Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

domingo, 13 de diciembre de 2009

The Wolve's Howl IV

4. Relegado.

Era sumamente sencillo correr al lado de Axel. Todo parecía sumamente mágico cuando estaba enseguida de él. Aunque el sostener su mano, sentir su abrazo, probar sus besos y bañarme en su sudor cuando hacíamos el amor, era una sensación sencillamente indescriptible; el aferrarnos a la tierra mojada del bosque, el sentir el aire por nuestro pelaje, incluso la ausencia de color en nuestra vista era también algo que me envolvía de una manera sumamente abrumadora.

Recorrimos grandes distancias, deteniéndonos unos cuantos minutos para tomar agua o para cazar algo. El tiempo pasaba volando cuando estaba con él, y aún más en forma de lobo. De pronto me gustaba quedarme unos cuantos centímetros detrás de él para poder observarlo. Era imponente.

Una figura fuerte, majestuosa, del color de la miel o del cobre, no sabía cuál. En algunas ocasiones le pedía se transformara delante de mí y que estuviera en su forma de animal para poder sentir su pelaje, con mis manos, perderme en sus ojos y maravillarme con el color y fuerza que irradiaba su propia figura.

Descansamos varias noches en el camino pero estábamos ya acercándonos a la frontera con Alaska. A pesar de nuestro objetivo principal, fue un viaje increíble. Romántico y divertido. Justo lo que tenía con Axel.

* * * *

Los años pasaron a una velocidad increíble. Por fin me encontraba en un lugar donde estuviera cómodo, donde no hubiera problemas de ningún tipo. Estar en la cabaña, al inicio de las espesas montañas de California, era algo divertido. Emocionante incluso.

Al inicio todos me recibieron con los brazos abiertos. Era una gran familia y al parecer Oly había estado a cargo por muchos años, pero el anciano – por el natural paso del tiempo – relegó su poder a alguien más joven y con mayores ambiciones. Ese, pienso, fue el mayor de los problemas; la gran ambición de Dexter.

Desde que era un niño, y llegué a ese lugar, me enseñaron las reglas y las costumbres que ellos tenían ahí. Amy – con su infinita paciencia y amor – me explicaba que había sido así desde sus antepasados y que debíamos honrarlos por haber establecido su manera de vivir. Sin embargo, ya sea porque estaba creciendo o porque no había nacido en ese lugar, siempre me pareció que no era correcto permanecer tan apegado a las tradiciones; a pesar de esto, solamente lo pensaba, no lo mencionaba en voz alta, después de todo no era verdaderamente uno de ellos.

Sabía y aceptaba – hasta cierto punto – perfectamente que ahora Dexter era quien controlaba y decía qué se tenía que hacer en cuanto a los asuntos familiares, pero conforme fueron pasando los años, me negué rotundamente a aceptar sus órdenes disfrazadas de consejos en cuanto a mis propias decisiones. No tenía idea por qué siempre estaba tan interesado en enterarse de toda mi vida y de cada movimiento que hacía o cada paso que daba. No entendía por qué los demás chicos – Axel incluso – simplemente agachaban la cabeza cuando Dexter pasaba frente a ellos. Comprendía que se consideraba un desafío para Dexter el no acatar una de sus órdenes y que consiguientemente había castigos, sin embargo, afortunada o desafortunadamente había crecido en un ambiente de imposiciones y persecuciones, así que realmente no me asustaba mucho la idea de las represiones que se pudieran tener en mi contra. Con el paso del tiempo, además, supe que contaba con el apoyo y la seguridad de Amy, Oly y Axel. Ellos tres eran mis ángeles. Mis protectores.

