Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 1 de febrero de 2014

Esencia

Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella.
El perfume, de Patrick Süskind.


Durante estos últimos días, ha rondado por mi mente una pregunta generada de una plática de introspección y análisis. A pesar de las grandes cargas de trabajo que sufrí en esta semana, a fin de cuentas siempre brillaba, detrás de todas las prisas y los pendientes, como una estrella a través de un cielo nublado; de forma repentina, regresaba a mi ser consiente, para cubrirse de inmediato por las capas nebulosas de una actividad diaria, de la rutina.
Brillaba, para recordarme que no le he dado respuesta; aparecía para que me diera cuenta de que debía atenderla, observarla, analizarla. Así fue entonces que, en compañía de Héctor, me tomé el tiempo para responder aquello que debía ser respondido.
Mucho se ha dicho en cuanto a la naturaleza del ser humano; múltiples filosofías han afirmado que para entenderla (desenmarañarla), es necesario tener claro el fin último de éste. Así pues, la naturaleza del hombre irá encaminada con la pregunta para qué; para qué del hombre, para qué su actuar, para qué...
Tal vez la finalidad del hombre sea ser feliz, pero entonces nos adentramos en un debate ético, moral, social, jurídico incluso, de saber si lo que hace feliz al hombre (sea lo que sea) puede ser considerado como finalidad última de su existencia, y por lo tanto sustento de su propia naturaleza.
Sin embargo, otros pensadores han sostenido que el hombre, como formador de un grupo heterogéneo y evolutivo, cambiante, dinámico, no posee una naturaleza que lo defina en su totalidad, pues más bien posee una característica de adaptación, maleabilidad y adecuación a las situaciones particulares de su momento histórico.
Sean cuales sean las conclusiones al debate sobre la naturaleza humana, mi interrogante inicial iba más allá de este cuestionamiento. Me interesé por descubrir mi propia naturaleza, mi esencia, ese elemento (o elementos) que me hacen ser yo, y no alguien más.
Dije que lo hice con Héctor, y no fue por mera coincidencia sino por una decisión deliberada. No quería adentrarme a un laberinto de preguntas sin respuestas, del que me sería complicado salir, si no iba con alguien más.
¿Cuál es mi esencia? ¿Qué me define?
A primera vista, pudiera pensarse que las respuestas son obvias, y que todos debemos contestarlas como cuando nos preguntan el lugar en donde nacimos o el nombre de nuestros padres; sin embargo, al menos de manera particular, no me había puesto a reflexionar en ellas de forma consiente, pues creía tenerlas ya resueltas y que había encontrado su significado. En muchas ocasiones, nos encontramos con cuestionamientos que parecieran insultar con su obviedad, pero que en realidad no alcanzamos a describir cuando nos confrontan abiertamente.
Como me sucedió en algún momento de mi niñez, al observar un espectáculo en parque de diversiones acuático, una ballena en un enorme tanque de agua (con forma y color de una alberca), me sorprendí al darme cuenta de que jamás había reparado en reconocer, conscientemente, que era agua salada y no clorada, como esperaba que fuera. El agua salada está en el mar… no en una enorme alberca.
En fin, hay cuestiones en nuestras vidas que están tan inmersas en la cotidianeidad, que precisamente se disfrazan de obvias y claras, cuando en realidad requieren un esfuerzo intelectual mayor para descifrarlas.
Eso me sucedió al inicio de la semana, cuando me preguntaron “¿Cuál es tu esencia?”.

En ese momento reconocí que no sabía cuál era ese elemento que me define como persona, y que distingue de todas las demás; tal vez, en algún otro momento lo pensé y llegué a alguna conclusión, pero no podía recordarlo, por lo que entonces decidí que debía adentrarme en esos pensamientos tan turbulentos como apacibles.
“Eres como el chocolate”, me dijo Héctor. “Hay muy pocas personas a las que no les gusta”.
Si tomo en consideración percepciones externas, experiencias personales, y la propia idea que de mi persona he formado, diría que soy un hombre hedonista, que evita el conflicto abierto lo más que le sea posible; tengo un sentido de la responsabilidad bastante arraigado, aunque por otro lado tiendo fácilmente a dejar de lado las cosas que no llaman mucho mi atención. Me he creado mis propias percepciones de la amistad, del amor, de la confianza, de la vida; que en ocasiones colisionan con las cotidianas de los demás. Puedo desinteresarme tan fácilmente como me involucro en las cuestiones personales de otros, aunque pareciera que de forma reciente me inclino más hacia la primera.
Hay ocasiones en las que me ha resultado difícil describirme como ser humano (el físico no representa problema), por la propia complejidad que esto representa; por lo que hablar de mi propia naturaleza me resulta complicado, sobre todo porque no consideraba importante el detenerme a desentrañar quién soy. Sin embargo, el tiempo puede ser nuestro más poderoso aliado o el enemigo más desdeñable, así que responder estas cuestiones representa entonces una importante necesidad, pues de qué otra forma podremos existir, si ni siquiera sabemos quiénes somos.
¿De qué otra manera entenderemos el actuar de los demás, si no entendemos nuestro propio proceder? ¿Cómo sabemos qué hacer, a dónde ir o qué decir, si ni siquiera sabemos lo que deseamos o lo que pensamos concretamente?


La naturaleza del ser humano, mi esencia como persona, comprender mi razonamiento, son puntos difíciles de analizar y responder, por ello, saber cuál es mi esencia no es algo que pueda contestar en algunas cuantas líneas, ni en una sola noche; aunque, tal vez, tampoco represente el mayor reto de mi existencia.

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