Para el final, me pregunto -y claro que pueden comentar sus respuestas-: ¿Qué mejor persona para enamorarse, que de tu mejor amigo?
[...]
Aquel
día, recuerdo que en algún momento, avanzamos por una calle y casi chocamos
contra la puerta de un vehículo, de donde se bajó un joven con traje oscuro y
corbata cuyo nudo ya estaba irremediablemente deshecho; su camisa blanca y su
rostro de cansancio y aburrimiento.
No
había color en su rostro, ni siquiera una sonrisa de satisfacción después de una
larga pero productiva jornada laboral. Solamente había cansancio, tal vez un
poco de desesperación; anhelos reprimidos de hacer, justo en ese momento, lo
que nosotros hacíamos.
Un
anhelo de dejar su costoso traje, aventar la corbata y correr por las calles de
una ciudad inmersa en sueños y anhelos demacrados por la realidad en la que se
sumergía día a día. Él quería acompañarnos, quería ser rescatado y nosotros
podríamos haberlo salvado de su gris monotonía, de su vida rutinaria, solo
necesitaba seguirnos, ir con nosotros, nada más que eso.
Pero,
entonces, mi principal pensamiento, lo recuerdo perfectamente, fue el momento
en que Iván se colocó detrás de mí y me abrazó con una deliciosa persistencia.
Era
de noche y el viento se había hecho más frío, pero la belleza de la luna me
tenía completamente enajenado de cualquier otro pensamiento, suspiro o ilusión;
no me percaté hasta que sentí los brazos de mi amigo alrededor de mi cuerpo.
En
tan solo un instante, estaba apoyado contra mí, su corazón chocaba en mi
espalda, sus manos y dedos acariciaban la poca piel de mis brazos que estaba a
su alcance.
Aún
recuerdo su aroma, a sol y sudor, a viento y calor; una sutil mezcla de su
aroma natural, desodorante de todo un día de uso y cigarro, ya casi
imperceptible. Fue una excitación para mi olfato, un aroma sumamente masculino,
varonil, único de Iván y de nadie más.
Todo
fue alucinante. Mi corazón estaba desbocado, jamás había estado así con mi
mejor amigo y jamás lo volvimos a estar.
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