Ambos envueltos en una importante misión para salvar a su familia. Crecieron juntos, aunque no eran hermanos de sangre, pertenecían a la misma manada. Enamorados y decididos a pelear por su amor, los hombres lobo luchan contra traiciones que amenazan con destruir lo que aman y sueñan.
Al término de la novela, el epílogo se sitúa once años después de la historia. Habla de Justin, apenas un cachorro en la trama principal, ahora un muchacho de diecinueve años, el próximo Alfa de la manada.
Justin estudia y vive en Nueva Orleans, cautivado por los temas de magia y las criaturas que no podían ser siquiera pronunciadas en casa, los vampiros.
Anhela encontrar rastro de ellos, seguro de su existencia; desea, de ser posible, estar frente a uno.
Hasta que una noche, alcanza lo que quiere cuando, Claud, viejo conocido de Jordan y Axel, aliado en algún momento de la historia, aunque no precisamente el mejor amigo, decide encontrarse con el pequeño Justin.
El epílogo, en las siguientes publicaciones, ahora lo muestro como historia independiente, aunque continúa con referencias de lo dicho en los capítulos que le preceden.
Espero lo disfrutes.
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La carretera se extendía delante de él, mientras
sorteaba las curvas, con una mano en el volante y la otra recargada en la
ventana abierta.
El sueño se apoderaba de él con rapidez, sabía que debía
detenerse en algún lugar o terminaría quedándose dormido en algún punto del
camino. Llevaba en el auto todo el día y estaba bastante cansado; aunque
disfrutaba la libertad de conducir en carretera, el cansancio en sus piernas,
la espalda y el cuello, aumentaban con cada milla que pasaba. Pero Nueva Orleans
estaba cada vez más cerca.
De pronto, el señalamiento de una gasolinera apareció
a un lado de la carretera y aprovechó para comprar otra botella de refresco y una
cajetilla de cigarros. Tenía sed y necesitaba azúcar en su cuerpo. Quiso
comprar un paquete de cerveza, para tomar cuando llegara a la ciudad, pero tuvo
que convencer de manera incluso insinuante a quien estaba detrás del mostrador.
Justin acababa de cumplir diecinueve y regresaba a
Nueva Orleans, donde estudiaba Sociología, para el final del verano. Era su
segundo año en la universidad y, después de las vacaciones, regresó a la ciudad
americano-francesa, luego de haber pasado la mayor parte de sus días libres en
Los Ángeles, en el departamento de Mark, un chico con el que salió todo ese
verano.
Después de pasar unos cuantos días con Amy y Vanessa,
tranquilamente en casa, emprendió el viaje de regreso, con llamadas tanto de su
familia como de Mark, a quien enviaba fotografías del paisaje conforme el día avanzaba.
Nadie quería que viajara solo, pero Justin insistió en
hacerlo, pues disfrutaba enormemente de la tranquilidad y el tiempo que tenía
para pensar en lo que quisiera. Particularmente, Justin estaba interesado en la
existencia de seres nocturnos, tan mágicos como él mismo y su familia. Naturalmente,
sabía de la magia que envolvía a su familia; sabía de las leyendas de hacía siglos
e incluso de las batallas que habían acontecido, hacía poco más de una década.
Su convivencia regular con Axel y Jordan era de las
cosas que más atesoraba en casa, se sentía en completa conexión con ellos —principalmente,
por esos intereses afines que compartían—; eran miembros de esa manada singular,
como referían los tres.
De hecho, cuando a los dieciséis años, Justin aceptó
tener un interés más profundo hacia un compañero de su preparatoria, acudió
junto con Jordan a hablar con Vanessa, su madre, y platearle toda la situación.
El de Axel y Jordan hizo la situación más sencilla, para todos.
Justin sabía, también, de su posición como nuevo Alfa de
la manada, y realmente se preocupaba por llegar a liderar de manera correcta. Quería
estar al pendiente de lo que se presentara, pero Jordan insistía en que debía
concentrarse en sus estudios. No hay duda en que la presencia de Amy fue de
gran ayuda para el joven.
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