Su sangre explotó dentro de mi boca
como un torrente de lujuria y ansiedad.
Se comportó como un manso cachorro
ante mi insistente abrazo.
Sus ojos se cerraron en un eterno deseo
y sus manos intentaron rasgar mi ropaje,
el baile de su corazón se aceleró,
y con él mi anhelo de hacerlo mío,
hasta que me di cuenta de que…
ya era mío.
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