Las festividades ya
iniciaban, Nahn corría por las veredas del bosque para regresar a tiempo al
templo de Dionisio. Debía contarle al dios lo que había visto, quería compartir
con sus hermanos la hermosura de los espíritus del agua. Corría alegremente,
brincaba de roca en roca y esquivaba las ramas de los árboles. Sus patas le
daban fuerza y velocidad, su cola danzaba con el viento, repleta de felicidad. Todo fue maravilloso. Todo fue hermoso.
Llegó a tiempo para las
danzas, justo antes de que el dios hiciera su triunfal aparición. Alcanzó a
tomar el cáliz con su nombre y llenarlo de la fuente de vino. Lo alzó igual que
sus hermanos y lo vació de un solo trago. Entonces se acercó con uno de los mayores.
—¡Sileno! —Dijo el
pequeño Nahn, mientras todos en la pista bailaban y brindaban— ¡Lo más
maravilloso me ha ocurrido! ¡Debo contártelo!
—¡Pequeño hermano! ¿Qué
ha ocurrido? ¿Por fin has podido atrapar tu primera ninfa o aún persistes en
dejarlas que se escapen de tus manos?
El tono de Sileno era de
burla, pero una burla guiada por la embriaguez, ocasionada por el vino. De
hecho, el viejo gordo apenas podía mantenerse de pie, así que aprovechó su
tropiezo para quedarse recargado contra una de las columnas del palacio.
«¡Vamos niño! ¡Cuéntame!
¿Qué ha pasado?
Nahn dudó por un
segundo, quizás sería prudente guardarse aquella aventura para él solo. Pero su
familia era lo más importante y quería hacerlos partícipes de lo que había
experimentado.
—Me he encontrado con
una de las criaturas más hermosas y misteriosas. De hermosos ojos y piel
brillosa. Con una enorme cola de pez, en lugar de piernas.
—¡AH! ¡Vaya, el pequeño
Nahn se ha encontrado con las mágicas Syrens! ¿Son tan hermosas como dicen?
Para entonces, los
gritos de Sileno habían llamado la atención de otros sátiros que estaban junto
a ellos y se habían acercado para escuchar el relato. Dionisio entonces observó
que algo sucedía.
—¿Qué confabulaciones
traman por aquellos lados Sileno? —Preguntó el dios.
—¡Ninguna confabulación
padre mío! Solo que uno de tus hijos ha tenido la dicha de encontrarse con los
maravillosos espíritus del mar. ¡Una Syren!
—Bueno- quiso
contradecir Nahn, pero fue interrumpido por Dionisio.
—¡Vaya muchacho! ¡Eso es
de celebrarse! Venga, dinos cómo fue el suceso y cuéntanos cuál es la belleza
de las hijas de Tritón.
Nahn relató fielmente
todo lo que había sucedido, recordando de la manera más vívida posible cada uno
de los detalles que habían llamado su atención. Hasta que Sileno le preguntó el
nombre de aquél ser fantástico. Nahn entonces dudó. Sintió que su espalda se
tensaba y el vello de sus brazos se erizaba. Tuvo miedo.
Por urgencia del dios,
Nahn reveló el nombre del muchacho de hermosos ojos.
La risa descontrolada de
todos los asistentes azotó los oídos del sátiro, quien apenado inclinó la
cabeza y se sonrojó desmedidamente.
—Los machos de los mares
son raros de encontrar —la voz de Dionisio se escuchó sobre todas las risas;
poco a poco los asistentes guardaron silencio y entonces continuó, no hablaba
ahora en broma, sino que las palabras eran generadas para calmar el ansioso corazón
de su pequeño hijo—, sin duda tuviste una gran experiencia pequeño, encontraste
un tesoro y coleccionaste una anécdota más.
«Aun así, debo
prevenirte, no albergues ilusiones en tu corazón. Las criaturas marinas no son
como ustedes, que juegan y corren en la tierra; no atesoran memorias y no
tienen recuerdos, salvo cuando se encuentran rodeados de los suyos, en la
profundidad del gran océano.
«Lamento decirlo, pero
en estos momentos, el bello joven wassergeist no recuerda quién eres o en dónde
estuvo.
