Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 21 de diciembre de 2009

The Wolve's Howl VIII

8. El Cumpleaños de un lobo.

Salimos de la ciudad de Anchorage y comenzamos a avanzar – debo de reconocer que sin tantas fuerzas y esperanzas como lo habíamos venido haciendo – a lo largo de la interestatal 1 ligeramente hacia el este. En lugar de atravesar el parque estatal Chugach avanzamos por caminos de nieve y asfalto. Duramos dos días hasta llegar a la pequeña comunidad de Gateway.

El terreno estaba ya principalmente cubierto de nieve – o agua. Seguimos adelante a pesar que nuestros deseos estaban ya por los suelos. Pero habíamos llegado tan lejos que solamente nos restaba continuar. El camino se fue haciendo más tedioso y pesado. Cada vez más, Axel y yo, hablábamos menos el uno con el otro. Solamente nos dedicábamos a caminar y a estar alertas de cualquier cosa que nos pudiera ayudar a encontrar a la dichosa Manada del Norte. Realmente, durante ese tiempo pude estar en posibilidades de bloquear mi mente frente a Axel. A pesar del frío que nos envolvía, era agradable estar dentro de la calidez de mis propios pensamientos – aunque no soportara mucho tiempo así. Era también, cuando aprovechaba para pensar qué demonios estaba haciendo ahí. Seguramente la Manada no existía. Eso era obvio. Pensaba lo que no me atrevía a decirle a Axel de frente.

Axel se enteró de esta supuesta manada de lobos que habitaba en las Tierras del Norte – según un viejo mapa que Oly guardaba en su biblioteca. Dicha manada suponía ser la más antigua de este mundo. Con las mismas habilidades que teníamos nosotros, se transformaban a su antojo y estaban en constante comunicación con los Habitantes del Cielo. Estaban siempre conectados entre sí por medio de sus sentidos y de sus pensamientos. Principalmente se decía que estos seres eran los dirigentes de todos los demás hombres-lobo del planeta; además, se suponía, que duraban en su forma de lobo durante todo el invierno, lo cual era gran parte de su vida. Algunos, corrían rumores, no llegaban nunca a caminar sobre dos piernas. Teníamos que encontrarlos, hablar con ellos – lo cual no sería nada fácil – y convencerlos que regresaran con nosotros, lo cual sería un poco menos que imposible.

Cada día que pasaba nuestra manada corría peligro. Podía sentir el nerviosismo y el miedo de Axel cuando recordaba que su madre era la que estaba sosteniendo todo el espectáculo allá, en casa. Seguramente las cosas estaban tensas gracias a las perfectamente estructuradas traiciones que sufrimos. Fuimos invadidos por un grupo de merodeadores que no tienen otra visión más que la de conquistar y ganar terrenos. Son, principalmente, cinco tipos enfermos que solamente desean extender su imperio. Aunque pudimos haberlos mantenido a raya de nuestras tierras, no estaban solos. De pronto veíamos lobos nuevos haciendo guardia en nuestras puertas, al pie de nuestras ventanas, incluso circulando fuera de nuestra propiedad. Teníamos que buscar ayuda, en nuestra manada había algunos machos, pero no los suficientes. Las cosas no pintaban nada bien realmente. Si no hacíamos algo, perderíamos toda la libertad que hasta entonces habíamos venido gozando.

Todo esto bien puede ser atribuido a nuestro preciado y consiente líder. Dexter planeó todo desde un inicio. Tal vez, suponíamos entonces, estaba detrás de la muerte de Oly. El grupo que llegó para quedarse en nuestra tierra es totalmente distinto a nosotros. Nuestras intenciones siempre han sido pacíficas, por eso nunca nos preocupamos por prepararnos para una batalla. Oly se encargó que entendiéramos la importancia de la conexión con la naturaleza y con nosotros mismos. Nos mostró la magia dentro de nuestros cuerpos. Siempre pensó que el llegar a enfrentarte a otro ser de nuestra misma especie era degradante, y que nos merecíamos el mismo destino que el de nuestro contrincante. Solo bastó la llegada de Déxter al poder, para que toda esa ideología se fuera al demonio.

