El chico despertó aquella noche con una sensación que lo había atormentado en sus sueños.
En su pecho había unas cuantas gotas de sudor, producto del miedo y la desesperación de aquella terrible pesadilla.
Sus ojos estaban inundados de lágrimas, sus manos temblaban mientras intentaba convencerse que todo había sido sólo eso: una terrible pesadilla.
No podía tranquilizarse y la oscuridad de la habitación, reconfortante en otras ocasiones, parecía que se volvió contra suya y ahora lo sofocaba de una manera que resultaba insoportable.
El silencio ahí dentro, la oscuridad y el viento que chocaba contra la ventana cerrada, hacía que todo lo que soñó pareciera verdadero. Parecía que las figuras, los gritos y el llanto eran reales.
Sintió entonces el cálido tacto de un cuerpo conocido a su lado. Percibió los latidos de aquél maravilloso corazón que le gritaba te amo con cada latido que daba. Respiró profundamente y entonces cayó en la cuenta: todo fue un sueño. Nada más.
Se inclinó un poco sobre el cuerpo de su amado y percibió la paz y tranquilidad de su profundo sueño. Percibió la serenidad que irradiaba su cuerpo, se acercó un poco más a él y besó el hombro desnudo que sobresalía de la cobija de la cama.
Acarició su piel. Su cuello y su hombro, con tranquilidad y sin prisa. Acarició la suave piel y el gemido -casi inaudible- le aseguró que todo estaría bien... mientras siguiera a su lado.
Le aseguró que todo había sido sólo eso: una terrible pesadilla.
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