Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

miércoles, 1 de mayo de 2013

Matrimonio igualitario, I


Imaginé que lo tomaba de la mano, lo veía directamente a los ojos y ambos sonreíamos al tiempo en que alcanzábamos a comprender todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Su rostro demostraba una felicidad pura y sincera; mis emociones, emanadas de mi corazón, también dejaron ver la satisfacción que me generaba —y, también, el propio miedo— el estar ahí de pie, ese día, frente a él.
Ambos vestíamos de negro, camisas blancas y corbatas; todos nos observaban, todos sonreían con nosotros, soñaban junto con nosotros y dejaban ver la maravilla de la ilusión, cuando te unes en matrimonio con otra persona.
Siento la maravilla del amor, la emoción del día, la magnificencia del acto que celebrábamos en ese momento. No éramos un par de pervertidos, ni enfermos; éramos dos personas que querían pasar el resto de su vida juntos, como muchos otros que nos señalaron y rechazaron.
Fragmento del autor.

Somos humanos, llevamos a cabo actos humanos (e inhumanos); y resulta sencillo entender que privar de la vida a una persona, violentar la libertad sexual de otra, y muchos más ejemplos, son actos que atentan en contra de la dignidad humana. Pero, nos resulta difícil, entender que los actos muchas veces más comunes y cotidianos, también representan ese odio en contra del prójimo.
Me resultó nefasto enterarme, en días pasados, que dirigentes de la iglesia católica dentro del Estado de Chihuahua, solicitaban a sus seguidores una muestra de “apoyo”, “opinión” y “compromiso” con la iglesia de Cristo; esto, a efecto de recabar firmas (que supongo con posterioridad serían enviadas al cuerpo legislativo local) de todos aquellos que se opusieran a la celebración del matrimonio entre personas del mismo sexo y que mantuvieran la postura de que éste no debe celebrarse dentro de una sociedad (laica, por cierto).
En una primera aproximación, esta solicitud pudiera ser considerada como un símbolo de unidad dentro del grupo religioso; sin embargo, reviste características verdaderamente preocupantes, pues en representan verdaderos actos de discriminación, que atentan en contra de la dignidad, con la que todos los seres humanos somos investidos desde (antes) de nuestro nacimiento.
Dentro de las cavilaciones que se me permiten como ser pensante, entiendo que las posturas que son generadas dentro de un grupo social, son motivadas precisamente por acciones de sus propios integrantes; entiendo, también, que los derechos de expresión y petición al Estado, son inherentes a todos dentro de la colectividad. Sin embargo, resulta urgente atender a un Estado laico, en donde las reformas sociales y aquellas regulaciones de naturaleza colectiva, sean motivadas por reflexiones y análisis concretos, objetivos, con base en la realidad y en su manifestación, y que vayan encaminadas a brindar la máxima protección posible a los individuos involucrados en éstas.
Dichas políticas estatales no deben tener como base los criterios religiosos que parten de dogmatismos absurdos y ya por mucho superados (o, contrario sensu, atender a las opiniones de todas las instituciones religiosas; sin importar su nombre y no solamente a una de ellas, que curiosamente resulta ser la que más presencia tiene en nuestro país).
Es trascendental que las instituciones religiosas entiendan el alcance de su actuar; pero, aún más importante, es que el propio Estado comprenda que una postura de esta naturaleza puede ser usada meramente como referente, como una opinión al respecto de una realidad vista desde un punto de vista para nada objetivo y completamente parcial; jamás como un factor determinante a efecto de lograr reformas colectivas, cuya finalidad es el bienestar social.
El miedo a las consecuencias de permitir el matrimonio entre parejas conformadas por personas del mismo sexo (matrimonio igualitario), resulta ser, a nuestra percepción, el elemento más fuerte para rechazar un necesario reconocimiento y negar la protección de hechos que, de facto, ocurren dentro de los grupos sociales —en ocasiones más comúnmente que otras—.
La incertidumbre del futuro, con creencias arraigadas en días pasados, en épocas ya por mucho superadas; suele ser lo que en múltiples ocasiones llevan a hacer manifestaciones contrarias a un Estado de igualdad y libertad, como el que se suscitó en silencio dentro de las instituciones religiosas.
Creencias y suposiciones basadas en el desconocimiento de estos temas, pudieran ser fácilmente desechadas; sin embargo, cuando éstas se presentan en forma reiterada, llegan a tomar magnitudes alarmantes, incluso con características similares a las patologías que desalmadamente atacan y destruyen las bases de cada ser humano, y de cada sociedad. Así, percibimos que la ignorancia puede llegar a representar un verdadero pandemonio, y es ésta la que eventualmente terminará con la cordura social, no aquellos que se aferran en recibir igual trato e iguales oportunidades; hasta grado tal de terminar con la realidad (utópica) a la que toda sociedad debiera aspirar: una convivencia en términos de verdadera igualdad y libertad; a través de una efectiva tolerancia, al respeto de los demás miembros activos del grupo social.
No se trata de una cuestión personal, que se constriñe al sentir o pensar de una sola persona, puesto que no somos entes singulares o aislados, dado que nos desarrollamos dentro de las múltiples estructuras sociales, en donde se presentan estas realidades y manifestaciones con el transcurrir de los individuos.
Tampoco resulta simple establecer que las reiteradas manifestaciones de discriminación y —concretamente— de homofobia, como un rechazo a las oportunidades jurídicas y humanas de cada persona, deban de ser descartadas en pro de los principios de igualdad y libertad. Es decir, no por buscar estos ideales, debemos desdeñar las posturas detractoras, pues éstas tienen, seguramente, su motivación y justificación.
No podemos olvidar que, tanto el hecho de solicitar una libertad para ejercer derechos civiles a cada persona, como su respectivo rechazo; son, ambas, manifestaciones de la propia naturaleza humana. Tanto la exigencia de una libertad e igualdad, como la oposición a este grito de atención, corresponden a una realidad social y a meras manifestaciones del desarrollo de la conciencia humana. Empero, debemos evitar caer al subjetivismo.

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