Así pasaron los días, meses y años. Justo dos semanas antes de que cumpliera trece años comencé a sentirme relegado por todos. Sabía perfectamente que, debido a mi propia actitud, no tenía propiamente el respeto y afecto de los demás miembros de la familia, pero siempre que detrás de mi estuvieran mis tres ángeles, no había ningún problema. Francamente no me importaba que los demás chicos voltearan sus espaldas mientras caminaba junto a ellos. Era desconcertante, obvio, porque no había sido así en un principio, y en las noches me preguntaba ¿Qué había hecho? No lo sabía, parecía como si los demás me estuvieran castigando por algo que no tenía idea qué era; pero realmente no me interesaba. Al final, el único consuelo que encontraba era que Amy se acercaba para darme un beso, a Oly le gustaba desacomodarme el cabello con su mano, de todas maneras nunca estas bien peinado, decía él. Pero lo que más me ayudaba a conciliar el sueño era el saber que, enseguida de mi cama, descansaba Axel.

Él se empezó a convertir en mi todo. Hacía todo a su lado, desayunábamos juntos, salíamos a la escuela juntos, regresábamos jugando o corriendo uno al lado del otro. Comíamos los dos y todo lo demás. Se había convertido en mi mejor amigo, en mi confidente. Y aunque ninguno de los dos lo supiéramos, en ese momento, poco a poco llegó a ser el amor de mi vida.

Últimamente había notado a Axel un poco más serio cuando estaba a mi lado. Eso sí me dolía. Incluso no intentaba indagar en el por qué los demás chicos se comportaban de esa manera, ¿pero, Axel? ¿Qué pasaba?

De pronto comenzó a comportarse de una manera extraña. Llegó a siempre estar cansado, en el desayuno – si es que no se quedaba dormido, y alcanzaba a comer conmigo – hablaba poco y entre demasiados bostezos. Comenzó a tener cara de agotado. Sabía que estaba cansado pero no sabía por qué. Además, ya no pasábamos tanto tiempo como antes.

Cuando intentaba hablar con Amy de eso, cosa que no era muy frecuente, tan solo me decía con sus palabras sumamente dulces, que Axel estaba atravesando unos cambios, muy comunes en su edad. ¿Adolescencia? También yo debía de estar pasando por eso, pensaba. Sin embargo veía más distante a mi amigo, cada día más y más.

―¿Te ha hecho daño?― preguntaba Amy con una tierna y sutil sonrisa en su rostro. Algo muy característico de ella.

―No― Respondía con tristeza en mi voz y con mi mirada perdida en algún lugar de la madera del piso. Su habitación siempre olía a vainilla. Me encantaba estar ahí con ella. Era un ambiente sumamente tranquilizante. Había una paz que se podía sentir, tocar. Probar.

―Dale tiempo, Pequeño – era a la única que le permitía me llamara así – vas a ver que pronto, muy pronto se van a arreglar las cosas y todo volverá a ser como antes.

Había hablado en contadas ocasiones con Amy al respecto, y su respuesta siempre era muy parecida, si no es que era la misma. Y efectivamente, me daba fuerza y ánimos para seguir adelante. Seguía saludando a mi mejor amigo con una sonrisa y con abrazos o golpes juguetones. Pensé que, tal vez, Axel tuviera algunos problemas, pero después una ingrata pregunta rondaba mi mente durante todo el día, ¿por qué no me lo dice? Cuando lo veía dormir – dándome la espalda – no podía contener las dolorosas lágrimas, y no evitaba que cayeran por mi mejilla hacia la almohada. Me dolía estar con él, y no poder tenerlo. No poder hablar como antes, no poder reír a las dos de la mañana o aventarnos las almohadas. Extrañaba el calor de su compañía y lo ameno de su presencia. Extrañaba sus golpes en mi hombro, sus bromas, extrañaba perseguirlo – aunque sabía que corría mil veces más rápido que yo – cuando llegaba por detrás de mí y me daba un golpe en la cabeza. Extrañaba todo de él.

