Son
las 00:15 horas del lunes veintiséis de diciembre, justo estoy sentado en la
sala de mi casa, frente al árbol de Navidad, con sus lucecillas encendidas, con
una taza de té a mi lado y debo decir que mi intención era continuar con la
historia que comencé a escribir hace ya algunos meses. Le Marais es la historia de un chico que trabaja en las calles de
cierta ciudad desconocida, cuyo nombre no plasmo en sus párrafos, y que
aprendió el arte de la prostitución en París, Francia.
Así
pues, la noche antes de que deba regresar a casa, resignado decide bajar a
tomar algunas cervezas en un bar local. Dentro, conoce a cierto personaje que
cambiará su vida para siempre.
Jean-Luc,
el excéntrico y casi andrógino sujeto que está sentado frente a la barra
resulta ser un exquisito francés que se dedica a brindar compañía sexual a
quienes lleguen a solicitarlo. Sin embargo hay algo sumamente peculiar y
cautivador en Jean-Luc, que es precisamente lo que engancha a nuestro joven protagonista:
su exclusividad en el mundo de la prostitución.
Es
egresado de una de las universidades de París donde estudió arte y filosofía.
Sus clientes varían en cuanto a profesiones y van desde altos miembros de la
iglesia hasta importantes políticos locales y de la Unión Europea. No acepta
las invitaciones de aquellos que solamente quieren unas cuantas horas de
contacto carnal, sino que también Jean-Luc toma algo de sus clientes: la
cultura, la información, el poder de alcanzar las más elevadas esferas de las
clases sociales que hacen girar este mundo.
Entonces,
después de aprender de Jean-Luc —y después de su inevitable muerte—, el
personaje principal regresa a casa a traer el legado que su mentor le dejó: el
arte de la prostitución.
No
se considera un prostituto cualquiera, es más que eso, es portador de compañía,
de comprensión y consuelo. Es oídos, ojos, labios y cuerpo, según las
necesidades de su cliente.
En
una determinada noche, en la esquina donde siempre se le veía, se acerca cierto
sujeto que lo invita al complejo de departamentos más lujosos de la ciudad. El muchacho
acepta y acompaña a su nuevo cliente hasta lo alto de una de las torres. Dentro,
descubrirá que este cliente en particular no desea alocadas experiencias
sexuales y dar rienda suelta a sus fantasías enfermas y retorcidas, sino que
simplemente desea hablar.
Pasan
días, semanas y meses y simplemente lo contrata para hablar. Quiere que le
cuente cómo fue su vida en París, quiere saber cómo aprendió todo lo que sabe y
quién fue la criatura tan culta y docta en temas tan interesantes como el arte,
la filosofía o la política. Desea saber qué clientes tuvo, qué lugares conoció.
En fin, desea que le cuente la aventura de su vida que comenzó a los diecisiete
años.
En
resumidas cuentas —muy resumidas—, de esto se trata esta nueva novela que
quiero realizar, pero hoy… veintiséis de diciembre a las 00:30 horas, me
resulta endemoniadamente imposible poder escribir párrafos enteros y
coherentes.
Quiero
encontrar la inspiración y avanzar con esta historia… pero no puedo
encontrarla, parece que esta noche no podré trabajar en esto.
Espero
continuar pronto con el desarrollo de esta historia.
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