Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 12 de noviembre de 2012

Capítulo XII


Este es un fragmento del capítulo XII de la novela Daniel, l´art de la rue.
En este momento Daniel narra directamente con su lector las experiencias que tuvo en París mientras se dedicaba a esperar todas las noches en la esquila de la avenida a alguno de sus clientes regulares.
Relata lo que significó para él trabajar en el comercio sexual y las diferencias que percibía con sus demás compañeros de profesión.
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[…]
Naturalmente, como en cualquier comercio, existía un catálogo con varios modelos a escoger.
La avenida ofrecía una amplia selección de figuras, cuerpos y miradas, además de innumerables acciones que se ofrecían, como complemento a las que eran comúnmente solicitadas por los clientes.
No importaba lo que se buscara en aquella vía, siempre se encontraba y era a entera satisfacción de los compradores, so pena de no regresar jamás y perder ganancias que llegaban a representar la cena de la semana o la droga de esa noche.
Había muchachos de cuerpos deliciosos. Finos, delgados, que se aventuraban todas las noches a ser perfectos dentro de esta profesión, disfrazada de oficio. Eran criaturas bellas que ocultaban su hermosura debajo de unos rostros cansados, sucios y maltratados.
Ángeles que recibían dinero a cambio de unos cuantos minutos en que permitían ser tocados, sometidos, sodomizados. Eran hadas nocturnas, perdidas, que buscaban una manera de mejorarse la vida en una profesión a la que, para acceder, no se requería una impresionante hoja de vida; una profesión que no requiere de conocimientos académicos o científicos; sino, más bien, pura experiencia y aquellas habilidades físicas suficientes para mantener al cliente satisfecho.
Para muchos representaba una lucha interna, un intento de demostrarle al mundo que los relegó por completo que valen de algo, que son buenos para algo; que no son unos parásitos sin oficio o determinación alguna. Deseaban demostrar que no son de los que se conforman con las miserias que todos los demás les dejan.
Para ellos, sus noches de trabajo significaban noches de hambre, drogas, alcohol, enfermedades. Golpes, llanto, una realidad de sobrevivencia continua, noche tras noche. Un estado alterado de su tranquilidad y de su mundo de confort. Una sensación de alerta constante.
Sin embargo, esa no fue mi realidad.
Mis clientes, aunque ciertamente no todos, me ofrecían refugio y tranquilidad. Realmente, a lo que en ocasiones se limitaban era llevarme a la cama unas cuantas horas y ordenarme que los tocara o pedirme que me dejara tocar; para después pagarme y así ser libre para irme de ahí con mi dignidad y el pago —que era considerable— intactos.
Jamás llegaron a robarme o abandonarme en una calle oscura y solitaria, jamás se atrevieron a golpearme, al menos no sin mi consentimiento; y jamás se dedicaron a denigrarme —como veía que lo hacían otras personas con otros servidores—.

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