Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

jueves, 21 de julio de 2011

En busca de un olvido (abstract)

Dejo aquí un abstract de un nuevo cuento recién terminado: "En busca de un olvido".
Resulta que hace algunos meses, un compañero de la facultad me recomendó aparecerme en un taller de redacción que se da en cierta biblioteca pública de la ciudad. Pues la verdad es que entre el trabajo y demás compromisos no tuve oportunidad de ir a las sesiones, hasta que formalmente quedé con él.

Thadeus y yo llegamos al taller y (en lo personal) resultó ser más que satisfactorio. Me gustó la dinámica de las sesiones y los ejercicios que se emplean. De pronto la crítica grupal tiende a ofender a algunos y hacer que se sientan agredidos pero en verdad ese no es el punto de esas reuniones.

En fin, llegamos a la última sesión y se dejó un período de vacaciones por lo que nos veremos nuevamente en agosto. Mientras tanto, trabajé con un cuento corto que surgió en mi mente determinada noche en que veníamos de viaje a San Diego y comencé a desarrollarlo partiendo de la base de un diálogo entre los personajes y ubicado justamente enmedio de un "conflicto".

Espero que les agrade.

****************

Podrás ocultar tu rostro, pero tu espíritu se refleja en tus ojos
y el aroma de tu alma, a través de tus labios.
[...]
―¿Qué pasa? ―preguntó Dante con una sonrisa― ¿Cambiaste de parecer? ¿Vas a ayudarme galán?
―No creo que necesites ayuda… galán.
Paul acercó una silla a la orilla de la alberca y se sentó en ella, observó a Dante directamente a sus ojos y vio en él una hermosura que superaba las barreras físicas. Era un hombre perfecto.
Dante tenía un cuerpo un poco más grande que el de Paul, era un adicto al gimnasio y siempre se lo dijo, pero le encantaba recibirlo en su casa, extender sus brazos y enterrar su nariz en su cuello y oler el aroma a sudor y piel que desprendía el cuerpo de Dante. Estoy sudado tonto, le decía siempre que hacía eso, pero a Paul no le importaba.
La piel de Dante, enmarcada por las luces que estaban encendidas desde el ocaso, se veía sumamente sensual. Su cuerpo reaccionó ante estos pensamientos pero evitó que se llegara a notar. Salvo un pequeño destello de emoción en los ojos de Paul, la situación pasó totalmente desapercibida.
«Debes hablar con David. No entiendo qué te detiene. El trabajo es muy bueno.
Dante captó solo la última frase.
―¿”El trabajo es muy bueno”? ―preguntó regresando su mirada intensa― ¿A qué te refieres? ¿Todo mi trabajo es bueno… o este último trabajo es bueno?
―¿Por qué me dijiste que tenías un borrador de quince cuartillas? Tienes cerca de ciento cincuenta…
El rostro de Dante, para cualquier otra persona, no demostró cambio alguno. Pero Paul observó una llama que creció en su interior y por poco se arrepiente de haber tomado su computadora, entrado con la contraseña que sabía tenía desde hacía años y haber buscado el último archivo con el que hubiera trabajado.
La novela estaba casi concluida, lo sabía, pero no entendía por qué Dante no se animaba a enviársela a David. ¿Qué tenía de malo? Estaba perfecta.
―¡Demonios Paul! ―la voz de Dante, aunque con un notable tono de seriedad y disgusto, no alcanzó a sobrepasar los gritos de diversión de los dos pequeños― eso es precisamente lo que pasó con nosotros. Contigo no tengo un momento ni un lugar de privacidad. ¡Todo el tiempo estás encima de mí! ¡No puedo tener un pensamiento oculto ni alguna sensación o fantasía que sea solamente mía!
Dante se levantó de los escalones de la alberca y, ya fuera, caminó hacia donde tenía su toalla. Secó su rostro en un inútil intento de pasar por alto aquella terrible traición.
―Por favor Dante, supéralo… sabes perfectamente que la historia está terminada, es bastante buena. No hagas tanto drama por el hecho de que la vi sin tu permiso… lo importante es que tienes una buena historia y te rehúsas a mostrarla abiertamente. ¿A qué le temes, Dante? ¿Por qué tienes miedo, si tienes ya un importante camino recorrido… por qué ahora tienes miedo de darte a conocer?
Dante se giró de una manera determinante y bajó el tono de su voz. Era intenso, profundo.
―No tengo miedo. Y creo que los motivos que tenga para mantener esa historia oculta, son solamente míos. ¿Quién eres tú para juzgarme de esa manera?
La pregunta no solo hirió a Paul, como se suponía debía de hacerlo, sino que lastimó también a Dante. ¿Quién era? ¿Quién es? Tan solo la persona a quien más amas.
Dante se dirigió al jacuzzi. Encendió el hidromasaje y entró a la redonda alberca con agua caliente e inmediatamente comenzó a relajarse. Después de unos minutos, Paul se acercó de nuevo hasta donde él estaba y muy pausadamente dijo:
―Lo siento. Lo último que quiero es, todavía, seguir robándote tu espacio y privacidad.