Dionisio entonces ordenó
continuar con la celebración y los cálices se volvieron a llenar de vino dulce.
Mientras tanto, Nahn no
podía creer las palabras que había escuchado. Se sentía juzgado y señalado por
todos sus hermanos, expuesto. Así que, en la primera oportunidad que tuvo, se
retiró del palacio y corrió de nuevo por los bosques. Quería alcanzar la costa
y ver de nuevo al hermoso Blaue; no podía borrar de su joven mente la figura de
aquella criatura, quería contemplarla nuevamente, quería perderse en la
profundidad de sus ojos.
Mientras avanzaba, se
encontró de nuevo con la ninfa Fayrè, quien le preguntó el motivo de su
desesperación.
—No puedo creer lo que
me han contado. Dime, necesito saberlo, ¿es verdad lo que el dios me ha dicho?
¿Es que Blaue no recuerda quién soy o lo que hice?
—Los
espíritus del mar no deben estar en la tierra. Sus recuerdos son solamente los
que se generan por gran felicidad, por la felicidad del amor de los suyos. Su
propia naturaleza te ha de lastimar, lo dije.
—No puede ser-
Entonces, Nahn se echó
de nuevo a correr.
Llegó a la orilla del
bosque, delante de él se extendía la blanca arena y más allá el océano
iluminado por Selene. Elevó una plegaria a la diosa de que aquello no fuera verdad.
Entonces el sátiro corrió hacia unas rocas que se encontraban rodeadas de agua,
las escaló con urgencia y se sentó para contemplar aquellos dominios y de nuevo
tocó su música con la siringa.
El océano estaba
tranquilo, apacible; y, a lo lejos, Nahn alcanzó a observar primero la cabeza y
luego los hombros de un ser. Dejó de tocar y la cabeza comenzó a sumergirse,
entonces retomó la melodía.
Siguió con la música
hasta que Blaue se acercó completamente a la roca. Su hermosa cola alcanzaba a
brillar con la luz de Selene; su sonrisa cautivó al pequeño sátiro.
—Esperaba encontrarte de
nuevo —le dijo Blaue cuando terminó la melodía.
—Pero, ¿es que me
recuerdas?
—Claro que te recuerdo,
y lo que hiciste por mí. Recuerdo cómo llegue al río aquella mañana. Había
salido la noche anterior, como esta, a cantar con Selene, al son de una hermosa
flauta como la que estas tocando. Recuerdo que te vi a lo lejos, luego te
adentraste en el bosque y deseé seguirte. Quería escuchar tu música.
«Estaba oscuro y Selene
no iluminaba los senderos del bosque, caí por una ladera y fue como me lastimé.
Entonces alcancé a llegar hasta el río, ahí permanecí hasta que me encontraste,
la mañana siguiente.
Los ojos de Nahn
reflejaban emoción pura, emanada de su corazón. Eran como una antorcha
encendida, del color del fuego, que contrastaban de forma tan hermosa con su
pelaje oscuro.
—Mis hermanos me dijeron
que los wassergeist no tienen recuerdos… ¿Cómo es posible?
Entonces Blaue extendió
su mano y el pequeño sátiro brincó hacia el agua. Se arrodilló enseguida del
espíritu del mar y lo observó detenidamente. Sus ojos lo cautivaron, se debatía
en saber si era más hermoso de día, con la luz de Apolo; o de noche, con Selene
en la bóveda oscura.
—Recordamos lo que nos
causa una gran felicidad. Nuestros recuerdos provienen del corazón, no de la
mente.
Acarició nuevamente sus
cuernos y la cola del pequeño sátiro se movió de felicidad. Blaue envolvió las
patas de Nahn con su cola y lo acercó más a él. Tomó su rostro con sus manos y
lo besó lentamente.
Desde aquella noche,
Nahn prefirió jugar en los bosques al atardecer. Correteaba un rato con las
ninfas hasta que Selene coronaba el cielo nocturno, momento en que llegaba a la
playa, trepaba las rocas y se sentaba para tocar alegremente la siringa, en espera que su amado Blaue
emergiera a la superficie, siempre con un regalo traído desde las profundidades.
Desde entonces, Nahn y
Blaue se aman libremente bajo el cuidado materno de Selene.
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