3. Por fin un hogar.
A la mañana siguiente desperté gritando y con lágrimas en mis ojos. Estaba temblando y no me di cuenta, que había roto la sábana blanca de la cama por las garras que estaban donde se suponía debían de haber manos. Axel estaba a mi lado tratando de calmarme. Me decía que todo iba a estar bien, que había sido solo una pesadilla.
—Tranquilo hermoso. Tranquilo… ya pasó. Ya pasó.
Su voz me dejaba un sentimiento de paz en mí. Me di cuenta que estaba demasiado tenso así que me relajé y respiré hondo. Después me permití el placer de mirarlo directamente a sus ojos. Me perdí en el color miel que resaltaba perfectamente enmarcado por su cabello que llegaba a acariciar sus hombros desnudos. Tomó mi cara entre sus manos y me miró fijamente.
—Estabas soñando— me dijo.
—Lo siento… estaba… soñé con-
—Otra vez— su tono era de preocupación. Ya habían pasado varias noches en que soñaba con la muerte de nuestra familia. Con los miembros de la familia a la que había llegado después de huir de Las Vegas, hacía tantos años. —¿Fue lo de siempre?— preguntó acomodándose frente a mí. Ya tenía tiempo que él se había levantado porque traía puesto un pantalón de mezclilla roto en una de las rodillas. Me encantaba verlo de esa manera. Ver su prenda con el cinto negro en contraste con su piel dorada y sus músculos trazados a la perfección por la pluma de la lujuria, era el espectáculo más imponente que haya apreciado, y vaya, cabe mencionar que he visto muchas cosas maravillosas.
—Sí. Todo igual. Axel, no tenemos tiempo que perder— dije con determinación, y con miedo.
Ese día salimos del motel y retomamos el camino hacia Alaska. Debíamos encontrar a la manada del territorio del norte. Era de suma importancia que habláramos con ellos y los convenciéramos que regresaran con nosotros. De lo contrario, nuestra familia y nuestra manada estarían en problemas.
Tuvimos que deshacernos del auto antes de salir del país. Teníamos que cruzar sobre nuestras cuatro patas.
Algo que disfrutaba con todas mis fuerzas, algo que gozaba con mi corazón y mi alma, era transformarme. Me encantaba correr en forma de lobo, utilizar los espejos de los ríos y ver mi pelaje blanco con negro reluciendo bajo la luz de la luna. Me gustaba escuchar las pisadas de mis patas al aferrarme al piso. Oler el bosque era un delirio para mí. Sentir como se tensaban mis músculos al correr era un sentimiento magnífico, pero hacerlo todo eso al lado de Axel, era un sentimiento orgásmico.
En esos lugares era sumamente fácil perderse entre los senderos de los bosques. Axel y yo caminamos hacia el este de la autopista y en un punto, después de asegurarnos que no nos estaban siguiendo, Axel giró sobre sí mismo – él iba delante de mí – y comenzó a quitarse la camisa. Después de luchar contra mis instintos de saltarle encima y empezar a besarlo, hice lo mismo.
—¿Puedes concentrarte cachorro?— Me excitaba de sobremanera que me llamara así.
Me quité la camisa y el pantalón. Dejamos toda nuestra ropa regada por todos los lugares posibles, incluso enterramos algunas cosas, como nuestros tenis y botas.
Dejé entonces salir ese fuego delicioso desde mi pecho. Respiré hondo y percibí cada aroma del bosque. Todo lo que me rodeaba, las hojas, los árboles, el cuerpo de Axel. Todos los aromas estaban acariciando mi nariz. Cerré los ojos y un súbito mareo me envolvió, pero fue delicioso el experimentarlo. Cuando abrí de nuevo mis ojos sabía que había empezado a cambiar. Estaba arrodillado frente a un enorme pino. De mis manos salía un pelaje sedoso – que no duraría mucho así por el contacto con la tierra, claro – mis dedos eran garras y mis manos patas poderosas y firmes. Aunque veía todo en escala de grises, me parecía sumamente emocionante, hermoso y excitante cada vez que me transformaba. No podía verlos, pero sabía que mis ojos no eran los mismos. Para ese momento de la transformación el color de mis ojos era de un gris azulado. Pasé mi lengua por todo mi hocico y sentí los afilados colmillos. El oído se hizo más potente y supe que había excursionistas cerca de nosotros. No tanto como para sentirnos amenazados, pero estaban cerca.
Cuando me recuperé por las sensaciones que acababa de experimentar, observé a mí alrededor. Axel estaba un poco más arriba que yo en la montaña. De pie sobre una piedra grande, estaba aguardando pacientemente. Aún me perdía en mis propios sentimientos, Axel tenía más control sobre sí mismo, tal vez debido a la edad, pero me tenía una paciencia envidiable cada vez que nos convertíamos. En cada ocasión me empeñaba en sentir y aprovechar todo lo que fuera posible. Todo lo que estuviera a mi alcance. Lo mismo sucedía cuando Axel y yo nos encontrábamos solos, en algún momento íntimo.