A pesar de todo esto, nos vimos en la necesidad de salir a buscar ayuda. Según Axel solo había alguien en específico que podría ayudarnos. Era por eso que estábamos en ese viaje. Nuestra intención era llegar a hablar con el Alfa de la Manada del Norte. Plantearle la situación y esperar, solo esperar, que aceptara viajar con nosotros a Winterlake. Debíamos convencerlos que regresaran con nosotros a la propiedad para poder expulsar a esos intrusos, ya fuera con palabras, o con garras y dientes. El único problema, desde un inicio, era que todo esto era basado en una leyenda.

Afortunadamente podía desligarme de la mente de Axel, y en esos pequeños momentos de soledad aprovechaba para decirme lo inútil e inservible que sería todo esto. Jamás podríamos encontrar a la Manada del Norte, jamás podríamos hacerlo, ya que era obvio que no existía.

Lo que había pensado al inicio de nuestro viaje, se volvía realidad con cada huella que dejábamos marcada en la nieve y cada milla que avanzábamos. Cada noche que nos tirábamos y comenzábamos a dormir me repetía a mi mismo que solamente nos estábamos engañando. En cuanto a Axel, yo creía en su determinación y en su posición por encontrarlos, pero ¿que realmente existieran?, era cosa muy distinta.

Decidimos emprender el viaje al este, antes de resignarnos completamente y regresar a Winterlake. Atravesamos las montañas cubiertas de nieve y hasta un determinado momento, justo en medio de lo que parecía un enorme pastizal, rodeado de montañas nevadas y justo en la base de una de las cordilleras, cerca del camino Nabesna, encontramos el poblado de Slana y a lo lejos un imponente castillo se elevaba sobre un manto de nieve. Ahí, después de meses de viaje y a punto de regresar desilusionados y con el corazón en el suelo, encontramos por fin lo que andábamos buscando.

* * * *

―Feliz cumpleaños. Axel estaba de pie en la entrada a nuestra habitación como esperando que le diera permiso de entrar. Abrió completamente la puerta y caminó hacia su cama. Se detuvo un momento, lo suficiente para decidir sentarse en la mía a mi lado ―¿Cómo estás? – preguntó con una sonrisa sumamente cálida.

La habitación estaba envuelta en un color naranja-amarillento, el sol se estaba empezando a poner y dejaba a su paso una sensación de tranquilidad. Me estaba quedando dormido sobre mi cama – con un libro que Amy me había regalado y escuchando algunos discos – después de haber comido todo el día. Pastel, hamburguesas, pizza, papas fritas, montones de refresco y algunas barras de chocolate.

―Bien gracias – contesté tratando de despertarme inmediatamente. Me incorporé y estuve sentado frente a él. Empezó a platicarme de sus cumpleaños, siempre era costumbre – al menos con él – recibir regalos que le dieran sus hermanos o demás personas de la familia y al final del día Oly lo llamaba a la biblioteca y le daba algo con un significado sumamente especial. Todos los años eran iguales y, me confesó, ese último regalo del día siempre era el mejor.

―Quería llevarte a la biblioteca, pero siento que mejor lo hago aquí. Con cada palabra que pronunció, mi corazón saltaba. Estaba totalmente enamorado de ese muchacho.

Cada sonrisa que mostraba, cada mirada que me lanzaba, cada beso que me daba, era un hechizo que caía sobre mí. Me sentía perdido en las nubes. Flotaba con una tranquilidad inigualable.

Después de la primera vez que me transformé, todo empezó a cambiar. Nos hicimos, en una palabra, inseparables. Me ayudó a entender y poder controlar todo lo que mi cuerpo – y mi lobo interno – quería. Era una sensación maravillosa, efectivamente tal cual me había explicado Axel, orgásmica cada vez que me transformaba. En cuanto supe convivir pacíficamente con el animal que llevo en el alma, todo cambió.

