Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

jueves, 21 de enero de 2010

El Extraño en mi casa

Después de algunos días de ausencia, regreso con un nuevo relato. Espero que sea de su agrado.
Saludos, Xander.

----------------------------

EL EXTRAÑO EN MI CASA.

Cuando llegué de la oficina ese día, justamente al estar cerrando mi auto, tuve la sensación de que algo no estaba bien.

Acababa de llegar a mi pequeño departamento y todo, desde mi propia forma de caminar, el intentar abrir en varias ocasiones la puerta de entrada e incluso el hacer varios viajes de regreso a mi auto por cosas olvidadas, me hicieron ponerme un poco nervioso.

Las luces estaban apagadas. Naturalmente esto no me sorprendió ya que no había nadie ahí dentro. Al menos pensé que el lugar estaba vacío.

Cuando me dirigí a la cocina y encendí la luz, dejé las cosas que había comprado para la cena y saqué – principalmente – la botella de vino tinto que me dispondría a tomar más adelante. Mientras acomodaba lo que había comprado en la tienda, hacía unos cuantos minutos antes, la idea de entrar a mi baño a orinar – primero – y después tomar un muy largo baño, me llamaba poderosamente la atención.

Solo quería entrar, dejar correr el agua caliente en la tina y que el cuarto se llenara de vapor, después quería tomar mi copa de vino y relajarme tras un largo y pesado día de trabajo.

Al final, todo terminó siendo totalmente diferente.

Al cerrar la puerta del refrigerador y mientras tomaba una copa para servirme el vino, escuché un ruido en alguna de las dos habitaciones del departamento. Fue como un susurro. Algo sumamente sutil pero que ocasionó que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Fue como una corriente de viento invernal que había entrado o como si alguien se estuviera escondiendo debajo de la cama para evitar ser descubierto.

Inmediatamente recordé que en una ocasión en que tenía dieciséis años y había ido de campamento con compañeros de mi escuela, entré a uno de los dormitorios que estaban junto al mío y me escondí debajo de una cama. Observé con detenimiento a todos los chicos un poco mayores que yo, cambiarse de ropa y estar con juegos infantiles pero que me excitaron de sobre manera. Recordé la adrenalina que me envolvió cuando los vi corriendo por el cuarto en calzoncillos.

La experiencia en sí nunca me ha apenado, de hecho el recuerdo lo atesoro como un trofeo, como un triunfo personal; y en ese momento, que me encontraba solo en mi departamento, no sentí vergüenza cuando llegó a mi mente, lo que sí sentí fue miedo.

Salí de la cocina y caminé por el pequeño y alfombrado pasillo que daba hacia el baño y a los dos cuartos que tenía al final. Encendí una lámpara en el camino y después me encontré con otra.

La primera habitación estaba desierta, pero al momento de agacharme para ver debajo de la cama, como un niño lo hiciera antes de dormir para cerciorarse que no haya algún monstruo de tres cabezas, volví a escuchar el sutil movimiento y el casi delicioso susurro de unas pisadas en el cuarto que estaba enseguida.

Deseé entonces con todas mis fuerzas que solo fuera un monstruo de tres cabezas, o al menos el haber tomado un cuchillo antes de salir de la cocina.

Caminé detenidamente, probablemente por estar aterrado, y con el corazón golpeándome en las orejas. La habitación estaba oscura y a primera vista no había nadie en ella, sin embargo pude percibir un olor sumamente peculiar. Un olor que hasta el día de hoy no he podido olvidar y que aún regresa a abrazarme y seducirme en mis sueños. Sabía que alguien estaba ahí.

Debí de haber salido de ahí inmediatamente. Debí haber corrido a la calle, al departamento de enseguida, haber pedido ayuda, cerrado el lugar y haber llamado a la policía, pero en ese momento el miedo me envolvió como una avalancha de nieve y me dejó helado y sin poder moverme. Ahora recuerdo que, incluso, dejé de respirar.

Entré a la habitación e intenté encender la luz. Activé en repetidas ocasiones el interruptor pero la oscuridad tenía el control del cuarto. Solo entraba la luz del pasillo y nada más. Esa era mi habitación y había alguien más ahí dentro. Tontamente pensé en fantasmas o espíritus. Tal vez algunos duendes o hadas. Puede ser que en este momento (mientras leen estas líneas piensen estúpido, pero el miedo hace que pasen por tu mente cosas estúpidas así que no me juzguen, solo soy humano).

Las persianas estaban cerradas – costumbre que tengo siempre que salgo hacia la oficina. Mi mente me llevó hasta la lámpara que estaba sobre mi mesa de trabajo. Caminé hasta ahí y la encendí pero justo cuando la habitación se iluminó, mi visión se esfumó.

Tenía una pequeña bolsa de tela negra en la cabeza. Un pedazo de tela que me impedía ver qué estaba sucediendo.

Entonces escuché esa voz.

Era una voz fuerte, con presencia. Verdaderamente divina. Ciertamente el tono de alguien que sabía tenía el dominio total sobre la situación, y sobre mí.

―No te muevas – me dijo.

Quise comenzar a gritar pero mi garganta se cerró y después sentí la opresión de su mano sobre mi cuello.

―No grites.

Instintivamente comencé a moverme, quise salir corriendo de ahí, pero ni siquiera mis fallidos intentos por golpear a la persona que estaba detrás de mí lograron darme alguna ventaja que pudiera usar en mi favor.

Me tomó fuertemente por las muñecas, como movido por una fuerza sobrenatural, y me sometió fácilmente. No pude, por más que intenté, zafarme de sus garras opresoras.

Empezó a moverme para dejarme en la cama. Entre nuestros forcejeos me di cuenta que comenzaba a excitarse y, sorprendentemente, también yo.

