Esperé noche y día a que llegaran sus dedos y dibujaran en mi piel aquellas maravillas de ese universo de pasión en el que nos escapamos todas las noches a nadar en estanques negros y profundos.
Esperé a que sus labios me contaran los más íntimos secretos e inventaran historias mágicas, como la de aquél espejo que reflejó el incansable brillo de las estrellas y la luna.
Aguardé a que su cuerpo gritara de deseo y me pidiera que lo calentara, para luchar contra el viento helado de la noche invernal y el aliento del hielo.
Su piel estaba helada pero sus manos ardían de pasión y deseo. Sus ojos estaban llenos de energía y me veían con profundo amor.
Sus piernas eran firmes y sus brazos me envolvieron para protegerme de todo mal.
de su pecho brotaban vellos negros que camuflaban su verdadera naturaleza... su naturaleza celestial.
Pasé mis manos por su cadera, acaricié sus glúteos. Toqué sus brazos y abrazé sus esperanzas con aquellos cálidos besos.
Enredé mis dedos en su cabello y bebí de su sudor. Pero fue su espalda, lo que verdad me sorprendió. De ella, blanca y firme, comenzaron a desplegarse un par de alas que coronaron su figura y enmarcaron perfectamente la unión del hombre y el ángel.
La perfecta comunidad y comunión de lo divino y lo mundano... ángel y hombre se entrelazaron en un profundo beso, y en un indecible gemido de placer divino y humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario