Nuestros labios se reconocieron inmediatamente y debieron sentir un enorme placer al verse completos de nuevo, los míos y los suyos. Su tacto y su fuerza eran precisos; no titubeó, como si supiera exactamente lo que quería y, sobre todo, la manera exacta de conseguirlo.
La habitación estaba oscura, iluminada solamente por unas cuantas luces exteriores, de las de alumbrado público, lo que le daba una característica sumamente agradable y por demás romántica. Sus manos intentaban traspasar mis ropas, lo deseaban con ansia. Querían sentir mi piel y mi calor, y yo anhelaba que lo hiciera. Mientras, los segundos pasaban y se acumulaban en un eterno océano de minutos que pronto llegó a convertirse en un cuarto de hora. Por fin, la espera terminó, o al menos una parte de ella.
Se atrevió a reclamarme con su tacto.
Sus manos recorrieron mi cintura y subieron por mi costado mientras arrancaba a la fuerza besos apasionados y gemidos del más puro placer. De pronto, la habitación pareció aumentar inmediatamente su temperatura. Ahora pequeñas gotas de sudor resbalaban por mi cuello y se perdían o eran consumidas por sus labios, mis manos estaban húmedas al igual que mi entrepierna. El placer comenzaba a convertirse en algo insoportable, una tortura de la más vil naturaleza.
Deseaba gritar en ese momento, quería exigirle que me despojara de esas malditas y molestas ropas, que las lanzara al piso y se deshiciera de su pantalón, que me contemplara con la tranquilidad de una nube pero que me tomara con la ferocidad del viento de alta mar. Quería que me hiciera viajar al mundo de los sentidos y los pensamientos impuros, allá donde no existen reglas y prohibiciones, en donde, si así lo deseo, puedo montar libremente, con mi cuerpo y mi alma desnudas; quería que me llevara de la mano a un reino de placer y de rituales paganos, humanos, mundanos.
Quería que tomara firmemente mi mano y nadáramos contra la corriente en un océano de impulsos sexuales y eróticos. Quería que, con su cuerpo, me proporcionara la más alta sabiduría, la vida eterna y el más lógico de los conocimientos.
Pero realmente la unió de los cuerpos no deja un estado de erudición, sino que atiende a los más primitivos y naturales sentimientos del ser humano que, junto con sus emociones inherentes, forman la mezcla perfecta de amor, lujuria y pasión.
Quería unirme a su cuerpo, quería experimentar el poder de la lanza del cazador que fija su vista sobre la presa, quería ser su presa y su trofeo.
Pero, en lugar de satisfacer esos silenciosos anhelos, me proporcionó otra perspectiva de la maravilla del cuerpo humano. Sobre mis ropas, con caricias y besos, me llevó a descubrir un estanque repleto de pétalos de rosas, como si hubieran deshojado todos los sentimientos y se hubieran esparcido sobre la plácida superficie cristalina.
Todo esto, mientras la incansable música del violín llegaba hasta nuestros oídos, acompañado de nuestro lenguaje de pasión. Todo esto mientras las notas alcanzaban su máximo esplendor en nuestros excitados oídos y encontraban un perfecto lugar para descansar dentro de nuestros alterados corazones.
Toda esta escena, todas estas acciones, mientras el violín tocaba, incansable e inigualable, las melodías más hermosas.
1 comentario:
Bienvenidos AINA y HEFESTIÓN, espero que les agrade este espacio.
Cualquier comentario y opinión al respecto de las publicaciones es bienvenido.
Saludos.
P.D. Recomiendo que visiten el blog de Hefestión, me pareció sumamente bien elaborado y organizado, (Aina, no pude acceder a un blog tuyo, si es que tienes... me gustaría leerte).
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