Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 9 de enero de 2011

La segunda carta


Debo admitir que, mientras caminábamos, una excitación crecía dentro de mí ser y se vio incrementada poderosamente en cuanto giraste tu cabeza y viste mi negra figura en la penumbra de la oscuridad.

Detuve mi caminar y fue entonces cuando giraste de nuevo y seguiste tu trajín. Te preguntabas ¿qué estaba pasando? Siempre he tenido muy presente la rapidez con la que tu corazón comenzó a palpitar, en cuando reflexionaste en por qué sólo se escuchaban tus pasos sobre las piedras. El miedo te envolvió y la preocupación te agobió.

Esto ocasionó que la situación me pareciera mucho más excitante de lo que ya era. Podía percibir todas las emociones que recorrían tu cuerpo. Tenías miedo, y como un perro, creció en mi ser todo ese erotismo. La lujuria y el deseo sexual aumentaban junto con tu frecuencia cardíaca. Mis deseos se acumulaban dentro de mi cuerpo.

Abrí un poco mi boca y permití a mis colmillos que crecieran lo suficiente para sobresalir del resto de mi dentadura. Era una necesidad de la que no me podía olvidar, era un deseo que debía saciar.

Te confieso que en verdad hiciste que el erotismo me envolviera. Joven, delicado pero con un cuerpo firme; tu tez era blanca, perfecta; tus labios, eran apetecibles ―y ruego a todos los infiernos que lo sigan siendo―. Pero lo que más despertó mi excitación fue tu cuello. Delicioso, tal y como me lo imaginaba.

Los deseos de tenerte me fueron consumiendo lentamente. Reaccioné a mis impulsos. Me rendí a mi instinto.

Mis pupilas se expandieron y entonces levanté mi cabeza, enfoqué mi mirada en ti ―esto obviamente tú lo sentiste porque giraste inmediatamente―, y deseé que pudieras escuchar mis pensamientos. Los más deliciosos que jamás he tenido.

En cuanto volteaste, ya no pudiste ver aquella oscura figura. La calle estaba vacía. Sólo había oscuridad y a lo lejos la puerta principal de la iglesia y aquellas torres a lo alto. Observaste, tan sólo por un instante, la inmensidad de ese panorama.

Cuando tu cuerpo asustado continuó su camino, te tomé por el cuello. Tu corazón se aceleró y con él mi deseo y excitación. Intentaste alejarme de ti pero tenía que saciar mi hambre. Tus ojos se cerraron lentamente mientras tu sangre entraba a caudales por mi boca. Enterrar mis colmillos en tu joven carne fue delicioso. Tus fuerzas desaparecieron como las de un niño que se entrega al mundo de los sueños.

Bebía de ti y eso me gustaba. Desangrarte me excitaba. Mi piel pronto recobró su color y temperatura normal, al menos me ayudaría a pasar la noche.

Tus fuerzas se desvanecieron en mi abrazo. Desaparecieron completamente con tus brazos colgaban inertes hacia el suelo. Te sostenía en mis brazos como si estuvieras dormido, como si estuvieras muerto pero con un delicioso ―y casi imperceptible― sonido de tu corazón.

Cuando terminé de alimentarme te miré detenidamente ―en verdad que eras hermoso como humano―. Observé tu cuerpo desvalido, incapaz de sostenerse por el sólo, como si de un recién nacido se tratara. Ya tenías tus labios cerrados y no abiertos en un grito silencioso. Te tomé en mis brazos y con unos pequeños movimientos, nos encontrábamos al lado de tu cama, en tu habitación. Te coloqué delicadamente y puse las cobijas sobre tu helado cuerpo. Lance una mirada al cielo nocturno ―a lo lejos observaba las dos torres de la iglesia―, que pronto te recibiría con los brazos abiertos. Igual que yo.

Salí de tu habitación y caminé sin rumbo fijo por esas calles. Tan sólo tenía que esperar al día siguiente. Mañana verás las cosas diferentes, pensé.

No bebí toda tu sangre, así que no morirías esa noche pero ya no había otra opción más que darte de beber de mi sangre, solo así podrás vivir para siempre. Sólo así podríamos estar juntos, los dos, toda la eternidad. Compartir nuestras vidas y vivir nuestras muertes. Mañana regresaré a tu lado… para no irme nunca más.

Ninguna de mis víctimas serán igual a ti, mi hijo, mi hermano. Mi amante. Nadie será igual a ti.

Nadie tendrá tu cuerpo, tu alma, tu fuerza, nadie podrá ser igual que tú…

Esa, amado mío, fue la primera vez que no me apoderé de un suspiro de vida. La primera ocasión en que tan sólo me alejé, a mitad de la noche. Te dejé recostado en tu cama, dormido más no muerto, para que despertaras un día más y nunca fueras a morir.

2 comentarios:

Pandora de Lioncourt dijo...

Sublime!! Querido, muy bien descrita la escena, me fascina esa capacidad de que con una escena violenta puedes dar las pinceladas de una escena erotica... como tú soy fan de los vampiros y definitivamente me encantó el momento previo al beso mortal...
creíste que te ibas a librar así de fácil de mí?? XD

Xander VanGuard dijo...

y mucho gusto me da no haberme librado de ti así de fácil.

Que bueno que te sigues dando la vuelta por este antro de perdición y oscuridad! jajaja... aunque de pronto también hay muuuuuuuuuuucho color.

De hecho te digo que ese momento que tu dices, siempre me ha intrigado bastante. En las películas, antes de que Lestat bese a Louis, siempre me he imaginado la adrenalina de Lestat... (con su respectiva carga homo-erotica gracias a la cual amamos a Rice)

Un gusto saludarla madamme...