Axel extendió la mano y me entregó una pequeña caja de madera. Tenía alrededor un cordón dorado. Lo tomé y la abrí con un poco de extrañeza. Lo que encontré adentro fue algo que – me avergüenza admitirlo – había ya prácticamente olvidado. Era el dije en forma de luna que tenía desde que era pequeño. No recordaba qué había pasado con él, y justo en ese momento que lo vi, fue cuando me pregunté ¿dónde demonios lo había dejado?

Estaba un poco mejorado, se notaba que había sido lijado y barnizado nuevamente. Además ya no tenía el cordón con el que lo tenía amarrado y que le daba un aspecto viejo, sino que tenía una cadena de color bronce – afortunadamente no era plata ya que, después de unos pocos meses de aprender a transformarme, en ese momento cualquier cantidad me hubiera dejado en cama por el resto del año.

Según Axel, mi rostro se iluminó en cuanto supe lo que era. Tomé la cadena y me la puse, siempre con una sonrisa.

―¡Gracias! – dije mientras me lanzaba sobre él para abrazarlo. Por poco caíamos al suelo, pero Axel se mantuvo firme y me miró a los ojos. Me besó de una manera sumamente sensual, seductora, con una verdadera felicidad en cada movimiento y roce de sus labios con los míos.

―Te tengo otra sorpresa – dijo susurrando en mi oído. Ese simple hecho me hizo temblar de emoción. Sabía cómo domar mi cuerpo – quítate la ropa- mi corazón saltó y evidentemente la sorpresa se colocó en mi rostro – tranquilo… no me refería a eso, ponte algo… sexy. Hice unas reservaciones para los dos.

―¿Reservaciones? – Pregunté tratando de calmarme un poco – ¿en dónde? ¿Tiene que ser con… traje o-?

―No… nada elegante, algo, sexy. Te veo abajo en veinte minutos.

Sin decirme nada más, salió de la habitación y me dejó sólo con mis pensamientos. ¿Qué estaba planeando? ¿Qué pretendía? Definitivamente tenía que ser algo divertido. O tal vez, atrevido. Deseé, con todas mis fuerzas, que fueran las dos.

El aroma dentro del auto era sumamente embriagante. Era delicioso. Axel manejaba por la autopista mientras el sol terminaba de ponerse, el cielo era entonces de un color gris azulado. Iba tomando mi mano con fuerza, mientras que con la otra sostenía el volante. Se veía sumamente atractivo en esa posición tan masculina. Además la ropa que traía puesta me torturaba exquisitamente. Una playera blanca – ajustada, que marcaba perfectamente los músculos de sus brazos y su pecho – y un pantalón de mezclilla era su atuendo para la noche, sumamente sencillo, pero altamente seductor. Sentía que mi lobo estaba babeando dentro de mí. Todo mi instinto animal estaba desbordándose y sentía que no me iba a poder controlar.

―Tranquilo cachorro – dijo con una sonrisa que me derritió al instante – vas a mojar todo el carro.

Soltamos una tímida risa y fue cuando me soltó la mano y me abrazó por los hombros. Me recargó contra él y empezó a acariciar mi cabello.

―Respira hondo – dijo – trata de relajarte, incluso emociones así, si no las puedes controlar, te hacen cambiar.

Demonios, ¿tenía que mantenerme tranquilo con su cuerpo enseguida del mío? ¿A mi alcance? ¿Cómo rayos iba a hacerlo? Al fin hice lo que me pidió solo para que resultara mucho peor. Cerré mis ojos y respiré lo más hondo que pude. Llené mis pulmones de aire, o al menos debía de ser aire.

―¿De qué es esa loción? – Pregunté alejándome un poco con un rostro de perturbación - ¿Son hormonas concentradas o qué? ¿Cómo quieres que me calme si traes Lujuria de Hugo Boss?

―De hecho es Deseo de Giorgio Armani.

