Alieu, el hermano del fotógrafo, de 25 años estaba en aquél frío salón acompañado de la chica que había estado a su lado durante diez largos años. Los dos jóvenes conversaban, en ocasiones a cerca del estupendo trabajo de su hermano ―cosa que Alieu ya comenzaba a detestar― y de otros tantos temas. Él sostenía un vaso de cristal con whisky y hielo, mientras que ella sostenía una larga copa con champagne.
Mientras el seco de su hermano (vestido con solo un traje negro, una camisa también negra y una corbata roja) se entretenía recibiendo a sus invitados, Alieu y su mejor amiga, conversaban alegremente sobre lo que debió haberse puesto para tal ocasión.
―¿Qué hubieras usado tu? ―preguntó la bella chica que estaba a su lado, mientras lo veía de arriba abajo, esperando una típica respuesta de su extrovertido y peculiar amigo.
―Sabes que vi hace unas semanas una larga gabardina negra, de tela brillosa, pero con el cuello en V, con dos botones en la cintura. Debajo, tal vez utilizaría algún suéter blanco, ¿como el que tengo de cuello largo? ―Alieu guardó silencio unos cuantos segundos como para poder confirmar que ése sería el atuendo que utilizara si fuera un artista obsesionado como su hermano.― Algo así me pondría.
Claro, una respuesta fuera de lo normal, un atuendo fuera de lo normal para su amigo quien estaba sumamente lejos de ser, precisamente, normal.
“A fin de cuentas, ¿qué es normal?” Preguntaba siempre Alieu.
La normalidad o anormalidad de una situación, de una persona, o de una conducta siempre termina siendo un tema por demás subjetivo que atiende sólo a la perspectiva de quien emite el juicio (o prejuicio en este caso). Pero ese es tema digno de otra plática y definitivamente habrá algún otro momento en que se pueda presentar una discusión amena sobre esto.
―Claro, ese deseo tuyo de resaltar ¿verdad?
―Sería mí evento ¿no? Claro que debo de resaltar, al igual que tu trabajo. Solamente estoy opinando que, a mi muy humilde parecer, el salón y la exposición resaltan más que mi pobre hermano.
―Alieu… ―la chica lo tomó del brazo y terminó su último sorbo de burbujas― nada en ti es humilde ―y se retiró hacia la mesa de vinos, mientras saludaba a algunas cuantas personas conocidas en el trayecto.
Alieu permaneció solo por unos cuantos minutos. Su amiga se entretuvo con un atractivo chico de saco negro y camisa roja.
“Hasta él brilla más que tú hermanote”.
Al percatarse qué es lo que retenía tan fuertemente a su amiga y le impedía regresar a su lado, Alieu decidió darle unos cuantos minutos más antes de ir a interrumpirla. Probablemente sería un buen tipo y vaya que Laura necesitaba un buen tipo, así que lo dejó de lado.
Aunque ya había visto las fotografías montones de veces, cientos de veces desde que su hermano las tomó, durante el proceso de impresión, en el proceso de corrección y todos los otros procesos con los cuales poco a poco se fue familiarizando e incluso había acompañado a su hermano en algunas de sus locas ―y aburridas― sesiones de fotografía; a pesar de conocer cada una de ellas, decidió dar el “obligado” recorrido por toda la galería para poder intercambiar los “obligados” comentarios de la grandeza y majestuosidad del ojo de su hermano.
―¿Qué opina de toda la exposición? ―le inquirió un hombre mayor mientras se colocaba enseguida de él con un vino tinto en la mano.
―Grandiosa y majestuosa ―contestó Alieu con un tono que casi podía pasar por sincero.
“Es solo fotografía, ¿qué tiene de extraordinario? Es solo apretar el botón ante algo que te gusta. Punto”, pensó el chico.
El molesto señor no se despegó del joven y comenzaron a contemplar las fotografías haciéndose compañía, involuntariamente, el uno al otro. Justo lo que le faltaba.
Pero entonces encontró la perfecta manera de deshacerse de él. El área de desnudos, claro.
―Ah ―dijo Alieu jugando con los hielos de su segundo whisky― por fin algo que verdaderamente enriquece a la vista.
Su compañero no comprendió exactamente a qué se refería pero cuando enfocó bien su vista (quiero decir que ajustó sus lentes) supo de qué estaba hablando.
«La luz en este cuadro es pobre, lo cual deja mucho a la imaginación, es una imagen digna de tomar como ejemplo para una magnífica historia. Una imagen siempre inspira historias, ¿no lo cree?
«La posición del cuerpo y sobre todo la excelente nitidez en el área de la pelvis es sumamente excitante. Sólo imagine: ¿Cuántos deseos no estarán escondidos en ese miembro? ¿Cuántos anhelos no esperarán salir como torrente de fuerza blanca?
El hombre lo miró con extrañeza y contestó con la seriedad que caracteriza a las personas mayores.
―Verdaderamente no encuentro atractiva esta fotografía en particular. Es por demás descarada y fuera de lo normal.
Alieu luchó contra sus más íntimos demonios para contener la risa, de alguna manera esperaba esta reacción, era comprensible que una persona de esa edad tuviera una mente aún más pequeña que una fotografía de 4 por 11. El viejo no sabía de lo que hablaba, era una de sus piezas favoritas en toda la colección (incluso había pensado en pedírsela a su hermano cuando todo terminara, una toma como esa de frente a su cama, para que fuera lo primero que viera todas las mañanas sería un estupendo regalo).
―A fin de cuentas ―dijo el chico mientras comenzaba a dar media vuelta para alejarse de ahí― ¿qué es normal?
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