero la ocasión, definitivamente lo ameritaba.
Había quedado con Eduardo de verse a las siete de la tarde y llegó intensionalmente veinte minutos antes de la hora pactada. Quería asegurarse a sí mismo que lo que estaba haciendo, estaba bien.
-Hola - dijo Eduardo mientras tomaba la silla que estaba frente a él y tomaba asiento - me alegra que me hayas hablado... la verdad no sabía si debía marcarte yo, porque pensé que no querías ver a nadie.
-Así es - dijo él con un tono serio y sincero.
El silencio de Eduardo hizo que aclarara inmediatamente lo que en verdad había querido decir.
-No quería ver a nadie pero, supongo que no puedo quedarme encerrado toda la vida ¿cierto?
Eduardo asintió con la cabeza pausadamente y fue cuando aprovechó para pedirle a la simpática mesera, estudiante de preparatoria, un café americano descafeinado.
-¿Problemas para dormir? - preguntó él con una mueca de sonrisa, la primera después de muchos días.
-De hecho... sí. Desde hace algunos meses, no he podido dormir muy bien, aunque café descafeinado no es café, pero no tengo otra opción.
-Fue agradable verte el otro día - Eduardo se sorprendió por el comentario e incluso él mismo se sorprendió de que fuera capaz de haberlo dicho, pero se sintió satisfecho después.
Los chicos conversaron al rededor de una hora y todo fue como era ántes. Dos buenos amigos que no se veían desde hacía mucho tiempo y se estaban poniendo al corriente con lo que había sucedido en sus vidas. Como Eduardo había prometido, hablaron solo de lo que él quiso y para su sorpresa no mencionó a Rodrigo.
-Deberíamos juntarnos más seguido. De hecho - dijo Eduardo mientras dejaba un billete en la mesa - voy el sábado al Moon's, por si te interesa. Me gustaría que me acompañaras es... es la fiesta de un amigo. Tal vez te haga bien un poco de ruido, alcohol y cigarros.
-No fumo, pero seguramente me caerían bien unas cuantas cervezas... o algunos vasos de whisky. Los chicos recordaron una anécdota con el whisky que los hizo reír a carcajadas.
-Mas vale que te mantengas alejado del escocés.
Cuando los dos salieron del local, el rostro de Eduardo se tornó un poco serio y fue cuando lo vio diréctamente a los ojos y habló en un tono casi solemne.
-Quiero decirte algo... acompáñame. Eduardo lo llevó a la vuelta de la esquina del lugar y encendió otro cigarrillo con el zippo plateado. Lo reconoció al instante, era el encendedor de Rodrigo.
-Eso te va a matar ¿sabías? - preguntó el tratando de hacer una broma pero Eduardo soltó el aire con una nube de humo.
-Necesito... fuerza - dijo él.
Al inicio no comprendía de qué demonios estaba hablando, hasta que conforme iba diciendo todo lo que estaba sintiendo entendió lo que quería hacerle ver.
-Mi hermano siempre iba adelante de mí. En muchas cosas, incluso contigo. La noche en que tú y él... comenzaron a salir - Eduardo guardó silencio y dio otra fumada del cigarro.
El chico lo veía fijamente deseando que no siguiera hablando y que cambiara de tema. Realmente no quería hablar de Rodrigo, los recuerdos eran demasiado fuertes.
-Eduardo, sé que no te esperabas vernos esa noche, besándonos. Me imagino la impresión que debió de haber sido ver a tu hermano con... conmigo, pero-.
-Sí fue una gran impresión, la verdad. Pero no por lo que crees. Realmente no sabía que Rodrigo era- bueno, no sabía muchas cosas de él, a pesar de haber sido tan unidos. Pero mi impresión fue más bien porque no esperaba que fueras el que estaba ahí. No quería que estuvieras con él...
-¿Cómo...?
-La noche en que tu y mi hermano- la noche en que los vi besándose, iba decidido a decirte que me gustabas bastante y en mi interior quería que me estuvieras besando a mí.
La noticia llegó sin avisar.
La sorpresa golpeó al chico por todos lados. Su cabeza se transfomó en un campo minado, su corazón explotó y su estómago resintió por fin todas las tazas de café. Pensó que debía comenzar a beber descafeinado.
-¿Qué-?
-Sé que es muy tarde, y sé que tal vez pienses lo peor de mí en este momento, pero tenía que decírtelo. Tenías que saberlo.
El chico solamente guardó silencio, vio fijamente a los ojos a Eduardo y solo pudo disculparse. Alegó que tenía muchas cosas que hacer y se dirigió a su auto, abrió la puerta mientras Eduardo lo llamaba insistentemente por su nombre y encendió el motor. Se alejó de ahí sin decirle una sola palabra más.
No iba prestando atención a lo que estaba haciendo y más de tres conductores tuvieron que llamar su atención de una manera poco amigable.
El chico sostenía el volante con ambas manos y, cuando desvió su mirada para ver por el espejo retrovisor, se dio cuenta que tenía los ojos llenos de lágrimas y que dos de ellas acariciaban sus rojizas mejillas.
Entre llantos tenía en mente solo un nombre. Pero pronunció el que menos esperaba.
-Eduardo...

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