Sintió que su nariz se quemaba por dentro y sus
pulmones se congelaban, justo después de arder en llamas. Trató de sacudirse
esa sensación, como frecuentemente lo hacía cuando se transformaba en el hermoso
lobo blanco que era. Espiró varias veces, con fuerza, por su nariz tratando de
sacar lo que fuera que tuviera dentro, pero la sensación persistía y lo siguió
hasta que estuvo dentro del auto y se encaminó hacia la carretera.
El sofocante calor del pantano llegó de nuevo y Justin
dejó de sentir esa extraña presencia, aunque la sensación de desconcierto
persistía, incluso ya en camino. Pensó en eso unas cuantas millas, pero luego se
relajó, encendió otro cigarrillo y avanzó hacia la ciudad, feliz de estar de regreso.
El manto de luces amarillas y con los elevados
edificios del centro de la ciudad, se extendía delante de él y fue entonces cuando
su teléfono celular comenzó a sonar. Sonrió al ver la llamada y contestó con ánimo.
―Por la Luna mamá, ¿me estás rastreando desde que
salí? Apenas voy llegando.
Dirigió su auto por las avenidas de la ciudad hasta
llegar a la calle Saint Ann, y continuó derecho, hasta alcanzar Rue Bourbon. En
el cruce, dio vuelta y subió por la conocida avenida hasta que llegó a un edificio,
con locales, bares y cafés, que abrían hasta altas horas de la noche. Bajó sus
maletas y caminó, cansado pero feliz de estar de regreso, por un estrecho
pasillo hasta las puertas traseras de los locales. Empujó una desvencijada
puerta de madera y ésta cedió, recorrió unos cuantos metros hasta que llegó a una
segunda puerta. Por fin en casa.
Subió las escaleras, hasta la planta de arriba y llegó
a un pequeño departamento que rentaba desde hacía un año. Su arrendadora era
una señora mayor, agradable para mantener una conversación, con temas
interesantes sobre el voodoo y otros
temas de magia (ocasionalmente le entregaba algún artículo que encontrara en
revistas o periódicos, referente a vampiros, además de talismanes y amuletos
contra los seres malignos). Justin no podía decir si ella sabía algo, o
solamente era para mantenerlo interesado; había ocasiones en que podía jurar
que la mujer conocía sus secretos, la magia de la Luna que hervía en su
interior.
―Nunca los dejes entrar criatura. Nunca desees tener a
uno o encontrarte con uno, es la única forma de que se topan en tu camino. Sé
sensato, cuidado con los Hijos de la Noche.
Habían congeniado sumamente bien y Justin disfrutaba
bastante de las oscuras historias que le contaba. Precisamente esa relación fue
lo que le permitió a Justin permanecer más del año en ese departamento, sin
necesidad de cambiarse a cada momento, como la mayoría de sus compañeros de
clases lo hacían.
Entró y encendió las luces. Dejó caer las maletas en
un rincón y caminó hacia la enorme puerta-ventana que estaba del otro lado del
cuarto. Pasó frente su cama, al lado izquierdo, y un pequeño escritorio de
madera con su silla y su lámpara, al lado derecho.
El cuarto se sentía bastante húmedo, un ambiente encerrado
durante todas las vacaciones de verano. Dejar entrar el viento de la ciudad,
aunque no dejaba de ser húmedo, le sentó bastante bien al destartalado cuarto.
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