La naturaleza le llamaba. El bosque lo esperaba para demostrarle sus grandes poderes y hacerlo testigo del incomparable poder y de aquella mágia mística que dormía entre sus senderos desde hacía ya siglos.
Cuando el pequeño cachorro encontró el camino que lo llevaría a descubrir la verdad, se quitó sus ropas humanas (y mundanas) y caminó en armonía con todo lo que le rodeaba... cuando el pequeño cachorro se acercó más y más a su destino sintió una emoción incontrolable dentro de su pecho. Sólo entonces lo entendió: su destino era estar ahí, solo o acompañado, eso no importaba, pero debía estar ahí.
Cuando el pequeño cachorro se adentró más en su destino fue descubriendo su verdadera identidad. Caminó por el sendero, flanqueado por enormes pinos y espesos arbustos. Caminó con la frente en alto hasta que pudo olfatear la humedad con mayor intensidad. Llegó al Lago de los Misterios. La fuente de sus poderes y el origen de su mágia.
Cuando el pequeño cachorro llegó a la orilla, se arrodilló en un acto de humildad y esperó hasta que fue digno de tocar la superficie cristalina del agua... extendió su mano y dejó que la mágia y el poder subieran por su brazo, hasta que llegaron a su corazón.
Sólo entonces, el pequeño cachorro levantó la vista y vio que el paisaje perdió su verde brilloso, en lugar de eso se enamoró de los tonos grises, algunos más oscuros y otros más claros, que cubrían toda su visión. Sonrió ante esta hermosa vista.
Bajó su cabeza y se vio reflejado en la inquieta superficie del lago mágico, el Lago de los Misterios.
Sus ojos eran azules, siempre lo fueron, pero tenían algo diferente... algo especial.
El pequeño cachorro, entonces lo comprendió, tenía todo un camino delante de él... y debía seguirlo, solo o acompañado, debía recorrerlo...
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