El pequeño sátiro dijo
su nombre para presentarse y la criatura respondió.
—Mi nombre es Blaue,
hijo de Tritón, hijo de Poseidón.
¿Poseidón? Pensó Nahn, no lo podía creer. No
era hijo de Zeus, sino su sobrino; descendiente del dios de los mares. ¿Pero,
qué hacía ahí?
Nahn sabía de otras
criaturas que habitaban la tierra, pero no podía ubicar a la que tenía frente a
sus ojos; naturalmente, ellos poblaban las profundidades de los mares, en los
terrenos de Ogenus. Le pareció que era una criatura demasiado formal, no era
como él o sus hermanos, que siempre hablaban con tonos de burla; incluso sus
hermanos mayores, que, aunque inmiscuidos en asuntos más formales de Dionisio,
tenían tiempo para juegos y bromas. Le pareció divertido, aquél saludo tan
propio.
—¿Qué haces a la orilla
del río? —Preguntó el sátiro mientras sacaba una de sus patas del agua y se
apoyaba en la tierra mojada de la orilla, para inclinarse sobre la misteriosa
criatura— estás herido, parece grave.
El tono de broma y burla
del sátiro molestó a Blaue. No era que estuviera ahí por voluntad propia, no
podía recordar cómo regresar a casa y no sabía qué había pasado o cómo había
terminado en ese lugar. No recordaba aquellos bosques.
«Debemos curarte
—prosiguió Nahn, mientras se acercaba más hacia el costado lastimado de la
criatura—, quizás las ninfas puedan ayudar, pero será difícil convencerlas de
que salgan y no quieran jugar. Siempre que mis hermanos y yo queremos bailar
con ellas, se esconden de nosotros. Quizás ellas sepan cómo curarte.
Blaue no entendía de qué
hablaba aquél ser.
«¿De dónde vienes? ¿A
dónde vas? —Nahn guardó silencio mientras observaba directamente a los ojos de
aquél ser. Eran ojos azules, hermosos, profundos; percibió un ligero movimiento
en ellos, no en sus ojos sino en el color, le recordó a las olas del mar, que
se alzaban y rompían en la costa, contra las rocas o sobre la arena—. ¿Qué
eres?
El tono juguetón del
pequeño sátiro ya se había desvanecido y en su lugar surgieron palabras bañadas
en interés y asombro.
—Soy Blaue, hijo de
Tritón, hijo de Poseidón. Soy un wassergeist, un espíritu del mar.
Nahn, de inmediato, quedó
embelesado con los profundos ojos de Blaue. Sentía una tranquilidad inexplicable
con tan solo mirarlos, un estado de calma, reconfortante. Le sonrió dulcemente
y entonces sintió que debía distraerse con algo más. Necesitaba observar algo
más.
El cuerpo del ser
mostraba pequeñas escamas, como las de los peces que veía en los estanques o
los que intentaba atrapar cuando jugaba en los ríos.
Entonces se arrodilló a
su lado y observó la herida. La planta de
sanación debe funcionar. Aunque jamás la he usado en una criatura como ésta. Los
pensamientos de Nahn brincaban desbocados, de la planta mágica al hermoso
cuerpo del espíritu que tenía a su lado. De las características medicinales que
podrían ayudarlo, a los hombros y brazos que tenía a su alcance, a la cintura
que apenas alcanzaba a salir del agua, con las líneas de sus músculos definidas
y el hermoso brillo azulado que mostraba su cuerpo cuando se iluminaba por los
rayos de Apolo.
Nahn pegó un brinco
hacia el pasto, fuera del río, y caminó con la cabeza baja. Se adentró un poco
al bosque y en su camino se encontró con Fayrè, una ninfa.
En cuando la vio, le
pidió que no se escondiera, no estaba ahí para jugar, quería ayudar a un ser
que necesitaba de él. La ninfa, temerosa, convertida ya en un hermoso rosal, abrió
sus ojos y se aventuró a hablar con el sátiro. Habló sin decir una palabra,
Nahn escuchó la dulce voz de Fayrè dentro de su mente.
—No
es amigo o criatura en la que puedas confiar —le dijo con franqueza.
Nahn sabía que las
ninfas jamás mentían.
—¿Por qué lo dices? He
hablado con él y no tiene malas intenciones. Está herido, necesita ayuda. No
recuerda cómo regresar a casa. Es hijo de Tritón, hijo de Poseidón. Debemos
ayudarlo.
—Su
propia naturaleza te habrá de lastimar. Cuando cures las heridas de la piel, tu
corazón sangrará.
—Por favor, ayúdame a
encontrar con lo que lo pueda curar.
Fayrè entonces dejó caer
un pétalo rojo al pasto, donde éste cayó, creció en su lugar una pequeña
planta, de hojas verdes, largas y un poco anchas. El sátiro sonrió y la tomó
con cuidado. Antes de regresar al río,
prometió regresar a jugar con ella.
Cuando Nahn regresó a la
ribera, encontró a Blaue ya fuera del río, tirado sobre el pasto verde, solo
que su cola había desaparecido. Aquella hermosa cola con aletas, de tonos azul,
rojo y violeta, ya no estaba y en su lugar se mostraba un par de piernas, con
pies y dedos. Igual que un hijo de Zeus.
—¿Blaue? —Preguntó Nahn,
temeroso que no se tratara de la misma criatura, sino que fuera un humano—, esto
te podrá ayudar.
El rostro era el mismo
que había visto, la herida estaba en el mismo lugar y sus ojos eran
imposiblemente hermosos, igual que hacía unos momentos; lo único diferente, eran
esas dos piernas que estaban en lugar de la cola. Tampoco las escamas estaban
en la piel de aquél hombre.
Estaba tirado sobre el
suelo con hojas y tierra adheridas a su cuerpo; Nahn se percató de que de su herida
brotaba más sangre. Necesita estar en el
agua, pensó de inmediato el sátiro, al tiempo que se agachaba para moler
las hojas y untarlas en el cuerpo. Espero
que funcione.
La magia de las ninfas
jamás falla. Funciona perfectamente con cualquier criatura, creación de los
dioses, y, finalmente, Blaue era hijo de dioses.
Una sensación de calidez
se extendió por la parte lastimada del cuerpo de Blaue, entonces abrió los ojos
y suspiró profundamente. Su cuerpo volvía a ser perfecto.
—Te agradezco —le dijo
con esa gran reverencia que tenía al hablar—, me has curado, pero aún necesito
de tu ayuda. No recuerdo cómo llegar a casa. Debo regresar con mi padre y mis
hermanos y hermanas.
—¿Te puedes levantar?
¿Puedes caminar? No soy lo suficientemente fuerte para cargarte sobre mis
hombros, aunque quizás uno de mis hermanos mayores lo pueda hacer.
—No, debemos irnos ya.
Puedo caminar, siempre y cuando no me aparte mucho del río. Necesito estar
cerca del agua.
Nahn había escuchado
algunos cantos de las ninfas, que cuentan que todos los ríos de la tierra se
juntan con Ogenus, con el padre. Así que Nahn permitió que Blaue se apoyara
sobre él y juntos caminaron al lado del río.
El bosque se extendía a
su lado, así que en ocasiones Nahn alcanzaba a ver unas cuantas ninfas que se
escondían de él y del extraño que lo acompañaba. Caminaron juntos, hasta que alcanzaron
a escuchar el suave sonido de las olas en la playa. Como los ojos de Blaue, pensó el sátiro, mientras sonreía en sus
adentros.
El rostro de Blaue se
iluminó cuando alcanzaron la playa. Pero Nahn permaneció oculto detrás de los
árboles. Jamás había salido el bosque; en efecto, que él recordara, ni siquiera
sus hermanos se aventuraban a pisar otras tierras. No sabía qué hacer, así que
permaneció debajo de un enorme pino. Blaue detuvo su andar y giró, lo observó
detenidamente y regresó hasta donde el sátiro se encontraba.
—Me encuentro
eternamente agradecido contigo.
El azul de los ojos de
Blaue estaba más encendido que antes; se veían vivos, y el movimiento del color
era igual que el del mar. Su piel entonces empezó a brillar de nuevo, pequeñas
escamas nacían sobre su piel; su sonrisa hechizó para siempre el pequeño
corazón de Nahn, quien aquel mismo día, ante el espíritu del mar, prometió
regresar todos los días a ese lugar, para estar cerca de él.
Blaue pasó sus manos por
los rizos de Nahn, descubrió sus pequeños cuernos y los tocó con delicadeza,
con la delicadeza de la espuma de las olas sobre la arena. El sátiro sonrió y
estiró sus delgados brazos para abrazar a Blaue, quien lo elevó fuertemente,
envuelto en sus gruesos brazos. La piel del ser era la misma del mar, sal y
viento, con la fuerza de Apolo.
Besó los labios del
pequeño sátiro y lo colocó de nuevo sobre el suelo.
Nahn permaneció en aquél
lugar, mientras observaba a Blaue entrar al enorme océano, hasta que el agua
llegaba a su cintura, entonces supo que de seguro la hermosa cola de pez estaba
de nuevo en lugar de las poderosas piernas del hombre. El espíritu del mar se
volvió y extendió sus brazos sobre su cabeza, en señal de despedida y
agradecimiento con la pequeña criatura del bosque que lo ayudó a encontrar su
camino de regreso a su hogar.
Nahn se sentó a la
sombra de aquél pino y comenzó a tocar su siringa, con alegría en su corazón.