«Aunque no lo hago con intención, créeme… pero en verdad, de verdad Dante, tienes una muy buena historia lista para convertirse en un libro estupendo. Solamente tienes que verlo. Tienes que darte cuenta de esto y enviársela a David.
Dante permaneció en silencio, pero luego levantó su vista e invitó a Paul a que se sentara a su lado.
―Ven, aquí conmigo.
―Por favor. No empieces con eso… estamos hablando de algo completamente distinto.
―No intento hacer nada, tranquilo… comprendí tu postura desde el momento en que tuve que rogarte que vinieras conmigo en este viaje. Solo quiero hablar, solo quiero que me digas qué piensas de la historia.
En el rostro de Paul se veía un vestigio de duda. No sabía si verdaderamente las intenciones de Dante eran para poder tener una agradable conversación de esa novela que tenía en algún rincón de su computadora, o no. Con Dante aprendió a tener cuidado de esas cosas, nunca sabía si hablaba seriamente o no.
De hecho eso fue algo que le intrigó desde un inicio y fue lo que terminó por hacer que se enamorara de él; aunque, lamentablemente, también hizo que terminaran su relación.
Aunque en ese momento, como en todos los años anteriores, se aventuró a hacer lo que Dante le pedía, se quitó las sandalias y se levantó su playera sobre la cabeza. Su piel se coloreó de blanco por las luces que estaban sobre ellos, pegadas a las paredes del hotel como inmensas luciérnagas eléctricas. No supo si fue su imaginación o sus nervios, pero sintió la mirada de Dante por toda su figura, así que se apuró a entrar al jacuzzi.
―Dime… en serio, qué te pareció.
―Es bastante buena, tienes todo un mundo de pasiones y sentimientos.
«Fue precisamente eso lo que sentí en cuanto comencé a leerla, es bastante intensa. Pero intensa de acción o drama entre los personajes, que de hecho las tiene, sino a una intensidad en las explicaciones de los sentimientos de cada uno de ellos.
A Dante le encantaba la manera en que Paul se expresaba de su trabajo. No porque siempre resaltara lo bueno de la calidad de la escritura, sino porque él mismo se emocionaba con lo que decía. Entonces, hablar con Paul de algún trabajo de Dante, no solamente le daba a éste una idea de si su escrito estaba bien o no, sino que podía ver las reacciones de una persona con ese escrito.
«Otra cosa, los detalles de las ciudades, maravilloso. No dejaste fuera nada.
―¿Pero? ―Dante se vio en ese momento que todos conocemos en el que sabemos que se avecina un “pero”.
―Pero… no sé, me resulta bastante conocido. Como si, como si todo el dolor de tu personaje principal, fuera tu propio dolor. Como si el sufrimiento de la chica se viera reflejado con tu sufrimiento. Como si sus lágrimas fueran las tuyas.
―En un momento lo fueron, lo sabes.
―Sí. Lo sé. Quizás por esa cuestión sería tu única novela que no compraría.
«Lo siento, pero me resulta bastante doloroso haberla vivido y después leerla y que se abran nuevamente las heridas.
Entre ambos chicos se hizo un silencio que era prácticamente palpable. Intenso, asfixiante.
Solo había el sonido de las bombas del jacuzzi y el hidromasaje, ya ni siquiera los finos gritos de los niños que jugaban se escuchaban en ese pequeño patio.
―¿Qué te hace pensar que es algo que hayas vivido? ―preguntó Dante intentando reflejar una seriedad inquebrantable.
―Por favor Dante… ―el volumen de la voz de Paul, consciente o inconscientemente, se convirtió en un susurro― ¿la escena en Venecia? No puede ser que no estuvieras hablando de aquella vez que nosotros estuvimos allá. Todo es como lo recuerdo, la cena, las botellas de vino… todo… incluso aquella tercera compañía en el cuarto.
«Dios, no puedo creer que hayas puesto eso ahí… es como si estuvieras relatando nuestro viaje a Italia. Pero en fin, eso no es lo importante, lo que en verdad me sorprende es la manera tan detallada y a la vez tan fría en que relatas todo lo que nos sucedió. Como si te estuvieras…
―¿Cómo si me estuviera qué, Paul?
―Como si te empeñaras en sacar todos esos sentimientos de tu mente y ponerlos en el papel. Dejarlos en la pluma. Olvidarte de ellos.
―He intentado olvidarme de ellos pero no puedo hacerlo. Por eso escribí todo lo que sucedió. Me decidí a escribir completamente todo, sin omitir un solo detalle. Precisamente porque no puedo seguir soportando tantos buenos y felices momentos. Porque no puedo seguir adelante pretendiendo que entre nosotros solo fueron tres o cuatro o veinte años los que estuvimos juntos, y nada más.
«Porque en verdad, así hubiera estado a tu lado un solo año, ese año habría sido el más feliz de mi vida. Y lo viví contigo, a tu lado. Pero tal parece ser que eres tu quien te empeñas en olvidar todo eso y dejarlo atrás.
«En verdad no alcanzo a comprender ―dijo Dante ya con una evidente serenidad en su hablar― ¿por qué es que quieres olvidar todo? ¿Por qué te rehúsas a aceptar que aún te intereso? ¿Por qué me dejas fuera Paul?
[...]

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