Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sentimientos de Fotografía IV

La noche avanzó y los tragos se fueron acumulando en el cuerpo de todos los invitados, quienes luchaban por mantenerse a flote con sus modales y esas falsas sonrisas de felicitación que dirigían al hermano de Alieu.

―Hipocresía.

La respuesta sorprendió a Nicolás.

Había preguntado cómo definiría el trabajo de su hermano, y de todos aquellos que se encontraban en ese lugar. Naturalmente pidió que se explicara.

«Siempre son los mismos cumplidos, falsas felicitaciones de personas que ni siquiera entienden lo que es el arte. De aquellos que pretenden ver algo que no está ahí. Que intentan adentrarse en la mente del artista para intentar comprenderlo y ponerse en un alto nivel de entendimiento, cuando ni siquiera saben distinguir lo que tienen frente a ellos.

«Me parece que es una pérdida de tiempo, y esfuerzo, armar toda esta farsa. Eventualmente todos ven lo que quieren, y ante un rostro… solo ven eso. Nada más. La visión de mi hermano, por muy elevada y profunda que sea, termina siendo solo una perspectiva más. Nos encontramos con la cruda presencia de la hipocresía, la falsa creencia de que por vestir elegante y tomar vino caro en un evento artístico tendremos una mejor presencia y una cultura más elevada.

―¿Incluso yo? ―preguntó Nicolás.

―Todos los que estamos aquí. No me digas que en verdad puedes absorber la complicada y torcida visión que mi hermano plasma en sus fotografías.

―¿Puedes absorberla tú?

―No. Nunca he podido. No entiendo la fotografía. Son sólo imágenes.

«Aunque debo reconocer que una imagen me ha servido para despertar una profunda inspiración que a fin de cuentas se ve traducida en un mar palabras, unidas por la coherencia de la redacción.

«La escritura, el verdadero arte. Me parece que no hay más que se le acerque a la perfección, que la propia escritura.

―Me parece de más todo esto. Y dado que opinas tajantemente, no me detengo al decir que estás equivocado.

Los ojos de Alieu se fijaron en los de Nicolás y espero a que éste continuara hablando.

«Pero me agrada la pasión con la que defiendes tu postura, a pesar de que resulte equívoca a los oídos de los demás. ¿Cómo consideras que es una ocasión digna para mostrar el arte?

―El arte es sencilla. Simple. Sin complicaciones ni rebuscos, por lo tanto una exposición de arte debe ser igual. La fiesta es para el artista, no para su arte y la protagonista es el arte precisamente.

«Sin embargo, no me creas enemigo de todos estos protocolos y momentos de categoría, al contrario. Solamente digo que para poder apreciar el arte debemos estar todos… desnudos.

El rostro de Nicolás se enmarcó con una perfecta sonrisa cuando escuchó esta analogía, pero entendió perfectamente el significado de la oración.

―Desnudos. Una verdadera aproximación al arte ¿cierto? Un cuerpo sin títulos, una persona sin posiciones, pero ¿a caso el arte no tiene títulos? ¿A caso no tiene posiciones?

―Claro que las tiene, pero como arte, tiene el privilegio de poseer títulos y posiciones. Nosotros no. A fin de cuentas sólo somos humanos.

Mientras la plática del arte que viajaba por todos lados en la mente de los chicos se esparcía, el espacio entre ellos se cerró paulatinamente hasta que quedaron a unos escasos centímetros de distancia el uno del otro. La respiración de Nicolás chocaba contra el oído de Alieu, mientras el aroma de éste envolvía seductoramente los sentidos de aquél.

Entonces, el momento mágico de toda historia llegó hasta donde estaban los dos chicos: sus miradas se encontraron y ambos sonrieron de una manera sencilla y poderosa. Como el arte.

La fiesta continuaba en el quinto piso del edificio recubierto de ladrillos, y desde la desierta calle se podía observar la luz que salía de las ventanas para apuñalar la oscuridad de la noche. Nicolás y Alieu caminaron juntos por las empedradas banquetas hasta que uno de ellos decidió tomar la mano del otro. Siguieron así hasta que se encontraron con un edificio moderno de departamentos, dentro del cual estaba la puerta marcada con el número 405: el departamento de Alieu y su hermano.

―”Una espina fresca en la ya cansada y vieja piel de nuestra ciudad”.

Nicolás recitó estas palabras mientras observaba hacia arriba para poder contemplar todos los pisos del edificio.

―Nunca entendí el comentario de tu padre cuando se refirió a este edificio. ¿Fue un halago o una crítica?

―No lo sé francamente, tendré que preguntárselo e informarte al respecto.

―¿Entramos? ―la pregunta se escuchó terriblemente seductora e imposible de resistir.

Dentro del departamento, el viento helado de aquella noche ya no era un problema. Fue sustituido por un estado de tranquilidad y una temperatura sumamente agradable. Sobre la barra de la cocina tres focos iluminaban la soledad del lugar, y otra lámpara en el área de estar, justo al lado de una enorme ventana cubierta por una gruesa cortina color perla, dormía de pie mientras mandaba un tenue color amarillo a los rincones de aquél hogar elevado.

―Me doy cuenta que a tu hermano le encanta el blanco y negro.

―Supongo que intenta llevar su visón a lugares que son completamente inadecuados. Pero no te preocupes, podemos apagar las luces.

Habiendo dicho esto, y antes de que Alieu pudiera dirigirse a los interruptores, Nicolás extendió su mano y apagó los pequeños e incandescentes focos que estaban sobre la barra marmoleada de la cocina. Alieu se sorprendió por aquella iniciativa pero comprendió que su invitación había sido bien recibida y apagó él la lámpara de la sala, antes de abrir las cortinas.

Una hermosa vista del lado norte de la ciudad se extendió ante ellos y una gran mancha negra, que reflejaba algunas líneas de luz en su contorno, llamó la atención de los dos muchachos.

―La bahía siempre me ha parecido un lugar sumamente místico. Cuando era niño pensaba que de ahí dentro, desde el fondo, salían todas las criaturas de la noche. Además, las sombras de los grandes buques me transmitían un miedo insoportable.

―Cuando estás solo pueden suceder cosas terribles ―dijo Nicolás colocándose detrás de Alieu quien estaba apoyado contra la ventana­―, pero sólo necesitas un poco de compañía para hacer que todo desaparezca.

El chico abrazó a su anfitrión por la espalda y comenzó a susurrarle directamente al oído. Todo eso fue suficiente para hacer que Alieu se estremeciera y volteara a ver a su compañero.

En sus ojos se reflejaban las pequeñas luces de la ciudad, eran oscuros como las aguas de la bahía en la noche, y sin embargo se aventuró a sumergirse en ellos con gran felicidad.

Las manos de Nicolás acariciaron el rostro de Alieu. Sintieron sus labios carnosos y bajaron por su cuello, atesorando cada centímetro de piel que estaba a su paso mientras aguardaban con ansias el momento indicado para despojarlo de todas sus ropas. Bajaron un poco más y encontraron la abertura del cuello que formaba el suéter negro que traía Alieu. Fue algo que llamó la atención de Nicolás desde que vio a Alieu en la fiesta: ese pequeño dejo de piel que se mostraba maravilloso y seductor.

Su pecho estaba expuesto y de su cuello colgaba una cadena con una pequeña placa.

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