Hace tiempo publiqué una entrada con este mismo nombre.
De hecho fueron tres entradas en las que publiqué la historia de Andrés.
Es un cuento corto que trata de la obsesión de un pequeño que comienza a los once años cuando casualmente observa a su vecino a través de su ventana.
El vecino desaparece unos cuantos años para después regresar a entregarle a Andrés una de las experiencias más significativas de su vida.
Como lo dije hace unos días, edité de nuevo la historia y cambié el final de la historia original.
Les dejo un fragmento del final del último capítulo. Espero que les guste.
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Ventana
Observa
el mundo, contempla la vida.
Abre
la ventana a la realidad y a la fantasía,
abre
la ventana al amor.
A
la compañía, a la alegría, al llanto.
A.
Rubio
Capítulo 3
[...]
La
luz de la luna, completamente llena, iluminaba perfectamente la habitación y
lanzaba un delicioso brillo sobre la piel de Andrés. En su cuerpo se dibujaban
unas franjas plateadas que pertenecían a aquel enorme astro, maravilloso
embajador nocturno que es capaz, incluso, de visitar a quien se lo permita en
la intimidad de las habitaciones; con compañía o sin ésta, la luna siempre
estaba ahí.
Tomó
de un pequeño mueble lleno de cuadernos y papeles, un libro que prácticamente
había olvidado tenía ahí. Acarició su portada gastada, percibió el aroma de sus
hojas. Lo abrazó contra su pecho como se hiciera con la posesión más sagrada y
preciosa que se tuviera.
Entonces
recordó el sueño que tuvo.
En
su mente estaba Mauricio. Tocaba su cuerpo, mordía sus brazos, besaba sus
labios y lamía su cuello.
Lo
tomaba de las piernas, lo sujetaba de la cadera. Volvía a besar sus labios.
Mordisqueaba sus lóbulos. Jugaba con sus pezones. En sueños le susurraba las
cosas más deliciosas mientras lo tomaba con fuerza de la cintura y se adentraba
en él.
Andrés
abrazó con más fuerza el libro “The
Howling” que tomó antes de que saliera de la casa de Mauricio. Lo sujetó
para aferrarse a la evidencia de que todo había sido real, no un sueño.
Cerró
sus ojos y recordó nuevamente las imágenes que aún seguían vivas en su mente.
Sus piernas envolvieron la cintura de Mauricio, sus gemidos y gritos se
quedaron ahogados en su garganta. Sus ojos estaban cerrados y su rostro ardía
con la pasión de las caricias.
La
maravilla del contacto.
En
silencio, dentro de su mente, Andrés hizo el mayor juramento de toda su vida;
en un futuro, quizás, juraría amor eterno a alguien con quien fuera a compartir
el resto de sus días, hasta que la muerte llegara. Pero nada sería más poderoso
que aquella muestra de devoción que realizó ante todos los dioses y todas las
estrellas.
Le
juró a la luna, por todo lo puro y mágico del mundo, por todas las hadas y los
duendes, por todas las hermosas criaturas de la noche; juró que jamás sacaría
de su mente a Mauricio. El recuerdo de Mauricio quedaría intacto, colocado en
un pedestal, dentro de la mente de Andrés.
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