Lo alcance a ver justo cuando entraba al bar del hotel.
Llegue esa noche a la ciudad, después de un exhaustivo viaje de nueve horas, y lo que deseaba con urgencia era tomar un baño, bajar a tomar algo y quizás tener una loca aventura de una noche con algún completo extraño que pudiera borrar al estúpido de mi novio de mi mente.
Cuando lo vi entrar al bar, supe que era él: la conquista de la noche. Mi próximo compañero de cama.
Se sentó en una de las mesas que estaban pegadas a la pared del fondo, y tomaba una cerveza mientras esperaba su comida y veía despreocupadamente un partido de americano.
En pocos días lo único que se vería en la televisión sería el super tazón (y, siendo francos, me agradaba bastante la idea. Ver a esos jugadores mostrando sus movimientos coordinados y las danzas de guerreros medievales, con expresiones de camaradería, claro que también los uniformes de lycra eran un gran aliciente. Sería todo un espectáculo).
Me acerque a la barra y pedí primero un vaso con agua. Intente relajarme, todavía tenía la oportunidad de ordenar mi cena y, tranquilamente, retirarme a mi habitación, solo. Pero ―tengo que reconocerlo― la tentación fue demasiada.
Me senté en una mesa que estaba a su lado. Él usaba un traje oscuro con el nudo de la corbata medio flojo, y en su rostro se veía un cansancio adorable. Con su fuerte mano, adornada por un anillo plateado, sostenía la botella de cerveza. Tenía unos diminutos, pero varoniles, bellos en el dorso de la mano y toda su figura lanzaba una presencia imposible de resistir.
―Demonios ―dije en voz alta y luego di un trago a mi cerveza ― le aposte a los Huracanes.
Él volteo a verme con una mirada de incredulidad, nadie le apostaba a los Huracanes ―incluso yo lo sabia―.
―¿Que te hizo apostarles? ―preguntó con una sonrisa de lado.
―No sé… ir contra todos, supongo.
El truco funcionó: estábamos conversando.
Sentía que el tiempo pasaba demasiado lento y comencé a desesperarme. Tenía que hacer algo rápido si es que quería a ese buen culo y ese pedazo de... hombre en mi cama.
Mientras pretendía ver la televisión, el nombre de mi ex aparecía solamente para resaltar las cualidades físicas que distaban bastante de parecerse a las de ese dios mundano.
Poco antes de que el partido terminara, decidido, dejé el nombre de Antonio ―mi ex― de lado y me aventure a algo más delicioso.
―¡Es una pendejada! ―grite intencionalmente para que los pocos clientes del bar voltearan a vernos.
Después, pretendiendo una auténtica vergüenza, me levante de mi mesa ―con la botella en mi mano― y me senté en el lugar vacio que estaba frente a él.
Alegué entonces, con un tono más bajo, lo que supuestamente consideraba una pendejada. En realidad no sabía qué demonios estaba diciendo, pero al menos él me veía con atención, y lo más importante: estaba en su mesa.
Después de haber alcanzado ese logro, no pretendía desperdiciarlo quedándome ahí y dejar que la situación se volviera incomoda. Al contrario, ya que tenía su atención era tiempo de marcharme.
―Mi propina ―dije mientras sacaba un billete y lo dejaba sobre la mesa.
Salí de ahí, prácticamente corriendo, antes de que pudiera darse cuenta de lo que había dejado, además del billete.
¿Ahora qué vas a hacer, genio? ¿Cómo pudiste ser tan estúpido como para dejarle tu única llave? ¿Crees que el misterioso hombre de traje, empresario seguramente, es todo un caballero y te va a traer personalmente la llave de tu cuarto? No seas infantil.
Cierra la boca y mira… imbécil ―me dije a mi mismo mientras ese misterioso hombre de traje, empresario seguramente, daba la vuelta en la esquina sur del corredor y buscaba una habitación.
Mi habitación.
―Creí que llegaría algún encargado del hotel ―le dije con una sonrisa mientras me retiraba de la pared y esperaba a que abriera la puerta.
―De hecho, se la entregué a la chica del bar ―confesó como si todo se tratara de un secreto de estado.
―No sé por qué... se la pedí de vuelta y quise encontrarte. Nunca he hecho algo así ―me dijo con la mirada clavada en el piso alfombrado del pasillo―, estar con un-
―No te preocupes por eso ―lo interrumpí mientras colocaba mi mano en su pecho.
Su corazón saltaba dentro de él y parecía que se le saldría por la garganta. Pasó salvia con mucho nerviosismo y entonces lo tranquilice tomando tome la llave electrónica e insertándola en la ranura.
La diminuta luz verde parpadeo dos veces y pude abrir la puerta.
―Pasa ―le dije mientras me hacía a un lado.
Entró a la habitación y observo todo con mucha atención, y con mucho nerviosismo.
―Si quieres ―le dije para asegurarle que no tenía la obligación de estar ahí― puedes marcharte.
Su rostro denotó sorpresa, una que capté inmediatamente.
Si ―pensé―, los maricones podemos abstenernos de una noche de sexo.
―Creí que… que, que querías―
―Y sí quiero ―lo interrumpí― pero sólo si tu quieres. No es ninguna obligación ni algún favor o servicio a la comunidad. Puedes decidir si quieres quedarte o irte.
Su respuesta fue sólo lo que quería escuchar.
―Tal vez un trago más me tranquilice un poco.
Cerré la puerta y caminé hacia el mini bar del cuarto.
―Salud ―me dijo él con su vaso delante de su bello rostro―. Por las aventuras.
―Por las aventuras.
Ambos descansábamos debajo de las cobijas de la cama.
La habitación estaba sofocada y en el ambiente flotaba el delicioso aroma de los cuerpos después de la faena sexual.
El hombre resulto ser demasiado bueno en la cama, quien lo diría...
―Tengo que confesarte algo ―me dijo con tono sumamente serio.
―¿Qué? ―pregunté yo, mientras intentaba calmar mi acelerado corazón.
―Te mueves igual que mi novio.
Guardé un minuto silencio, mientras analizaba esa información, tratando de descifrarla.
―Te digo algo ―conteste al fin.
―Claro ―dijo el―, lo que sea.
―No pensé que fueras tan buen actor, amor...
1 comentario:
Hola Xander, esta bastante bien ese relato que has creado, vaaya con el final XD hahaha
un saludo
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