Corrimos por la montaña hacia Canadá. No nos separamos mucho de la costa y continuamos hacia el norte. Francamente recorreríamos más distancia de esa forma que en automóvil. Al menos en las montañas no hay límites de velocidad. Mientras Axel y yo corríamos hacia el norte, en busca de ayuda, seguí recordando lo que me había llevado a conocerlo. Apenas éramos unos niños. Él tenía diez.
* * * *
Cuando recobré la conciencia lo primero que sentí fue un cambio de temperatura. Ya no estaba haciendo calor. Al contrario, estaba haciendo un poco de frío y el ambiente no era seco. Estaba húmedo. Desperté con el sonido de un camión de carga que pasaba a lo largo de una pequeña y escondida autopista. No sabía en dónde estaba, pero sí sabía que me moría de miedo. Me dolía todo el cuerpo. Intenté ponerme de pie pero mis brazos no me pudieron sostener. Después de unos minutos, intenté incorporarme de nuevo esta vez, sentándome primero e impulsándome con mis piernas. Fue entonces cuando me di cuenta que mi playera estaba muy grande, tenía el cuello roto y estaba muy sucia. Mi pantalón estaba rasgado de la pierna derecha y la izquierda prácticamente no estaba ahí. Mis piernas blancas llamaban mucho la atención. Claro, debí suponer que un niño de ocho años a la orilla de la carretera – fuera cual fuera su estado – no sería una visión sumamente común para los conductores.
Intenté esconderme para evitar llamar la atención de los automovilistas pero no lo logré. Mientras caminaba por entre piedras y pequeños pinos, un auto sonó el claxon y me hizo voltear, pisé entonces una rama y caí al suelo. Recuerdo que me golpeé la cabeza con una piedra, recuerdo el dolor y un calor agradable que estaba bajando por mi sien hacia mi mejilla.
Desperté con el agradable calor de un fuego que estaba envolviendo toda la habitación en la que me encontraba y que salía de una chimenea de piedra enseguida de mi cama. Al querer levantarme súbitamente, tuve un dolor cegador que hizo me retorciera y gimiera en mi almohada. Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas y fue cuando al otro lado del cuarto se abrió una puerta y entró una bella mujer. Por poco pensaba que era mi madre, pero pronto me di cuenta que mis ojos me estaban jugando una cruel broma.
—¿Cómo te sientes pequeño?— me preguntó la mujer, quién pronto supe se llamaba Amy. Tenía un tono sutil e hipnotizador. Hizo que me calmara casi al instante. Más aún, cuando se sentó enseguida de mí y tomó un trapo con agua caliente y lo colocó en mi frente, cerré mis ojos y todo mi dolor desapareció, como si jamás hubiera existido. Como si hubiera nacido para estar en ese lugar. —Tienes suerte pequeño. Si Oly no te hubiera visto en la carretera… ¿qué hacías ahí? ¿Recuerdas algo?
La verdad es que no recordaba nada. Cuando intenté contestar, comencé a llorar.
—Shhh, tranquilo pequeño, no es tan malo. Estas a salvo. Nada te va a poder lastimar—. En ese momento no supe a qué se estaba refiriendo – y no le tomé importancia – pero ahora que lo pienso, Amy sabía perfectamente de qué estaba hablando. —Eres parte de nuestra familia ahora. Todo va a estar bien pequeño. Pronto, ese se volvió mi nombre. Pequeño.
—Me llamo Jordan— le dije entre lágrimas, Amy sonrió y siguió limpiando mi rostro.
—Aún así, eres mi Pequeño.
Cuando tuve la fuerza suficiente para poder levantarme de la cama, salí de la habitación y comencé a caminar por un largo pasillo. La casa era de madera, tenía alfombras, tapetes, cuadros colgados de las paredes, lámparas. Era muy lujosa, bueno en comparación con el tráiler donde vivía era muy lujosa. Era una casa de campo, no tenía lujos excesivos pero para mí, en ese momento, me pareció un palacio. Caminé y pasé enseguida de unas puertas que estaban cerradas. Después llegué a una que estaba entreabierta. Empujé la puerta y encontré a un anciano en su mecedora frente a la chimenea y a un niño de ojos color miel y cabello café – aunque con el fuego parecía más bien color cobre – que estaba sentado sobre un tapete circular. Los dos voltearon a la puerta y me lanzaron una amistosa sonrisa.
—Pasa Pequeño— dijo el anciano bajando un poco un libro que tenía frente a él. —¿Cómo te sientes?— preguntó.
—Bien, un poco… débil— contesté. —y tengo mucha hambre.
El otro niño y el anciano se rieron discretamente, pero no le vi nada de gracioso, mi estómago me estaba matando. Estaba gruñendo desde que me había levantado de mi cama.
—¿Por qué no bajan a comer algo – dijo el anciano volteando a vernos a ambos, después se dirigió solamente al chico sentado frente a él en el suelo – después terminaremos la historia, ¿te parece?
—Sí abuelo. El chico se levantó y caminó hacia donde me encontraba yo. Se detuvo frente a mí – era un poco más alto que yo, pero no mucho. No podía quitarle los ojos de encima. Había algo en él… no sabía qué pero había algo. —Soy Axel. Mucho gusto.
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