Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 16 de mayo de 2015

Aquella vez



No se trataba de pasar el tiempo, cada vez que llegaba hasta su cama; en cada ocasión que desnudaba mi cuerpo, ante sus ojos abiertos por el asombro y la maravilla, quizás envueltos en una nube de erotismo y lujuria, a través de la maravilla del cuerpo y la magia de las caricias, sobre piel desnuda.
No era un momento más —aunque en la sucesión de momentos en nuestras vidas, ése era uno más—; era el momento que vivía, en un lugar determinado. No era una noche cualquiera, pues sabía que mi cuerpo sería llevado al éxtasis, al más profundo placer de las manos experimentadas y ansiosas; no era tan solo un momento y nada más.
Envueltos en silencio y con miradas cómplices, comprometidas con el intercambio de emociones y gemidos aprisionados en gargantas, sonreímos para comenzar.
Llegó el momento de disfrutarlo, con puertas y ventanas abiertas; todo un universo de maravillas y emociones deliciosas. Sus manos tomaron mi cuerpo, acariciaron la piel y se deleitaron con aquella excitación de mi hombría; lamió, besó, mordió.
Observó con satisfacción y compromiso; en sus ojos se observaba el deseo.
Me senté sobre su cadera para recibir su regalo con la mayor disposición. Mis gemidos crecieron y entonces ni siquiera intenté reprimirlos.
El deseo por su cuerpo creció inmediatamente, con mis ojos cerrados y mientras mordía mi labio inferior, mantuve el rítmico movimiento sobre su amor palpitante; de arriba abajo, con la respiración agitada, entrecortada, sin ritmo, consistencia o elocuencia.
A pesar de las ocasiones en que había compartido cama y sudor, sentí como si aquella fuera la primera vez que recibía sus asfixiantes caricias. Me sentía maravillosamente, con anhelos de ser observado, contemplado e idolatrado; incluso, poseído de la manera más humana posible, mediante el recibimiento del (evidente) deseo de mi compañero.
Me recostó sobre la espalda y mis piernas se elevaron al cielo. Mi mirada se clavó en sus ojos y entonces lo recibí de nuevo, con pasión y urgencia. Sus embestidas se tornaron cada vez más rápidas y sus gemidos iniciaron una escalada que me llevarían a una explosión de aromas, sonidos y gritos.
La amarga esencia inundaba mi pecho mientras recuperaba la cordura; mis manos temblaban, una pequeña lágrima resbalaba por mi mejilla; se tumbó a mi lado y besó mis labios.

Aquello, era claro, no se trataba de simplemente pasar el tiempo…

Imagen: Internet.

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