1. Sueños.
En todo el día había estado pensando en la cantidad de situaciones que me venían sucediendo. Por un momento pensé que todo el universo se había confabulado en mi contra. Sin embargo el ver su rostro, sobre la blanca y gruesa almohada, me hizo pensar que todo era una estupidez.
Después de estar envuelto en una nube de aromas sumamente agradables, salí del baño completamente relajado. Había estado ahí adentro en la bañera aproximadamente una hora. Había estado sumergido en el agua caliente entreteniéndome mientras veía el vapor elevarse desde la superficie. Pasaba mis ojos por las caprichosas formas que hacía ese humo blanco hacia el techo solo para reunirse con una nube grande que rondaba en las alturas. Mientras saltaba observando las gotas que se formaban en las paredes y que descendían arrastrándose hasta el suelo, veía también mis brazos. Mi piel. El tono que envolvía todo mi ser. Era un tono blanquecino pero sabía que era solamente la luz que caía directamente sobre mí. Mi piel es de un tono trigueño. Entre dorado y café. También contemplaba con convicción mis piernas. Comencé por los dedos de mis pies y bajé por los bellos mojados que me cubrían. Seguían incluso dentro del agua, por mis muslos hasta mi entrepierna. Toda mi anatomía me tenía hipnotizado.
Algunas espesas gotas bajaron por mi columna hasta perderse justamente pasando la parte baja de mi espalda. Fue una sensación que atesoré enormemente. Salí al fresco de la pequeña habitación de un motel barato a la orilla de la carretera 548, justo frente a la Bahía de Drayton, a escasos minutos de la frontera con Canadá.
Traía la toalla alrededor de mi cintura y – a pesar que la temperatura del cuarto era aceptable, había estado mucho tiempo dentro del agua caliente – un escalofrío recorrió mi cuerpo. No fue nada grave y me agradó sentir esa caricia y su respectiva reacción de mi cuerpo. Recordé lo que era sentir frío.
Pasé por el pequeño tocador que había a un lado de la televisión y esculqué alguna bolsa todavía con papas fritas, metí un puñado a mi boca y tomé de una lata de coca-cola a medio terminar. Una pequeña dona de chocolate y entonces me decidí por hacerme de nuevo un sándwich antes de meterme a la cama. A pesar que había cenado – sustanciosamente – me estaba muriendo de hambre.
Después de repetir mi cena, todavía con la toalla alrededor de mi cintura, apagué el televisor y miré hacia la cama. En ella dormía la persona de quien me había enamorado completamente. Entre él y yo había una entrega total, sin limitaciones ni restricciones. Como mencioné al inicio, el hecho de tenerlo de frente a mí, descansando sobre su costado derecho, con sus ojos cerrados y su pecho bailando delicadamente al compás de su respiración, fue suficiente para convencerme que todo, todo, estaría bien.
Llevábamos tres días de viaje y estábamos exhaustos. Más él que yo realmente, lo único que yo hacía era tratar de alegrarle el día y hacerle toda esta cuestión más sencilla. No importaba que no lo fuera para mí, lo que realmente me interesaba era aliviar un poco su dolor. El estar recordando todo lo que había pasado me llegó a sofocar. Sentí de pronto que la habitación era demasiado pequeña, y demasiado frágil para contener a una bestia como yo. Respiré hondo, me recargué en una de las paredes y cerré los ojos. Sabía que tenía que controlarme, así que recordé el aroma del bosque. La tierra mojada y cubierta de hojas secas. Mi nariz se sintió como en casa. El mareo pasó y tomé otro puñado de papas fritas.
Caminé hacia el lado vacío de la cama, me paré enseguida de la lámpara y la apagué. Fue como soplar una vela en un pastel de cumpleaños, con deseos y todo. Tenía deseos que había venido cumpliendo y que esa noche también iba a cumplir. Levanté las cobijas, cautelosamente para no llegar a despertarlo, con un golpe de mi corazón en mi pecho me quité la toalla y, completamente desnudo, entré a la cama. El aroma que me envolvió, en ese preciso momento, fue de un hombre agotado, rendido enseguida de mí, completamente a mi merced. Me pareció todo demasiado excitante así que me acerqué un poco más a su cuerpo – que estaba ardiendo por cierto – para poder acariciar su piel. Mis dedos jugaron en el filo de cada uno de sus músculos. Solo lo escuchaba roncar sutilmente. Mi mirada fue directa a su barbilla. Era fuerte, con un acabado perfecto. Mojé mis labios y tragué saliva mientras me enfocaba en su barba que apenas crecía. Era un dios. Era un animal.
Mis dedos jugaron con sus pezones, viajaban libremente del derecho al izquierdo disfrutando libremente del contacto con el bello que crecía en su pecho. Estaba total y profundamente dormido pero no me importó. No me preocupaba la idea que lo fuera a despertar, al contrario quería – y sabía – que siguiera así. Bajé por su abdomen siguiendo un fino pero marcado camino de pelo negro, me entretuve un poco con su ombligo y seguí bajando mi mano.
Cuando llegué a la parte que más me interesaba llegar, no pude contener una pequeña risa de desilusión. Sabía perfectamente que no le gustaba dormir completamente desnudo. Entonces, un poco defraudado, jugué con la tela de su bóxer. Era ajustado y le quedaba muy bien. No podía verlo debajo de las cobijas, pero sabía perfectamente la figura que tomaba la prenda negra y sutil al tacto, alrededor de su pierna. El cambio de textura, de la tela ajustada a la piel caliente de su pierna, tomando en cuenta el cosquilleo de sus finos bellos, me hizo temblar de placer. Tuve que luchar contra todas mis fuerzas para lograr reprimir un aullido ahí mismo en esa habitación.
Cuando al fin logré tranquilizarme un poco, y ya recostado en mi lado respectivo de la cama, comencé a recordar todo lo que me había sucedido en tan pocos años – hablando en sentido figurado. Había pasado mi cumpleaños más reciente, peleando. Cumplí veintitrés años en medio de una pelea brutal y ensangrentada. Tomando como referencia ese incidente, puedo relatar lo que me ha venido sucediendo en toda mi vida, hacia atrás. Pero comencé a recordar cuando todo había comenzado. Cuando mis sueños se transformaron en pesadillas, y cuando mi cuerpo empezó a cambiar – a lo que yo suponía, debía ser una bestia.
Cuando cumplí ocho años yo vivía en el desierto de Nevada. Una casa rodante era nuestro hogar, el mío y el de mi padre. Armando. A los ocho años de edad, comenzó el cambio en mi vida – hablando literalmente.
El calor que me abrazaba y el aroma a seducción que crecía en mi espalda, permitieron que por primera vez en muchos años, simplemente me calmara y pensara en todas las situaciones que me habían ocurrido, no como un espectador, sino como un actor.
Esa noche comencé a recordar todo.
2 comentarios:
Hey, espero la continuacion de esta historia. Te quedo padre el intro.
See ya ;)
Y aparte que se trata de unos amigos conocidos :D
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