Ese hermoso beso despertó en mi la más ardiente pasión.
En cuanto abrió la puerta, después de mi insistente llamado, permaneció de pie frente a mi. Sus ojos se enfocaron en los míos, y me gritaron obscenidades en la penumbra de su pórtico; sus labios quisieron lanzarme maldiciones e insultos, pero sólo estaban entreabiertos --quizás por la sorpresa, o tal vez por el coraje, no lo sé--.
El silencio se hizo insoportable. No aguantaba estar frente a él sin tener algo que decir. ¿Qué podría decir? Después de todo lo que pasó... por mi culpa, ¿qué podría decir?
--Lo siento --tal vez. Pero no era suficiente. No podía ser suficiente un lo siento.
--¿Quieres entrar? --preguntó después de mucho tiempo de estar ahí fuera, parados sin hablar. O tal vez pareció ser mucho tiempo. A mí me parecieron horas.
Pasé a su lado, hacia el interior del departamento, aquel departamento en el que comenzamos una vida segura y tranquila. Aquel lugar de meditación y romance en el que hicimos de todo. El lugar seguía igual, nada había cambiado. Los muebles, las lámparas, el pequeño librero con sus libros y los míos (no había tenido el coraje --o más bien la verüenza me paralizó-- para ir por ellos).
--¿Te ofrezco algo de tomar? --su típica amabilidad de siempre.
--Gracias. No te molestes. Quiero... quiero hablar contigo.
Al final, lo siento sería lo que saldría de mis labios, lo sabía. La pregunta era si debía alargar esa disculpa o llegar diréctamente a ella. ¿La aceptaría? ¿Podría disculparme? ¿Podría en verdad perdonar todas las ofenzas y todo ese daño que le hice? Sólo había una manera de averiguarlo.
--Amor --me sorprendió demasiado decirle de esa manera, pero no sabía de qué otra forma decirle. Ese se convirtió en nuestro primer nombre, para ambos, a los pocos días en que nos cambiamos a vivir juntos aquella deliciosa noche de verano--, de verdad lo siento.
Su rostro cambió por completo. Sus ojos, aunque seguían siendo de un color oscuro y potente, ya no eran profundos y fríos; sino que la luz del alma brilló en su interior. La pude ver.
En sus labios creció el deseo de devorarme a besos, estaba seguro de eso porque en las noches más íntimas y placenteras que compartimos juntos, sus labios siempre terminaban de esa manera insinuante. Nada cambiaba en ellos, pero yo sabía lo que deseaban. Como tantas veces, como aquellas noches, los míos respondieron a su invitación y me avalancé sobre él. Tal vez fueron impulsos de juventud, tal vez fueron reacciones del amor, pero lo abracé por el cuello cerrando mis ojos y juntando mis labios con los suyos. Por fin estaba de nuevo en casa. Mi emoción fue tal que incluso una solitaria lágrima resvaló por mis mejillas.
Lo siento --decía mientras nos fundíamos en un beso potente y electrizante--, lo siento. En verdad lo siento amor.
Con ese beso, con ese hermoso beso despertó en mi la más ardiente pasión.
Con ese hermoso beso perdonó todo lo que había pasado y me recibió de nuevo en sus brazos, en su corazón.
--También lo siento yo --me dijo en un momento de cordura--, pero no importa... no podía vivir sin ti. Vamos al cuarto...
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