Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 8 de enero de 2011

La primera carta


Me encontraba completamente rodeado de oscuridad, justo en medio del aliento tan frió que soplaba esa noche de invierno. Todo me parecía sumamente sensual atractivo y excitante, debido al ansia que sentía por reencontrarme, al fin, con la noche.

Todo pasaba delante de mí como en un sueño. En medio de la nada y del enorme vacío infestado de pensamientos. Deseos, preguntas y dudas.

Un suave viento helado (suponía que era helado) soplaba a mi alrededor. Chocaba contra mi pálido rostro y alborotaba mi cabello, largo hasta los hombros tal y como se usaba hacía tanto tiempo.

Estaba envuelto por una atmósfera que nunca antes experimenté. Mis ropajes eran muy distintos a los que se usan en estos días, mis negras botas sostenían todo mi peso sobre el suelo mojado del corredor que daba al templo más viejo de la ciudad. Traía un pantalón negro, junto con la camisa del mismo lúgubre y elegante color y un largo abrigo que servía más para ocultar las apariencias, que para mantenerme caliente. Sólo la sangre podía alcanzar semejante tarea.

Me encontraba rodeado de oscuridad y el viento soplaba con un poco más de fuerza. Me encontraba en un estado de éxtasis y fascinación que hacía siglos no experimentaba. Por esa cultura, por las personas. Todo era nuevo para mí, hasta mi querida ciudad era irreconocible. Todo era diferente.

Las horas pasaban con una rapidez insoportable y al mismo tiempo con una paciencia tan desesperante, como todos los días de mi existencia. ¿Qué es lo que hacía ahí? te preguntarás la respuesta es sencilla: te esperaba a ti.

Esperé toda mi vida, y todos mis siglos, por ti. Hasta que, justo la noche anterior, te encontré en ese mismo lugar. Con la juventud en tu cuerpo. Esperaba verte, encontrarte de nuevo para contemplar más detenidamente tu figura y saciar mi hambre y mi deseo.

Esa hora de la noche pasó, al igual que las anteriores a ella, pero no me importó. No me importó en absoluto, puesto que esperaba el inicio y el final de mi vida.

Toda la gente, quizás alguien más creyente que otros, salió del templo después de dedicar una hora a su religión. Una simple hora, de todas las que significa su vida. Entonces te vi, de pie, firme, orgulloso de algún logro que alcanzaste. Rodeado de amigos y compañeros que lo afirmo con certeza eran superficiales, sin interés alguno en la riqueza del alma y en los desafíos.

Eso, precisamente, fue lo que hizo que me interesara en ti. Tu determinación. Tus convicciones y tus deseos de no descansar hasta ver algo cumplido. De resistirte a quedarte estancado en tu sucia y decadente ciudad (que algún día fue la mía).

Tus ropas, casuales y aún así llegando casi a sensuales, decían mucho de tu personalidad. Además de tus pensamientos que de alguna manera se clavaron en mi alma y en mi ser.

Por fin, después esos minutos que no pude contar, te despediste de tus compañeros y caminaste en la oscuridad de la noche y con la soledad de la calle.

Guardé mis manos en los bolsillos de mi abrigo, levanté su cuello y agaché la cabeza. Caminé detrás de ti, con una segura distancia entre nosotros dos.

Bajaste con firmeza la escalinata de piedra de aquel gastado templo y te seguí. Caminando detrás de ti, esperando ansioso el momento en que te haría mío.

El viento aun soplaba, moviendo mi abrigo y mi cabello con descarada libertad. Pero no me importó, nada de eso me importó. Estabas frente de mí.

La condensación de tu respiración se distinguía claramente.

En la calle desierta, caminaban dos personas: tú y yo. Sin embargo, sólo escuchaba tus pasos. El sonido que hacían tus pies al tocar el piso.

Veinte años, me demostraba tu cuerpo mientras presumía la fuerza y energía que emanaba de tu interior.

Yo tan sólo contaba con dieciocho, pero doscientos separaban tu nacimiento del mío. No soy de los más viejos de este mundo, mis ancestros cuentan con miles de años de existencia, y el vampiro que me hizo apenas había cumplido su trigésimo siglo de vida, bueno… de muerte.

Entonces recordé cómo me convertí en uno de nosotros. Recordé cuándo fue que me convertí en un sirviente de la oscuridad, pero mientras traía pensamientos pasados a mi mente, me invadió un sentimiento de nostalgia. Por eso lo dejé de lado, no quería arruinar tu nacimiento.

La escena resultaba perfecta: una calle empedrada, oscura hacía delante y hacia atrás y sólo un farol azotado por el tiempo.

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