Tenía mis manos atadas y la cara cubierta. Me colocó sobre el colchón e intenté tranquilizarme un poco para poder pensar de la manera más clara posible qué demonios iba a hacer y cómo podía salir de ahí.

―No lo hagas más difícil – dijo el hombre que estaba junto a mí.

Mi excitación persistió, de forma que los comentarios del hombre se enfocaron en elogiar justamente esa parte de mi anatomía.

―Aunque tus brazos son sumamente irresistibles – me dijo – no me puedo contener el tocarte.

Deslizó su mano helada por debajo de mi camisa y se detuvo un momento en mi ombligo. Jugó con unos cuantos vellos que tengo justo sobre mi entrepierna y después desabrochó mi pantalón. La habitación estaba un poco helada, o tal vez fue el frío tacto de mi atacante, y esto ayudó a que me tranquilizara un poco. El frío no me ha molestado en otras ocasiones y en ese momento, cuanto tenía mi cara ardiendo de coraje y de miedo, lo recibí con gran alegría.

Después de algunos movimientos y caricias constantes e insinuantes, me encontraba completamente desnudo. Mis manos seguían atadas y aún no podía ver nada que no fuera la tela negra que estaba sobre mi rostro.

Sentí entonces, repentinamente, el cuerpo que se colocaba sobre el mío. El tacto fue exquisito – a pesar de las circunstancias.

Cálido, fuerte, firme.

La piel de mi acompañante emanaba un aroma sumamente agradable. Me odie a mi mismo por comenzar a disfrutar de esa situación. Su fuerza era medida, no fue sumamente agresivo pero sí dominante.

Todo lo que estaba sucediendo hizo que mi cuerpo fuera reaccionando y me llegó a ser imposible poder cubrir mi excitación, tanto física como sensorial, y mi deseo fue creciendo conforme sus manos acariciaban mis piernas.

Comenzó a tocar las plantas de mis pies, sus dedos helados hicieron que lanzara mi primer gemido de placer. Subió por dentro de mis piernas y se detuvo un momento en el lugar donde había emergido mi placer. Acarició mi costado y subió hasta mis pezones.

Agradecí entonces tener mi rostro cubierto porque no quería que hubiera visto morderme los labios, gracias a las caricias que estaba haciendo.

Acarició suavemente mis brazos y su lengua jugó libremente por los bellos de mis axilas. Era demasiado. Me estaba volviendo loco y, aunque en un principio me había resistido y deseé que esa pesadilla terminara pronto, entonces no quería que se detuviera. Quería que siguiera, quería más.

Sabía justamente los lugares dónde tocarme. Sabía justamente cómo hacerlo. Fue como si me conociera de toda la vida.

Sus labios eran firmes y certeros. Besaban mi cuello y mordían delicadamente mis hombros. Era tan preciso que me hizo perder la lucha por evitar que alguna muestra que le indicara que estaba disfrutando todo saliera de mi boca. Comencé a respirar más rápidamente y empecé a gemir con un genuino placer.

Fue entonces cuando sentí que llevó mis piernas a sus hombros y comenzó a prepararme para poder experimentar lo que, en sus propias palabras, sería la noche más estupenda e inolvidable de mi vida.

El calor creció rápidamente y se movió desde mi espalda baja hasta mi cintura y luego a mi abdomen. Una parte de esa energía bajó hacia mi miembro y la otra subió directo a mi corazón. Era una conexión perfecta. Cuerpo y alma íntimamente ligados. Sentía el placer en mi cuerpo y sentía el cariño y la ternura en mi corazón. Todo fue sumamente glorioso.

Cuando por fin el dolor pasó, tomó la tela negra y descubrió mi cara. Todavía estaba dentro de mí. La luz de mi escritorio le llegaba de lado y solo iluminaba un lado de su cuerpo. Su rostro era sumamente conocido, su sonrisa seguramente la había visto en algún sueño.

Un extraño brillo comenzaba a emanar de su cuerpo. El sudor le daba un aspecto angelical.

Aunque seguía con los brazos extendidos sobre mi cabeza – amarrados a una de las partes de la cama – podía moverme libremente con sus embestidas y los movimientos que hacía dentro de mí.

Cuando clavé mi vista en sus ojos, quedé completamente a su merced – como si no lo hubiera estado para entonces.

Su mirada era tranquila, estaba llena de comprensión, estaba llena de paciencia y – a pesar de todo – de amor.

Después que perdí mi voz con los gritos y gemidos que me estaba haciendo lanzar, sentí que de pronto se retiró, se acomodó sobre mí y de pronto golpes de néctar con aroma irresistible caían a mi pecho y abdomen. Inmediatamente liberé todo mi deseo y entre esta esencia que dejé caer sobre mí mismo, iba inmerso mi agradecimiento.

Era un agradecimiento sumamente profundo al amor de mi vida quien, efectivamente, me había dado la noche más estupenda e inolvidable de mí vida.

Ambos terminamos con una gran sonrisa en nuestros rostros.

―Espero no haberte asustado mucho – dijo mientras me soltaba las muñecas – creí que te podría dar un ataque… aunque cuando sentí que te estabas “animando” supe que estaba haciendo lo correcto.

―Fue maravilloso – todavía no podía recuperar mi aliento – a pesar de haberlo planeado por mucho tiempo, realmente no esperaba que fuera… así.

Después de lograr llegar hasta el baño y sumergirme en el agua caliente, envuelto en un vapor sumamente espeso, con montones de velas por todos lados, entró él con dos copas de vino y la botella descorchada.

Tomamos juntos un baño, después de nuestro largo día de trabajo e hicimos un brindis: por mi cumpleaños y nuestra vida juntos.

No hay comentarios: