Durante esos segundos, infinitos,
eternos, sus manos representaban enteramente el mundo que yo conocía.
Todo el dolor,
la alegría, las risas y los momentos de desesperación, se acumularon en ellas
para acariciar mi piel desnuda. Uno a uno, me brindaban nuevas sensaciones,
deliciosas sensaciones; cada uno, con una presión diferente y en un centímetro
distinto de mi cuerpo.
Sus manos me
hicieron el amor. Aliviaron mis penas y saciaron mi sed, con experticia y
mágica determinación; se posaron en mis glúteos y muslos, en mi espalda, en mi
boca. Hablaron, sonrieron y gimieron igual que yo; sus manos fueron mi salvación
aquella noche... y todas las demás que le siguieron.
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