Ya
era costumbre en la colonia que para las diez de la noche, los jóvenes mayores
—quienes escapaban ya de la adolescencia mas no eran propiamente novatos en la
universidad— se juntaban en las canchas que había en el parque, a jugar fútbol,
unas dos horas.
Era
el momento perfecto pues ya no había tantas personas alrededor; ya no había
personas que caminaran alrededor, salvo unos cuantos que, como aquellos jóvenes,
disfrutaban del fresco de la noche y preferían aquellas horas para salir a
pasear a los perros o convivir con la pareja, aunque eran los menos.
Se
adueñaban de los enormes rectángulos de cemento, con las estructuras blancas de
tubos y sin redes, ya de noche; para cuando los niños ya no gritaban o corrían
por todos lados, seguramente atravesándose entre los diez jugadores que se moverían
de un extremo de la plancha al otro; o cuando las parejas de adolescentes —las
menos fastidiosas— ya no se perdieran entre los árboles y el pasto crecido de
una de las esquinas del parque; para cuando pudieran maldecir y gritar todo
tipo de ofensas (siempre incitados y alentados por la euforia del juego y esa
compañía, cargada de testosterona) los unos a los otros, sin que familiares o
mujeres humildes de faldas largas, con costosas cadenas de oro e impresionantes
crucifijos incrustados de diamantes, los voltearan a ver con esa mirada
inquisidora y censuradora (con una santa mirada inquisidora).
Esa
era la hora perfecta, cuando el calor ya no molestaba; cuando podían fumar a
gusto, sin el siempre latente temor —aunque algunos pretendieran lo contrario—
de ser descubiertos y reprimidos, si bien no severamente, al menos sí ante sus
amigos, sus compañeros de vida, sus hermanos de calle; lo que naturalmente resultaba
ser mucho peor.
La
mayoría de los muchachos habían jugado en esas canchas desde que eran apenas
unos niños.
El
grupo inicial se conformaba por seis pequeños que pronto crecerían y se convertirían
en jóvenes alegres y animados, con sus problemas y preocupaciones; con sus
decepciones y enamoramientos. Sobre todo con sus enamoramientos.
Los
otros cuatro lugares, no siempre ocupados por las mismas personas, se mantuvieron
inestables a través de los años. Eran como una sociedad peregrina, como una población
flotante que poco o mucho puede ayudar al grupo principal; pero que, al menos,
en el caso de los muchachos de las canchas, mantenía un número mayor de
jugadores, y traía un equilibro a todo ese entorno.
En
ocasiones llegaban a estar doce jugadores, esa ya era una ocasión especial; pero
Jaime prefería jugar con los seis de siempre, los mismos de toda la vida. Era una
seguridad lo que sentía dentro de su espíritu, se veía en familia, se sabía en
completa confianza.
Mucho
habían compartido esos muchachos que seguían juntos, incluso a pesar de todas
las obligaciones que llegan conforme se acumulan los años; incluso sobre todas
las diferencias, por encima de las escuelas, los trabajos, las novias o ya los
hijos (aunque solo dos debían responder ante esta última obligación).
Ellos
eran el equipo; el juego estaría completo aunque solo estuvieran cuatro
jugadores en cancha con el balón, las piernas, las rodillas, las cabezas; dos protegían
las porterías, atentos al esférico monocromático, ya raspado y gastado por
tantos campeonatos en los que había participado.
Jaime
disfrutaba cuando los seis estaban juntos, pues siempre, al final del partido,
del juego, de la cascarita, como fuera; todos se sentaban en y alrededor de una
banca que estaba a un costado de la cancha. Entonces hablaban, como humanos,
como hombres que eran. A veces de cosas importantes, como la seguridad o
problemas de familia; a veces de completas estupideces, sumamente normal. Se
sentaban en el pasto, sobre la banca, en el respaldo, no importaba; era un
círculo íntimo, en donde los guerreros que pretendían ser se sinceraban y
hablaban con franqueza, de amor, de odio, rencores, venganzas. Eran humanos,
eran hombres.
—Tan
solo somos esto y nada mejor —pensaba Jaime cuando reflexionaba en silencio,
mientras escuchaba, contemplaba y se maravillaba con el comportamiento de sus
amigos.
[...]
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