Te esperé toda mi vida. Todos estos años que he caminado entre la oscuridad, esperé tu llegada.
Todas las noches, siempre que la luna coronaba el cielo oscuro, pensé en ti. Aún cuando todavía no te conocía, sabía que habrías de llegar. Esperé atentamente, haciendo mi mayor esfuerzo para escucharte llegar. Fue por eso que me dolió tanto cuando te apartaste de mi lado.
Mi corazón volvió a estar vivo, sólo para morir con tu de nuevo con tu partida. No soporté perderte.
No soporto tu silencio ni tu ausencia. Todo resulta sumamente doloroso, cual mortal herida en mi pecho que no deja de sangrar.
No puedo evitar preguntarme: ¿qué hice mal? Considero que no fue cosa mía ―al menos eso deseo creer―, pero me queda ese dejo de duda en mi mente.
¿Qué fue lo que no te gustó de mí?
¿Qué te resultó tan atractivo? ¿¡Libertad!?
¡Conmigo eras libre amado mío!
¡Conmigo lo tenías todo!
¡Maldita sea, hubiera visto de frente al sol mismo con tal de que permanecieras a mi lado! Hubiera sonreído ante esos mortales rayos dorados, si con eso hubieras seguido conmigo.
Aquella noche, de verano para los mortales, caminamos juntos. Con nuestras manos entrelazadas mientras las infinitas posibilidades de la eternidad pasaban frente a nosotros. Mientras la infidelidad, la lujuria, el deseo o la gula desfilaban frente a nosotros. Aquella noche fue la última que estuve a tu lado, y me encantó tenerte conmigo.
Pero decidiste alejarte. Volar por tus propios cielos y dejarme atrás, viejo y cansado, mientras tu buscabas nuevas aventuras. Aventuras de soledad que tu propia curiosidad te pedía encontrar.
Realmente no te culpo amor mío. En algún momento de mi historia, hice lo mismo. Dejé a aquél que me creó y me dediqué a seguir mis deseos. Me enfoqué en encontrar alguna verdad oculta que me ayudara a descifrar el complejo misterio de nuestra existencia.
En aquellas noches, me avoqué a entender el eterno amor que sentía por el gallardo caballero que me convirtió en un jinete oscuro.
Mi mente está intranquila. Mi corazón no encuentra descanso, porque me concentro en pensar que fue por eso que me dejaste. Deseo pensar que fue porque querías entender nuestro eterno y poderoso amor.
Pero la eternidad no es para vivirla solo. Ya no sirvo para surcar las noches sin una compañía. Probablemente por eso te hice mío, soy un desconsiderado y egoísta, lo reconozco. Pero fue eso lo que me hizo convertirte: mi temor a estar solo.
Y probablemente por eso mi conciencia me atormenta como jamás lo hizo. Por eso, mi sentido humano llega en las noches, mientras sostengo algún joven y delicioso cuerpo entre mis manos, para atormentarme y decirme que merezco estar solo.
Merezco una existencia triste y vacía, porque robé tu inocencia.
Me apoderé por la fuerza de tus deseos y sueños, de aquellos anhelos de conquistar mundos y vidas. Me apoderé de ti, de la manera más cobarde que hay.
Sé que ya es demasiado tarde. Entiendo que jamás regresarás, ¿por qué habrás de hacerlo? Yo no lo hice con mi creador. No le otorgué esa promesa de perdón… y no espero que ahora tú lo hagas.
Esta será la última carta amor mío, la última que te escribo antes de que Apolo me abrace fuertemente, después de tantas noches acumuladas.
Enfrenté mi castigo. Durante un tiempo lo hice con la mente en alto, pero no más. Nunca más.
Sufrí por tu partida, como penitencia por mi osadía de violentar un cuerpo virgen que guardaba un gran tesoro. Pero ahora… ahora toda mi verdadera realidad se termina ante mis ojos.
Toda mi intranquila existencia terminará con los primeros minutos del alba.
Este monstruo, enamorado eternamente de ti, dejará este mundo, con el anhelo de que te des cuenta de todo el amor que por ti siento.
Mis dedos me duelen, mis ojos me arden. El día está cerca y sin ti, mi amor, no puedo continuar.
No quiero continuar.