No tardamos mucho en llegar a la ciudad y tomamos una avenida transitada. Luchamos contra autos y personas que habían reclamado como suya toda la calle. Había un tráfico sumamente denso, de pronto nos dimos cuenta que era imposible seguir avanzando. Había gente lanzando serpentinas, globos, y lo que parecía ser confeti desde las ventanas de los edificios. Delante de nosotros, las luces de los autos se apagaban, los ocupantes bajaban y cerraban sus puertas. Tanto enfrente como a los lados había puros chicos caminando sin playera o sin camisas, con las caras enmascaradas. Por un momento pensé que estábamos en Venecia o en Río, en algún carnaval.

―Vamos – dijo Axel apagando el auto y el estéreo. Abrió la puerta y se bajó. Caminó por enfrente y se detuvo en mi puerta.

―¿Vas a dejar el auto aquí? – pregunté aún sin bajarme.

―No hay problema, lo he hecho otras veces, de todas maneras la calle ya está bloqueada.

Efectivamente en los tres carriles había autos detenidos, sin conductores y con las luces apagadas. En cada uno de los extremos alcancé a ver luces rojas y azules. Unidades de policía estaban resguardando el orden en esa desordenada calle. No había forma de salir.

Comenzamos a caminar y no tardamos en acercarnos a un edificio blanco con dos reflectores apuntando hacia arriba. Era de varios pisos y con letras plateadas, a la mitad de la fachada, con una luz azul de fondo, se observaba la palabra Toyland. Me agradó el nombre.

―¿Y esto?

―Eh, se llaman ¿antros? – contestó Axel con un tono sarcástico en lo que esperábamos en la línea.

―¿En serio? Sabes que no había escuchado de ellos en Las Vegas. ¿Qué estamos haciendo aquí tonto?

―Te dije que tenía unas reservaciones. Quiero que puedas festejar como se debe – se acercó para decirme algo al oído y me tomó de la mano. No permití que me dijera lo que quería porque me alejé de él con el rostro un poco asustado.

«Tranquilo Cachorro. Ve a todos… es un antro gay – terminó en decirme como una confesión»

Cuando me dijo esto, inmediatamente me di cuenta que era cierto. Alrededor de nosotros había solo chicos. Chicos con máscaras, con el rostro descubierto; parejas se tomaban de las manos, algunos se estaban besando en las esquinas, uno acorralaba a otro en una pequeña y oscura esquina. Incluso me pareció ver a tres hombres juntos haciendo algo que afortunadamente no alcancé a ver con claridad. Era como si de pronto hubiera caído en una dimensión, desconocida totalmente para mí. Sabía que Axel me estaba diciendo algo pero no sabía qué. Estaba tan absorto en mis propios pensamientos y en lo que veía a mi alrededor que no podía – por más que quisiera – ponerle atención. Axel me abrazaba fuertemente y fue cuando vi en sus ojos un sentimiento de enojo. Apenas un destello.

―Estúpido – dijo mientras veía a un tipo que se alejaba caminando y que estaba volteando hacia donde estábamos nosotros.

―¿Qué te hizo? – pregunté.

―A nada.

La música del lugar salía hasta la calle, lo cual era agradable puesto que muchos estábamos ya, prácticamente bailando y hacía soportable la larga espera.

―Tenemos un evento especial chicos – dijo el hombre con movimientos un tanto extraños, afeminados más bien, que estaba en la puerta. Estaba mirando fijamente a Axel – es una fiesta de primavera.

Al menos eso explica todas las flores y mariposas, pensé. No le quitaba la mirada de encima, prácticamente se estaba lamiendo los labios frente a él. Mi estómago se tensó y me empezaron a sudar las manos.

Axel, después de pagar el costo de las entradas, me tomó fuertemente de la cintura y me pegó junto a él. Seguramente quería que pudiera escuchar sus pensamientos, para pedirme que me calmara sin necesidad de abrir la boca. Empezamos a avanzar hacia la entrada y de nuevo el tipejo habló, dirigiéndose solamente a Axel.

―Está demasiado lleno ahí adentro – dijo y guardó silencio. Vio a Axel de arriba abajo y mi enojo fue creciendo más y más – hace mucho calor. Tal vez quieras quitarte la playera.

