Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Noche de cumpleaños


Ambos brindaron por un año más de vida. Levantaron sus vasos y sonrieron mutuamente, mientras uno de ellos, de ojos color café, cabello oscuro y una barba que crecía espesamente a través de su rostro, le deseaba feliz cumpleaños a quien se encontraba a su lado —en la mesa, en el camino, en la vida, en los sueños—.
Ese otro, de manos grandes, un tanto bajo de estatura y ojos de color verde, sonrió en complicidad y una total felicidad. Llevaba ya ocho años compartiendo los días en que cumplía un año más y, en esos momentos, se sentía el joven más feliz del mundo; tenía todo lo que había deseado, aunque no tuviera todo con lo que soñaba. Sabía que faltaba un buen tramo por andar, debían estar juntos, seguir tomados de la mano; pero, por el momento, eso bastaba. Su compañía, su sonrisa y su abrazo.
Además de una deliciosa cena y una copa de vino.
La noche era fría, una noche de finales de año, en pleno invierno. Sin embargo, ambos muchachos traían una cálida sonrisa que enmarcaba a la perfección sus rostros. Condujeron de regreso a casa, temprano, para descansar esa noche y preparar las festividades del día siguiente, sería noche vieja.
Cuando llegaron a la casa, salieron del auto y el corazón del muchacho de ojos verdes se aceleró; seguramente, el de su compañero también. Entraron y el interior estaba oscuro. Subieron las escaleras y entraron a la habitación, un poco helada por la falta de movimiento en ella.
El muchacho de barba se colocó detrás del otro y lo abrazó por la cintura.
Prefiero que me desnudes, a desnudarme yo, le había dicho durante la cena; en ese momento lo puso en práctica.
Comenzó por acariciar su cadera. Desabotonó la camisa y desnudó sus hombros, le quitó la camiseta interior y después ambos quedaron frente a frente. El otro hizo lo propio y quitó el suéter de su compañero, luego la camisa; sintió el calor del pecho abrasar el suyo.
—Vamos a la cama —dijo el de barba y ambos se fundieron en un abrazo eterno, debajo de las cobijas.
Las caricias eran frías, con los dedos helados y las partes del cuerpo que estaban descubiertas. Los cuerpos tardaron en calentarse, incluso debajo de las sábanas, mas las manos de uno, que recorrían ávidas el cuerpo del otro, sirvieron a la perfección para pronto hacerlos entrar en calor.
El contacto de sus miembros era exquisito, delicioso; encendía los rincones más oscuros de sus cuerpos y ambos deseaban unirse en un acto puro y sincero.

El muchacho de ojos verdes estaba recostado sobre la cama, su amante se encontraba sobre él, con sus ojos anclados en su rostro y cuerpo. Sonreía por la intimidad, por la sensualidad y la magia del cuerpo desnudo, bañado por la luz de la noche.
Por su parte, el muchacho abrazaba con sus piernas la cintura del otro joven, pidiéndole que lo poseyera, que lo tomara en ese momento. Lo había deseado durante todo el día.
Primero, las embestidas fueron pausadas y profundas. La respiración del joven se entrecortaba y sus gritos se ahogaban en la garganta. Rasgaba con sus uñas la espalda de su amante y lo tomaba de los muslos para que tuviera un mayor acceso; lo sentía plenamente, su rostro estaba encendido.
Entonces los movimientos de penetración se hicieron más fuertes, agresivos; el muchacho dejó de rodearlo, con brazos y piernas, y se desplomó en la cama; liberado, con sus brazos extendidos como los ejes de una cruz y sus piernas sostenidas al aire por el firme apretón de las manos del joven de barba.
Los gemidos se hicieron audibles, eran la música pasional de los amantes, mezclados con besos, labios mordidos y el tenue rechinar de la cama bajo su peso.
Momentos, segundos interminables, minutos etéreos, todo se resumió en una sola explosión, acompasada por más embestidas, mucho más rápidas.
Terminaron rendidos, uno al lado del otro, y entonces intercambiaron más palabras y sonrisas.
—Feliz cumpleaños —dijo el de barba—, cuando le regalaba un intenso beso.
Las cobijas y sábanas de la cama, sus cuerpos, ya no estaban fríos. Tenían la temperatura perfecta para el amor.

—Tú eres mi regalo favorito —le dijo el muchacho de ojos verdes, mientras ambos estaban de pie ante la puerta, a punto de despedirse.

El joven apretó suavemente la entrepierna de su compañero, en donde notó el miembro semierecto que yacía debajo de aquel calzoncillo.

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