Hacía tiempo
que deseaba tenerlo de esa manera; ya eran varios días en los que el deseo crecía
en mi interior, deseaba desesperadamente observarlo dormir en mi cama, a mi
lado.
Una noche de
invierno, por fin sucedió.
Llegamos a mi
hogar —sabía que no habría nadie ahí, mis padres llevaban una semana fuera de
la ciudad—, entramos y encendí la calefacción de la casa, tomé su gruesa
chamarra y junto con la mía las dejé caer sobre uno de los sillones de la sala.
Caminamos
juntos, tomados de las manos, hacia mi habitación; para cuando entramos, tenía
sus brazos alrededor de mi cintura y besaba lentamente mi cuello. Me detuve y
giré, estaba frente a mí, sus ojos me observaban con atención y de sus labios
salían unas palabras apenas audibles. Con mis manos acariciando su espalda, lo
besé.
Él también
me besó, lentamente, sin prisa alguna.
Sin
separarnos, llegamos a la cama y me dejo caer en ella, se colocó sobre mí, al
tiempo en que introducía sus manos por debajo de mi ropa y sentía mi piel. Comenzó
a desnudarme de una forma paciente, pausada, para saborear cada momento que
pasaba.
Conforme las
horas pasaban, la intensidad de nuestras caricias aumentaba; nos encontrábamos
desnudos, sintiendo la piel del otro, bajo el mismo aire denso de la habitación,
en una casa sola y helada; nos embriagamos con dulce sabor del deseo y la
lujuria, en una plena invitación a un pecado tan divino, que parecía enviado
por los mismos dioses.
Me sentía en
la gloria. No acariciaba las manos de los ángeles, ni flotaba en las esponjosas
nubes del cielo; era amado por manos mortales, sedientas de deseo; no flotaba
por el aire sino que reposaba sobre se cuerpo desnudo.
Fui suyo
cuando en el momento en que su cuerpo me reclamó, al elevarme al más delicado
placer. Fui suyo cuando sus manos recorrieron mi cuerpo con avaricia y un dulce
sentido de propiedad; cuando su sexo me hizo entregarme a un mundo de magia, movido
por espíritus del cuerpo y la mente.
El amor nos
unió aún más, el amor que siento por él, el amor de mi cuerpo por el suyo, el
amor que me demostró mientras enfocaba su mirada sedienta sobre la mía,
mientras poseía toda su esencia. El amor que sentimos en forma de expolición;
el recuerdo del brillo en sus ojos y luego los cerró con fuerza, me privó de
ellos por unos segundos, en su rostro se dibujo una expresión de placer deliciosa.
Después de
eso, todo quedó en silencio; nuestros cuerpos temblaban, por fin estaban en
paz.
Me encuentro
a un lado de la cama, no tengo idea de la hora que es, solamente sé que las velas
que tenía encendidas desde un comienzo, están por extinguirse. Él duerme en mi
cama, observarlo detenidamente me resulta tan placentero, tan delicioso, que me
cuesta trabajo siquiera hacerlo en estas líneas.
Comencé a
escribir esta nota y ahora que la concluyo, me doy cuenta que tengo celos; estoy
celoso de los sueños que lo envuelven cada noche, de no ser yo quien lo tomé
todas las noches y lo lleve a lugares maravillosos…
Si lo observo
detenidamente, su imagen será lo último que quede en mi mente, algún día,
cuando la muerte me encuentre.
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