Alcancé a ver que le hizo un guiño a Axel y fue entonces cuando sentí que mis ojos habían cambiado. Cerré los puños y apreté mis dientes, saqué todo el aire por mi nariz y comencé a temblar. El bello de mis brazos y de mi nuca se erizó de inmediato. Sentí un escalofrío que recorría mi espalda y la energía que se iba acumulando en mi pecho era prácticamente palpable.

Axel me abrazó con más fuerza y me tomó de los brazos. Justo cuando pretendía dar el primer paso para llegar y golpearlo en su demacrado rostro, Axel me obligó a verlo directamente a los ojos.

―Tranquilo Cachorro – me dijo en el oído. Pero el tipo aún seguía sonriendo. Solo quería tirarlo al suelo y comenzar a golpearlo, quería estrellarlo contra la pared y ordenarle que se dedicara a sus asuntos. No pretendía lastimarlo, bueno sí, un poco. Solo quería asustarlo. Los ojos de Axel me tranquilizaron y después de unos cuantos parpadeos, sentí que los míos regresaban a su estado normal.

―Claro – gritó Axel al tipo de la puerta – estaría bien ¿no lo crees? – me preguntó.

Metió sus manos debajo de mi playera roja y la levantó por mi costado. Al principio creí que estaba jugando y esperé a que se detuviera – aunque no quería que lo hiciera – pero no fue así. Dejó mi pecho al descubierto, el dije de madera colgaba de mi cuello.

―¿Me ayudas? – me dijo Axel con una sonrisa y, bajando su mirada hacia su cintura, me pidió en silencio que le hiciera lo mismo.

Extendí mis manos y sentí la piel caliente de Axel. Firme. Fuerte. La mezcla de superficies entre su pantalón y su piel me hizo enloquecer. Fue algo sumamente excitante. Aunque no quería compartirlo, el estar haciéndolo frente a todos los de la línea – que alcanzaban a vernos – fue una experiencia realmente emocionante. El pecho de Axel saltó a la vista de los mirones que teníamos detrás de nosotros, con una sonrisa me besó y puso mi playera en la bolsa trasera de mi pantalón, yo hice lo mismo.

Me tomó de nuevo por la cintura y nos dirigimos hacia dentro del antro, justo antes que desapareciéramos, Axel le recordó al tipo de la entrada – quién seguía sin quitarle los ojos de encima – que tenía que atender a los clientes.

―Quería matarlo – dije gritando ante el sonido sumamente elevado del antro.

―Lo sé, igual que yo al tipo que te vio y te pellizcó en la calle - no tenía idea que me habían siquiera volteado a ver, mucho menos sentí que me hubieran pellizcado – pero no venimos hasta acá para echar a perder todo, ¿verdad?

―¿Buscas a alguien? - Axel solo veía sobre las cabezas de los chicos que estaban en el lugar. Pasaba de una mesa a otra y a otra, y se detuvo un buen rato en la pista de baile que estaba llena de hombres semi-desnudos, como nosotros.

―Sí, unos amigos me dijeron que iban a estar aquí – contestó al tiempo que los ubicaba en una mesa justo debajo de una lámpara. Después que entramos al lugar, toda nuestra conversación fue a base de gritos, excepto cuando las cosas se pusieron un poco más íntimas.

¿Amigos? Pensé, aunque tal vez lo pensé fuera de mi mente.

―¿Qué? ¿Creías que los hombres lobo no teníamos amigos?

―No, de hecho no había pensado en eso – era cierto, nunca me había imaginado la vida fuera de la manada – creí que tus amigos eran los chicos. Creí que no teníamos muchos amigos, por… como somos.

―Normalmente eso sucede – me dijo mientras me dirigía tomándome de la mano a través del mar de gente – pero no todos los hombres lobo son como yo. Dijo con una sonrisa – mis amigos insistieron que te trajera aquí. Querían conocer a mi novio ficticio – dijo haciendo la figura de comillas en el aire. Por cierto, si quieres ponerte la playera de nuevo, preferiría que no lo hicieras porque te la pienso quitar mas tarde de todas maneras, pero como tú quieras.

