El estruendo del rayo me despertó súbitamente.
No recuerdo qué horas eran, pero seguramente era entrada la madrugada ―aunque bien pudieron haber sido las doce del medio día, ya que las cortinas de la habitación del hotel y la espesa capa de nubes de la ciudad dejaban dentro de la habitación una oscuridad sumamente persistente― cuando abrí mis ojos e intenté concentrarme en lo que había sucedido.
Lo primero que hice fue fijarme en los detalles del techo que estaba sobre mi cabeza, o más bien intentar concentrarme en ellos, pero mi vista era solo un borrón de colores. Era una mezcla de punzadas y temblores esporádicos que recorrían todo mi cuerpo.
Sin embargo, mientras abría más mis ojos, una sensación de calor acarició mi costado derecho, así que estiré mi mano y toqué lo que sabía yacía a mi lado. Los bellos de su pierna me brindaron una sensación agradable y el tibio tacto de su piel me agradó hasta que tranquilizó mi ansiedad. Al menos sabía que estaba a su lado.
Pero lo que volvió a desconcertarme, fue el sonido de una respiración diferente a la de Max y la mía.
La noche anterior, el festejo del viernes en la noche, acabando de llegar a esa ciudad, fue bastante divertido ―y por demás alocado―, lo que me llevó a lamentar… bien, reconsidero la palabra, no precisamente lamentar sino sorprenderme fuertemente.
Max y yo llevábamos meses comunicándonos solamente por teléfono y correo electrónico. Cuando me insistió en ir a visitarlo para un fin de semana de cuatro días que tenía libre de la escuela, supuse que sería buena idea el relajarme un poco y simplemente “ver qué haríamos” cuando llegara con él, pero que ―lo reconozco― inmediatamente mi mente supo lo que “haríamos” él y yo.
Max y yo siempre ha sido una persona sumamente interesante para mí, atractivo en tantos otros niveles que rebasaban por mucho su buen físico (tiene ojos color miel, un cabello que parece color chocolate con leche, y un tono de piel con un bronceado perfecto; además de deliciosos brazos y piernas que son grandes y bien formadas), era inteligente y divertido. Así que no lo pensé más de lo necesario.
Preparé mis maletas y el mismo viernes en la mañana salí para reencontrarme con aquél chico, de quien había estado secretamente enamorado. Aunque, más que enamorado, había estado atraído sexualmente hacia Max. Pero no lo buscaba solo para eso, nuestros encuentros siempre se caracterizaron por ser excitantes, divertidos y relajados, quizás se debía a que ambos sabíamos que al día siguiente continuaríamos con nuestras vidas, “como si nada hubiera pasado”, pero con el conocimiento de todo lo que había pasado.
En cuanto vi a Max mostré una radiante sonrisa, tanto en mi rostro como en mi corazón. Llegamos a su departamento y dejé mis maletas. Justo en ese momento se tomó un par de minutos para abrazarme dulcemente ―un poco más del tiempo que dos viejos amigos se toman para saludarse, un poco menos de lo que una pareja se toma para recibirse después de un día de trabajo, pero justamente lo necesario para que dos buenos amigos que forman una estupenda pareja se diga, sin hablar: “te extrañe”―.
Max tenía organizada una pequeña reunión con algunos amigos de él, en un bar de la ciudad, por lo que después de ponernos al tanto de todo lo que había sucedido con nuestros trabajos, amigos y familia (odio a mi nueva jefa, mi supervisor es un imbécil, mis padres no me hablan desde Navidad, no tengo novio) nos arreglamos y salimos a Underground.
En una pequeña mesa redonda, con cuatro sillas elevadas estaban sentados dos chicos. Uno traía el cabello largo, hasta sus hombros, con una playera blanca y una delgada chamarra negra que estaba en el respaldo de su silla. El chico, que después fue presentado como Fernando, era español y estaba en la ciudad desde hacía seis meses y se quedaría hasta final de año.
Siendo sincero, su acento ibérico y su masculinidad europea me sedujeron irremediablemente.
―Eres una perra ―me dijo Max cuando me sorprendió observando intensamente a Fernando e incluso cuando sostuve unos cuantos segundos de más su mano cuando lo saludé.
La velada resultó ser bastante divertida. Los amigos de Max, Fernando y Raúl, eran pareja desde hacía ya cerca de siete años y resultaron ser dos hombres bastante agradables y liberales. Para las dos y la media de la manera, no recuerdo quien de los cuatro propuso una magnífica idea: rentar una habitación de un hotel y juntos contratar un baile privado, para todos, mientras bebíamos y bailábamos.
Por el exceso de copas todos accedimos. Pagamos nuestras cuentas y salimos de ahí en busca de realizar nuestro divertido plan.
El stripper llegó y se fue… todos bebimos, aplaudimos y brindamos a la salud del talentoso muchacho que era de nuestra misma edad ―quizás un par de años menor―; pero entonces nos quedamos solos. Estábamos los cuatro en la habitación, embriagados y algo excitados debido a los sensuales movimientos de Joey, nuestro bailarín estrella.
Después de que me senté en las piernas de Fernando, y me aseguré de que Raúl estuviera lo bastante ocupado con Max, no supe qué sucedió después (o quizás me empeñe en borrarlo de mi mente), solo recuerdo que comenzó a llover. Cerramos las ventanas, corrimos las cortinas y nos dejamos abrazar por la oscuridad y los cuerpos semidesnudos y erectos que estaban ahí dentro.
Horas después, aquél trueno me despertó ya entrada la madrugada, y verme desnudo acostado enseguida de Max me tranquilizó y reconfortó, sin embargo a mi costado derecho estaba el cuerpo tibio y firme de Fernando, y Raúl se bañaba en la ducha.
Fue un fin de semana interesante… pensé que solamente estaría con Max ―y estaba dispuesto a hacerlo― pero me sorprendí con aquella bienvenida y con esa estupenda fiesta.
Aiden.
2 comentarios:
Hey, me agrado la entrada, ajajaja y el hombre todo paranoico hablando con el perro. Pero en fin, muy buen post y espero que sigas asi, que me estas acostumbrando a lo bueno.
Te amo.
Hola Soy Mario Segura de Panama y el extracto que lei me parecio fabuloso, una historia excitante de 4 en una noche de lluvia...
felicidades
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