Una noche, después de tomar una larga y reconfortante ducha, entré a mi habitación y vi que la cama de Axel no estaba destendida. Era extraño porque casi siempre, a esa hora, estaba recostado leyendo o dibujando – era sumamente bueno para eso – y en esa ocasión, el cuarto estaba solo. Entré y ya acostumbrado a mi soledad, me dejé caer en la cama. En mi cuerpo aún estaban unas cuantas gotas de agua. Había unas cuantas sobre mi rostro, que me ayudaron a camuflar perfectamente unas cuantas lágrimas. Aún me dolía la ausencia de Axel, cuestión que en un sentido era tranquilizante, solo se podía significar que lo quería a mi lado. El extrañarlo, quería decir que anhelaba su compañía y que yo no me había olvidado de él, aunque no pudiera decir lo mismo de su parte.

Había estado pasando cada vez más tiempo con los otros chicos de nuestra familia. No sabía por qué, y esa noche descubrí que definitivamente algo ocultaban. Después de descansar un poco en mi habitación, me vestí con un pantalón roto y una playera que utilizaba para dormir, y bajé a la biblioteca de la casa. Oly no estaba ahí, de nuevo otra desilusión.

Entré a la pequeña, pero atiborrada, habitación y lo único que me pudo dar tranquilidad esa noche fueron dos cosas: la chimenea estaba encendida. No tenía mucho frío, pero el calor era agradable. La otra cosa que me hizo mantener mi cordura, fue que en una esquina, debajo de una lámpara encendida, estaba un lienzo. En los días anteriores, Axel había pasado mucho tiempo en la biblioteca, pintando lo que al inicio parecía ser solamente un bosque. Me acerqué un poco a la pintura, casi deseando encontrar algo de él ahí. Tal vez su aroma. No había nada. El proyecto estaba un poco más avanzado y ahora se podía vislumbrar unas figuras de algunos perros entre los pinos. Después me di cuenta, por un libro que descansaba abierto sobre el gran y pesado escritorio, que no eran perros sino lobos. Había un dibujo en una de las páginas del libro, en el que en primer plano resaltaba un lobo de pelaje negro con blanco y unos ojos grises fijos en quien fuera que estuviera leyendo. Era majestuoso. Imponente.

El estar en esa habitación me hizo tranquilizarme un poco, e incluso me pude distraer con la lectura que tenía frente a mí. Estaba sentado en la silla de Oly, sabía que no le molestaría en caso que llegara a encontrarme ahí. Pasaba despacio las páginas del libro. Seguramente era uno que tenía las historias que a Oly le gustaba leer, y que hacía años no nos compartía, ¿cuándo dejamos de ser niños? Me pregunté. Aunque, realmente todavía me consideraba un niño, indefenso – o tal vez eso me quería hacer creer, con tal de mantener a Axel a mi lado. Sabía que me defendería, sabía que no estaba más seguro que estando con él. Pero ahora no lo tenía.

Unos pequeños ruidos llamaron mi atención hacia la ventana. Los había estado escuchando pero creí que eran los leños en la chimenea que estaban ardiendo. Definitivamente venía de afuera de la casa, por la pequeña terraza que daba hacia los terrenos traseros. Abrí una ventana y enfrenté cara a cara a la noche. Corría un aire fresco y húmedo. Me encantaban las noches en el bosque.

Alcancé a ver a los chicos de la familia, entre ellos Axel, que corrían silenciosamente hacia el borde este. Corrieron sigilosamente, e incluso parecía que se estaban escondiendo de alguien. Tal vez de Dexter, pero no sabía. Aunque entendía perfectamente que no debían de estar ahí afuera, quise con todas mis ganas estar con ellos. Aventurarme en lo que fuera que estuvieran haciendo.

¿Qué estaban haciendo? Me estuve preguntando esto toda esa noche, e incluso tres noches después. Sus salidas nocturnas se habían hecho ya una costumbre, y no dejaba de intrigarme ¿qué demonios hacían todas las noches afuera? ¿En el bosque? La curiosidad no me dejaba en paz.

