Afortunadamente vivían días tranquilos, sin preocupaciones
ni sangrientas peleas que soportar. Fue por eso que decidió irse a Nueva
Orleans a la universidad; al menos, ésa, fue parte de la verdad que dijo a la
familia, aunque en realidad había otro motivo. Otra razón que solamente él, y
su lejano novio Mark, sabían.
Nueva Orleans era la cuna de los vampiros en el mundo
moderno, y era por eso que él estaba ahí. Sabía que si habría de encontrar
información verídica al respecto, era ahí. Tal vez era por lo mucho que se ha
escrito de la ciudad, tal vez su toque europeo. Quién sabe, lo cierto es que
Justin estaba convencido de la existencia de los vampiros, sabía que eran
reales pero quería comprobarlo por él mismo.
Recordaba que cuando cumplió once años y preguntó a
cerca de estas místicas criaturas, la censura por parte de todos los miembros
de la familia llegó irremediablemente, principalmente por parte de Jordan,
quien nunca le había ocultado algo. Desde entonces, y gracias al hermetismo que
envolvía a la manada en cuanto al tema, Justin comenzó a leer reportajes y
escritos acerca del mundo vampírico.
Las historias de esos seres le resultaban
completamente seductoras, al igual que sus protagonistas; encontraba todo el
tema sumamente maravilloso y para nada sensacionalista. Aunque se topó con
algunos escritos meramente fantasiosos —los primeros que comenzó a revisar—,
mientras más se adentraba en su investigación, se topó con algunos datos
sumamente interesantes, que parecían ser verdaderos.
Fue entonces que decidió continuar con su investigación.
Buscó por todos lados. De hecho, en todo momento
aprovechaba la oportunidad para leer y recabar más información, así estuviera
con Mark, en su departamento, en la playa o de compras.
Mark no comprendía la obsesión de Justin, pero era
algo natural; para él toda la magia de los vampiros —y hombres que se
convertían en lobos— era pura fantasía, que se veía en la pantalla o se leía en
los libros. Nada más.
Aunque el momento oportuno de revelarse a su único
amor (quien quiera que éste fuera), con su verdadera naturaleza, aguardaba en
el interior de Justin; aún desconocía si Mark fuera ese alguien especial.
El pequeño local donde pagó por el combustible y
compró las bebidas era viejo, pero parecía estar en buen estado. Mientras
Justin encendía un cigarrillo, sintió una corriente de aire helado que chocó contra
su rostro. Levantó su mirada hacia la oscuridad que se extendía más allá de las
lámparas de las únicas dos bombas que estaban frente a él.
Era extraño, en medio de los inmensos pantanos de Luisiana,
una corriente de ese tipo no podía existir, menos en pleno verano; entonces,
sintió una presencia, alguien estaba a su lado derecho, luego a su lado izquierdo,
e incluso detrás de él. A su alrededor sabía que alguien —o algo— estaba ahí.
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