Más tarde, esa noche tuvimos que salir del lugar, prácticamente corriendo. Tuvimos un pequeño incidente en la pista de baile, y decidimos mejor desaparecer. Escondernos por el resto de la noche.

Estábamos bailando, y todo Axel me invitaba a tomarlo. Su cuerpo tenía un brillo de múltiples colores sobre él. El azul bañaba su pecho con un rayo, el rojo de pronto apuntaba a su espalda, el amarillo y el verde lo envolvían completamente, el morado acariciaba su rostro. Todo lo que veía a mí alrededor era una invitación. Solamente tenía que extender mi mano y aceptarla. Tomarlo. Recuerdo que, en un momento, puse mis brazos alrededor de su cuello y me acerqué para hablarle a su oído.

―Te deseo tanto – le dije – quiero que me tomes de nuevo, como aquella vez en el bosque. Quiero que me liberes como solo tú lo sabes hacer. Me fascina tenerte en mis brazos, así te puedo acariciar. Tocar. Morder. Besar. Cada acción que iba mencionando la dejaba plasmada sobre su piel sudada. Poco a poco dejamos el centro de la pista y nos acercamos a una de las paredes del antro. Sentí la sutil textura de la alfombra pegada a mi espalda desnuda y comencé a acariciar nuevamente a Axel. Pasaba mis manos por su pecho, y me detenía unos segundos en sus pezones. El rostro que ponía como respuesta a mis caricias era tal que podía alcanzar el orgasmo, con solo verlo fijamente.

No perdió el tiempo y me hizo girar. Pegó su pecho ardiente a mi espalda y sus manos sostuvieron mi cintura. Desde entonces, ha sido una posición particularmente favorita. Mordía mi cuello, mis hombros, jugaba con mis brazos, los acariciaba de tal manera que no me permitía abrir mis ojos. Me sumergía completamente en el mar de sus caricias. Cuando volví a estar frente a él, los dos nos sorprendimos cuando nos dimos cuenta que nuestros ojos estaban brillando. Tenía su cálido color más vivo e intenso, y seguramente, también yo. Me excitó de sobremanera el ver los ojos de su lobo, como si estuviera a punto de comenzar a transformarse, justamente ahí, en medio de todos los hombres alcoholizados y enfiestados. Me pareció algo atrevido, pero no podíamos romper nuestras reglas. Con un poco de miedo y una sonrisa comprometida, nos separamos un poco. Tratamos de tranquilizarnos y a la luz de nuestro evidente fracaso, decidimos salir del lugar.

Corrimos por la calle – ya un poco más despejada – chocando con el viento fresco de la primavera, cuando comencé a sentir el delicado cosquilleo en mi estómago y en mi pecho. Creí que estaba a punto de transformarme. Tenía que ocultarme en algún lugar, la energía estaba creciendo demasiado rápido, no lo iba a poder retrasar. De pronto Axel, quien me venía tomando de la mano, me guió hacia un callejón oscuro. Me colocó contra la pared de ladrillos. A mis oídos llegaban todos los gritos, la música y las risas de aquellos que todavía estaban festejando. Recordé que también yo estaba festejando, a mi muy particular manera de hacerlo.

Axel se arrodilló frente a mí, levanté la mirada al cielo y con un grito – que casi parecía un aullido – dejé correr toda mi energía dentro de su boca ardiente que me envolvía con fuerza.

Mi vista se agudizó más y mi olfato se volvió loco con el aroma que se elevaba del cuerpo de Axel. Todavía quedaba un poco de rastro de su loción. Su sabor rondaba en mi boca, un aroma salado pero sutil. Todo se detuvo, todo quedó en silencio. Bajé la mirada y vi mi cuerpo cubierto de pelo, estaba parado sobre mis patas traseras y mi cola jugaba alegremente con el rostro y el cuello de Axel que estaba aún arrodillado frente a mí con sus ojos cerrados. Se puso de pie y se acercó a mis orejas puntiagudas que sobresalían de mi pelaje.

―Feliz cumpleaños Cachorro.

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