A la quinta noche, me escondí a un lado de la cocina, que daba hacia la parte de atrás de la casa, y esperé. De nuevo la rutinaria escapada surgió y vi a todos salir. Axel, Tex – el hijo de Dexter – incluso Leo, que era un poco más reservado, otros tantos iban con ellos. Ocho en total. Caminaron sigilosamente volteando a ver a todos lados mientras atravesaban el enorme jardín hasta perderse en la línea de pinos que marcaba el inicio del bosque. Brincaron una pequeña barda de piedra que delimitaba nuestra propiedad y alcancé a escuchar una risa que demostraba su logro frente a tal hazaña.

Corrí con todas mis fuerzas, igualmente evitando de ser descubierto, y me dirigí en la misma dirección que habían desaparecido todos los demás. Salté la barda de piedra y me encaminé hacia dentro del bosque. Tuve que caminar con cuidado para evitar caer, y me dirigí más hacia dentro del bosque. Sabía dónde estaba, había estado ahí en muchas otras ocasiones, el lugar no me resultaba extraño, pero era la primera vez que lo hacía solo y a esa hora de la noche. Subí sobre una roca y frente de mí me pareció ver algo sumamente extraño. No podría estar seguro qué fue lo que vi, parecía como una luz, o más bien parecía como el aire debería de verse, no lo sé. Estaba a punto de bajarme de la roca cuando, detrás de un árbol, caminó hacia mí un lobo con el pelaje color cobre, o miel.

En cuanto lo vi, comencé a sentir un miedo incontenible. El animal era sumamente amenazador, aunque aún no comenzaba a amenazarme, y solo estaba de pie como estudiando la situación, u oliendo mi miedo, escuchando atento todas las voces del bosque. A pesar que sabía que tenía que alejarme de él, no podía despegar mis ojos de él. Era hermoso. Sus ojos eran sumamente cautivadores e irradiaban una fuerza y un calor sumamente potente, y familiar. De pronto me dejé de sentir solo, me dejé de sentir abandonado. Incluso creo que pude sonreír un poco. Me arrodillé sobre la gran roca y fue entonces cuando el lobo comenzó a gruñir con todas sus fuerzas. Dejó sus colmillos al descubierto y su expresión se volvió sumamente amenazadora. Mi corazón saltó y comencé a temblar. Estaba muerto de miedo. Un miedo incontrolable que me gritaba que me fuera de ahí, pero que a la vez no me permitía mover un solo músculo de mi cuerpo. El animal caminó un poco hacia mí y yo seguía aún incapaz de reaccionar. Se detuvo y aulló con una fuerza tal que me despertó de mi estado – tan estúpido – de fascinación.

Bajé de la piedra y comencé a dirigirme hacia la casa. Sabía que no tenía que correr pero no lo pude evitar. Corrí evitando piedras, ramas y árboles. Después me detuve en seco y volteé hacia la piedra. El lobo estaba sobre esta y solo me veía. Gracias a Dios no había comenzado a perseguirme, seguramente acababa de cazar o algo, de lo contrario estaría sobre mis talones dando mordiscos. Sentí una conexión con él que me hizo temblar. Había algo en ese animal que no me dejaba marcharme, por más que yo quisiera. De pronto el lobo saltó de la piedra y comenzó a correr mientras gruñía. El miedo de nuevo me paralizó. Se detuvo y aulló por última vez. Era una advertencia, eso era obvio.

Corrí de nuevo hacia la casa y cuando salí del bosque y brinqué la barda, pude ver a Amy que estaba de pie en la puerta de la cocina viendo en mi dirección. Cuando llegué con ella, extendió sus brazos y me envolvió en ellos. No dejaba de temblar y de llorar.

―Tranquilo Pequeño. Todo está bien… todo está bien – me decía Amy mientras tomaba con sus manos mi rostro – ve a tu habitación. Subo enseguida.

1 comentario:

Thadeus dijo...

Wow! se esta poniendo emocionante esta historia. Jaja, y Axel se ve buen compa.

Luv ya!
(you're so awesome! I mean, you run with wolves:D)