Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 24 de octubre de 2011

De reflexiones

Hoy regreso después de una larga y pesada semana. ¿Cómo puedo describir todo lo ocurrido en estos siete días que pasaron? ¿Qué puedo decir? El trabajo se acumuló. Tuve muchos proyectos (“pendientes” les digo yo), muchas cosas que hacer.
Algunos ya hacía tiempo que los había comenzado, otros fueron de improviso y debían completarse el fin de semana. Pues bueno, mi semana estuvo bastante ajetreada. Empezando por el hecho de que hace una semana despedíamos a la última abuela que nos quedaba en la familia. Que, por cierto, agradezco a todos los que estuvieron presentes en esos momentos (y que seguirán con nosotros). Hoy por mí, mañana… pues es cierto, mañana será por ustedes y de antemano les digo contarán con nosotros.
Lunes, martes e incluso miércoles. Gracias a todos por el apoyo que nos brindaron, por esos abrazos y apretones de manos. Gracias por los besos y las palabras de tranquilidad que compartieron con nosotros.
Para el fin de semana el trabajo verdaderamente se me acumuló en cuanto a cuestiones de redacción y revisión de trabajos. Me tomó toda la mañana del viernes completar una historia que envié a concursar en la antología de las publicaciones homoeróticas 2011, que se publica en España. Ahora, solo me resta esperar alguna respuesta de los editores.
Para el sábado, prácticamente todo el día, revisé trabajos de mis alumnos. Hasta que el cansancio o el tedio me vencieron y decidí alejarme un poco de mis obligaciones para relajarme y dejar atrás el estrés acumulado en esos días. Simplemente digamos que concluimos, Thad y yo, con una rica cena de calle (hot-dogs) y una entretenida película de fin de semana.
Para el domingo terminé la revisión a vapor de un trabajo de investigación que me encomendaron. Afortunadamente la autora es buena en el tema, lo conoce y lo domina, y en cuanto a las observaciones de la redacción, se puede decir que fueron mínimas. La revisión total me tomó alrededor de una hora y concluí con unas cuantas recomendaciones en cuanto a la presentación del trabajo, ya que de fondo no podía adentrarme tanto en el tema ya que, a pesar de ser uno que conozco, no me considero una persona impuesta de esos asuntos así que simplemente me limité a hacer correcciones de forma.
Ahora entiendo a aquellos que se dedican a la estupenda tarea de editar escritos… me quito el sombrero ante ellos. ¡Eva Bartlen, mis respetos!
Pues en esto podría resumir mi semana, sin la necesidad de caer en particularidades que propiamente no vendrían al caso en este espacio.
Sin embargo, algo peculiar me sucedió hace justo una hora y media ­—aproximadamente—. Estaba en cierto lugar de esta ciudad, como a eso de las nueve de la mañana, con el firme propósito de reincorporarme a las rutinas físicas. Comencé con una ligera caminata y después correr por unos cinco minutos. Continué con abdominales y push-ups para después pasar a una corta sesión de meditación. Hacía tiempo que no lo hacía, de hecho me costó bastante trabajo concentrarme en un principio, supongo que el alma y la mente también pierden su condición conforme dejas de realizar las actividades a las que las tenías acostumbradas.
Pues bien, me senté en el pasto, junto a un gran árbol, me quité los audífonos de mis oídos y me concentré en cerrar mis ojos y escuchar todos los ruidos que nacían a mi alrededor. Capté el ruido de los autos, el de algunas bombas o depósitos de la alberca olímpica que estaban a mi lado derecho. Capté el canto de las aves y las risas de algunos niños que jugaban con un perro. Me concentré, primero, en esos ruidos que comúnmente nos pasan desapercibidos.
Después, sin embargo, me dediqué en reflexionar sobre lo que quiero hacer en estos momentos. Pensé en lo que en verdad deseo hacer con mi tiempo. De entrada descarté las horas de oficina, por obvias razones. Sin embargo pensé en esos momentos que tengo para mí, esas horas o quizás solo minutos que egoístamente no comparto con alguien más. Esas horas en las que tal vez estoy recostado en mi cama esperando caer en un profundo sueño, o los minutos en los que espero avanzar en la fila del banco. Ese tiempo en el que estoy solo con mis pensamientos.
Quiero escribir, me dije en cuanto pregunté ¿Qué quieres hacer?
Quiero escribir. Dedicarme a escribir, ya sea con pluma de ave o bolígrafo, o en computadora, no importa cómo, dónde o cuándo. Lo que importa es que comience a escribir lo que viva y piense. Sin embargo, la primera reacción ante tal descubrimiento fue limitarme con las restricciones del tiempo. No tengo tiempo. A lo cual, simplemente abrí mis ojos, respiré profundamente y antes de levantarme y caminar, me dije:
Debes darte el tiempo.

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