Es tiempo de soñar.
Llegó la hora de la paz.
Ese momento del sumamente acelerado, caótico, problemático e intolerante día, en el que me encuentro por fin tranquilo y relajado, descansando sobre la cama de mi habitación. Cuando estoy envuelto por las frescas sábanas azules o las gruesas cobijas de invierno, mientras del otro lado de mi ventana cae una deliciosa lluvia de una noche veraniega, o alguna tormenta de nieve en los crudos inviernos, o cuando las estrellas y la luna iluminan el patio trasero.
Llegó la hora y cierro los ojos.
Es tiempo de soñar, pienso en silencio mientras permito que mi cuerpo elimine todo el venenoso cansancio, a través de cada poro de mi piel, y recupere su fuerza agotada, pero jamás perdida.
El momento ya está aquí, y es cuando decididamente me apoyo sobre mi almohada y recuerdo las cosas que hice durante este día. Las manos que estreché, los abrazos que di y sobre todo recuerdo todos tus besos que tan alegremente recibí.
Soñaré, en este momento, con tus manos. Con tus labios. Con tus ojos. Con tu sonrisa. Soñaré con la delicadeza tan superior con la que hicimos el amor, soñaré con la felicidad que me provoca estar a tu lado, ambos desnudos mientras nos recuperamos de la devastadora sensación orgásmica que invadió nuestros cuerpos.
Soñaré con tus palabras, con tus gemidos y mis expresiones de deseo inagotable. Soñaré con tus movimientos y con la delicia física del placer, impulsada por cada latido de mi corazón. Soñaré en cómo sostuviste mi mano mientras me acompañabas hacia la puerta de tu casa, soñaré en ese último abrazo del día, y en tu mirada penetrante.
Es tiempo de soñar… y hoy, soñaré contigo.
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