“Las caricias de sus dedos sobre mis heridas me deleitaban sin medida, tanto que ni siquiera me atreví a levantar la cabeza. Apreté mi mejilla contra la colcha bordada, contra la gran imagen del león cosida a ella, aguanté la respiración y dejé que las lágrimas brotaran de mis ojos. Sentí una profunda calma, un placer que me robaba el control de mis extremidades.
Cerré los ojos y sentí sus labios sobre mi pierna. Cuando me besó… me sentí morir.
[…]Mi miembro se endureció bajo sus dedos, debido a la infusión de su sangre ardiente, pero ante todo al vigor de mi juventud que se rendía a sus caprichos y confundía el placer con el dolor.
Él permaneció tendido sobre mi espalda, sosteniendo con fuerza mi pene, hasta que por fin me corrí entre sus resbaladizos dedos en unos violentos y sublimes espasmos de placer.”
Anne Rice.
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